Por Yaisha Vargas-Pérez, maestra certificada en mindfulness, para el blog A Mystic Writer
Ayer tuve un logro importante. Fue un día sumamente caótico. Tenía fuertes síntomas premenstruales (como para no salir de mi casa) y debía llevar mi gata al veterinario para una cita con una especialista, la cual habíamos estado esperando durante 4 meses porque es la única especialista de su tipo en Puerto Rico. Cuando llegué al consultorio, no había electricidad y parece que su generador particular no estaba funcionando. Había como tres máquinas dando señales de alerta porque no había luz; los teléfonos sonaban sin cesar y las asistentes corrían de un lado a otro tratando de manejar los pacientes sin electricidad. Me senté en una esquina aislada de la sala de espera, cuyo techo alto y longitud de espacio causaban que los sonidos rebotaran en las paredes, y cada conversación, sonido de teléfono y ladrido se escuchaba como por tres. Encima de eso, yo cargaba mi computadora porque tenía una fecha límite en pocas horas.
Anclé mi atención en mi cuerpo y en mis pies. Aunque quería que alguien apagara las alarmas de las máquinas y la gente controlara a sus perros, realmente eran cosas fuera de mi control. Lo único que podía controlar eran mis respuestas y ayudar a mi sistema nervioso a regularse lo mejor posible.
Entonces se sentó al lado mío una señora con dos perros, uno de los cuales ladraba sin tregua y se ponía bravo con la gente que pasara cerca. Al principio la señora no hizo nada para calmar a su perro, pero ante la mirada seria de una de las asistentes, comenzó a tratar de calmarlo sin éxito. Comencé a quedarme cada vez más quieta; anclaba mi atención en mi cuerpo, no solo para ayudarme a mí, sino también a mi gata Malena, quien sufre una condición crónica.
Pero ante el insistente ladrido bravo del perro, al observar que los demás humanos también comenzaban a ponerse nerviosos, puse mi mano sobre mi corazón y fui de nuevo a mi interior. Recordé las palabras de Gil Fronsdal y Kristin Neff. De Gil Fronsdal aprendí que la manera de superar una situación difícil es desarrollar facultades en nuestra mente y corazón para crecer más allá del incidente. Una de las facultades que podía desarrollar para hacer eso es el mindfulness. Practiqué entonces esa presencia suave y serena que, cuando se convoca, también sirve como un manto de protección. De Kristin Neff, pionera del self-compassion, aprendí que, cuando la situación es incontrolable, puedo soltarlo todo, dejar que la situación siga su curso y atender mi propio sufrimiento, como hizo ella en una ocasión cuando su hijo autista de dos años tuvo un ataque de rabia en medio de un vuelo y ella no tenía ningún lugar a donde ir para que el ruido no molestara a los demás pasajeros. Así que, igual que hizo ella en ese momento, con mi mano en el corazón, susurré para mí misma:
- Eso es difícil. Hay mucho caos afuera y mi cuerpo siente desafíos por dentro.
- No soy la única. Otra gente aquí la está pasando difícil igual que yo. ¡No estoy sola!
- Comencé a enviarme bondad a mí misma; a desear que mi sufrimiento se aliviara, que mi gata Malena estuviese tranquila, así como también los demás humanes en la sala de espera, incluyendo a los animales no humanos y al perro que ladraba sin cesar.
Me sentí mejor. Acto seguido, también surgió en mí el reconocimiento de que tenía opciones. No tenía por qué quedarme en esa situación. Agarré el bulto de Malena, mi cartera y mi computadora y caminé suave y compasivamente hasta el extremo opuesto de la sala de espera. Me senté tranquila. El ladrido bravo continuaba, pero ya no estaba al lado mío. Había cuidado de mí y de mi gata. Pocos segundos después, el perro se calmó. Su humana encontró la manera de apaciguarlo.
El día no necesariamente fue más fácil después de ese momento, pero en ese instante pude apoyarme a mí misma; pude encontrar una compasión que me ayudara a ser funcional en un momento sumamente disfuncional.
En nuestra cultura, dirigida compulsivamente hacia el poder adquisitivo, el poder político y la productividad, descartamos el poder de la compasión y la bondad, cualificándolas como “blandengues” y “poca cosa”, cuando son cualidades capaces de salvar nuestra cordura y sentido de dignidad.
Recordatorio para hoy: Hoy creo en el poder de mi propia bondad. #

Qué bonito Yaisha, muchas gracias por compartir tu experiencia. Interesante como el mindfulness puede acallar el caos interior pero también ayudarnos a manejar el caos externo.
¡Así es, Selene! Me devuelve a lo que es más importante, la serenidad y el amor propio. ❤