90 días: El poder de la bondad

Por Yaisha Vargas-Pérez, columna publicada el 8 de diciembre de 2019 en el diario El Nuevo Día

Los retiros en silencio son espacios maravillosos para encontrarnos con nuestras cosas más profundas. En el trajín diario, nadamos en la superficie de nuestras vidas. Pocas veces buceamos para vernos profundamente y despejar el corazón.

En la Navidad de 2018, hice un retiro personal de Vipassana (de la tradición theravada del budismo) de siete días y noches, gracias a la hospitalidad del Centro Zen de Puerto Rico en Caimito. Utilicé enseñanzas de Spirit Rock, California, enfocadas en encontrar libertad dentro del cuerpo al recitar las partes que componen nuestra casa humana, observarlas con detenimiento y desapego.

Me sumergí en mi experiencia mientras recitaba: cabeza, cabello, piel, músculos, huesos, riñones, corazón… Y entonces… Vi salir de entre mis tejidos profundos la imagen de mí misma cuando tenía 7 años. Desde kindergarten hasta la vida adulta, ella me contó el rechazo que recibió de algunas de sus maestras, quienes dejaron como legado algunas de sus inseguridades, y aquello que más profundamente duele en la psiquis de un ser humano, lo que Tara Brach llama “el trance del inmerecimiento”. Es la creencia de que no somos dignos o merecedores y que llegamos al mundo con algo intrínsecamente erróneo por lo cual debemos sentir vergüenza. En nuestra cultura, me parece que proviene de la creencia equivocada de que somos pecadores por naturaleza. Es como un trauma cultural. Pero el budismo me ha enseñado que nacemos siendo una bendición, y que cada ser es preciado.

Las palabras que escuchamos cuando crecíamos contenían los conceptos que los adultos tenían de sí mism@s. Nos veían a l@s más jóvenes a través de ese filtro. A veces, esas creencias se han alojado en nuestros tejidos. Aun así, Tara Brach asegura que el trance del inmerecimiento se puede sanar.

¿Cómo salir del trance del inmerecimiento?

Sintiéndolo profundamente. “The way out is through” (“La forma de salir es atravesándolo”), decía mi primer maestro de Vipassana, Robert Brumet.

Sentí la creencia de inmerecimiento como un dolor agudo y penetrante en la punta inferior del corazón… como una daga que hería desde adentro hacia afuera. A ese sentimiento le dije: “Estoy aquí”. Estuve presente ante mi experiencia interior, y supe que podía ser compasiva conmigo misma, rodeándola con ternura. Continué diciéndole a la niña de 7 años: “No estás sola. Much@s niñ@s han sido infectados con la idea de que no son merecedores y esa es una gran parte del sufrimiento en el mundo”.

Aquel proceso implicó comprender que quienes transmitieron la creencia de inmerecimiento también fueron contaminad@s por otr@s. Estaban infectados de pensarse a sí mismos como indignos, y como yo era un blanco fácil por ser menor de edad y vulnerable, me dispararon su dolor como un proyectil. Tal vez yo, en mi dolor, le hice lo mismo a otr@s. Pude verlo y decidir que quería sanarlo en mí. Comencé por perdonarme y perdonarles. Entendí que la creencia cultural que transmitieron, ¡no es la verdad! Mirar esa creencia y cuestionarla de frente una y otra vez le quitó fuerzas, como pelar una cebolla hasta que no quedó nada.

Practicar la bondad amorosa

En el budismo, hay tres tendencias de la mente que se consideran como “venenos”, pues llevan al sufrimiento: el aferramiento, la aversión y la ignorancia. Mi sufrimiento consistía en los tres: aferrarme a lo que otr@s dijeron, tenerles aversión por ello, e ignorar las causas del sufrimiento de esas personas. Para contrarrestarlos, debía practicar los tres antídotos: generosidad y desapego; bondad amorosa y perdón, y la comprensión sabia.

Comencé por practicar la bondad amorosa, que consistía en recitar oraciones por mí, por las personas que amo, por aquellas que conozco de lejos y por aquellas por quienes sentía aversión: “Que siempre seas feliz y tengas paz”. “Que estés libre de sufrimiento”. “Que tengas felicidad y las causas de la felicidad”. A estas oraciones les acompaña un sentimiento de benevolencia, como cuando deseamos que alguien tenga una Feliz Navidad o pase bien el día de su cumpleaños.

Al principio, esta recitación puede parecer monótona y tal vez no sintamos nada, pero cuando seguimos diciendo estas oraciones abriendo el corazón, comienza a pasar algo casi imperceptible. Llevaba siete años practicando bondad amorosa, y había visto su progreso muy lentamente. Mis maestros de Vipassana y mindfulness me animaban a continuar practicando. Si se trataba de alguien a quien definitivamente no podía enviarle bondad, al menos podía decirle en mi mente: “Que llegues bien a tu casa”.

Durante los primeros tres días de retiro en silencio, atravesé la turbulencia de mi  mente, que usualmente se rebela a quedarse sentada o caminar en meditación. Ya al cuarto día, la mente dejó de batallar y comenzó a rendirse, haciendo más fácil el recitar bondad amorosa hacia quienes les tenía aversión. Y al quinto día, ocurrió un milagro. Sentada sola en medio del zendo, mi mente se allanó por completo y la sentí tan hermosa como un lago de acero sutil. No sentía aversión hacia nadie. Pude enviar bondad y amor a quienes habían traspasado su creencia de inmerecimiento. No he sentido mayor felicidad en el mundo de las formas que una mente en completa quietud, concentrada en la bondad.

La bondad amorosa se parece mucho al sentido de benevolencia que enviamos a otr@s en Navidad. Aprovechemos la temporada para enviar a todos los seres pensamientos de felicidad.

En Facebook, 90 días: Una jornada para sanar

Photo by Elias Momoh: https://www.pexels.com/photo/cute-little-girl-dressed-in-blue-tulle-dress-on-brown-background-11022046/
Advertisement

Leave a Reply

Fill in your details below or click an icon to log in:

WordPress.com Logo

You are commenting using your WordPress.com account. Log Out /  Change )

Facebook photo

You are commenting using your Facebook account. Log Out /  Change )

Connecting to %s