Por Yaisha Vargas-Pérez, maestra certificada en mindfulness, para el blog A Mystic Writer
Hace 2,600 años, cuando Buda comenzó a ofrecer sus enseñanzas, no cobró dinero. Simplemente pedía limosna para poder subsistir ese día. Salir a pedir limosna era parte de su práctica de meditación. Consistía en ir a una aldea cercana y recibir en su cuenco la comida que los aldeanos pudieran compartir con él. Algunos monjes y monjas aún conservan esta práctica y consumen una sola comida al día. Consideran que ayunar por la tarde ayuda a la salud de su cuerpo. La práctica de ser generos@s con un monje o monja que comparte las enseñanzas se conoce como dana.
Cuando Jack Kornfield, Sharon Salzberg y Joseph Goldstein trajeron la tradición de budismo theravada y la meditación insight (vipassanā) de Asia a América, se percataron de que no era viable ir de casa en casa con un cuenco vacío pidiendo generosidad (¡aunque Jack Kornfield lo intentó cuando todavía era monje!).
Lo que hicieron fue instituir una práctica laica de la siguiente manera: Cuando ofrecían, por ejemplo, enseñanzas o un retiro, les decían a los participantes cuál era el costo del alojamiento y los alimentos en el centro donde se ofrecían las enseñanzas y ese pago era necesario para poder inscribirse en el retiro. Ellos no cobraban nada por sus enseñanzas, y al final del retiro, les decían a los participantes que donaran lo que pudieran para que las enseñanzas pudieran continuar. De esa manera subsistían y podían seguir enseñando. En la medida que podían, ofrecían becas para quienes no pudieran pagar el costo, o conseguían que alguien más ayudara a esa persona.
Mi primer maestro de mindfulness, Robert Brumet, estudió con Jack Kornfield el curso de “Dharma Leader” en Spirit Rock, California. Enseñaba los lunes de 7 pm a 8 pm en Unity Village, Missouri, y al final de cada meditación, pasaba un sobre para que pusiéramos lo que pudiéramos, un donativo que no nos pesara, y así él pudiera seguir enseñando. No dejaba a nadie fuera por no poder donar nada, pues las enseñanzas no se niegan por razones económicas.
De la misma manera, aunque mi certificación es de mindfulness secular (dirigida por Jack Kornfield y Tara Brach), me siento inspirada a ofrecer algunas enseñanzas por dana. La práctica de dana permite que cualquier persona —sin importar su procedencia o situación— tenga acceso a enseñanzas que ayudan a liberar la mente y a disminuir o detener el sufrimiento. Algun@s maestr@s piensan que la práctica se refuerza más en un entorno de generosidad.
¿Cómo saber cuál es la cantidad adecuada?
Es una pregunta que hacen muchas personas. La práctica de dana significa que las enseñanzas se ofrecen como un regalo que ha llegado a un estudiante o persona través de muchas generaciones a lo largo de 2,600 años. ¿Cuánto valor tiene eso? Es inconmensurable. No se puede medir. La liberación que proveen tampoco es medible.
Los estudiantes, como parte de su práctica de generosidad, ofrecen entonces un regalo a la persona que les ha enseñado. Es un regalo que se ofrece de forma libre y desde el corazón. Así las futuras generaciones también podrán conocer las enseñanzas y aprender a adiestrar sus mentes para ser más libres y felices.
Cuando me ha tocado ofrecer dana a un/a maestr@, me hago las siguientes preguntas: ¿Qué cantidad me haría sentir en integridad? ¿Qué cantidad me haría sentir feliz sin ofrecer dinero que luego me haga falta para mis necesidades o las necesidades de otro ser que depende mí? Mi mentora de mindfulness también se pregunta: ¿Cuánto pagaría para invitar a un/a amig@ querid@ a almorzar o para hacerle un regalo?
Les pido que, por favor, no dejen de venir a algún curso si no pueden enviar dana. ¡Su presencia es importante! Siéntanse tod@s bienvenid@s.#


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