Por Yaisha Vargas-Pérez, maestra certificada en mindfulness, para el blog A Mystic Writer
Todo comenzó cuando, hace algunos días, alguien en mi condominio puso en el pasillo, junto a la basura, un hermoso marco con exquisitos poemas de Pablo Neruda. Me daba pena verlos allí y los quería rescatar, hasta que llegó través de las redes, casualmente al día siguiente, un artículo sobre el cineasta cingalés Asoka Handagama, quien aborda en su película «Alborada», entre otras cosas, un relato sobre la violación de una mujer por parte del poeta Pablo Neruda en Ceylán (hoy Sri Lanka), en 1929. Cuando leí eso me quedé fría. Ya se podían llevar los poemas. No solo fue el acto que el mismo Neruda confesó en sus memorias, sino la manera apologética en la que escribió que el hecho no se había repetido. Le agradezco al cineasta por bajarlo del pedestal. Uno no puede ser laureado por un lado y abusador por el otro. Es la misma persona.
Cuando lo publiqué en Facebook, algunas personas reaccionaron impactad@s, otras con tristeza, muchas estuvieron de acuerdo con lo que escribí, y varias no. Una de ellas escribió: «Eso lo sabemos porque el mismo Neruda hablo de ello en ‘Confieso que he vivido’ […] al igual que Isabel Allende habla del affair que tuvo mientras estaba casada con un puertorriqueño en la calle Cruz del Viejo San Juan en su novela Paula. Ellos mismos se delataron. Eso es ser artista».
Respondí que confesar una violación no es un arte. Además, ¿equiparar una violación con un affair al que consienten dos personas adultas? Algo anda mal cuando entendemos las cosas de esta manera.
Las personas que defendieron a Neruda no miraron el cuadro completo. Para ell@s, la mujer que sufrió la violación despareció de la conversación. Solo importaba defender a Neruda y su arte. Obviaron lo que significó ese incidente para aquella chica, para su familia, y para la próxima generación de sus hij@s y niet@s, si tuvo, y si vivieron lo que se conoce como trauma generacional, que ocurre cuando la generación posterior recibe el dolor no sanado de sus ancestros. Las personas que solo veían a Neruda y a sus laureados poemas obviaron esta parte importante. La humanidad del poeta no tenía más valor por ser laureado, que la humanidad de la mujer a quien hirió.
Tras haber leído sobre el incidente de Neruda, me tocaba asistir a una reunión virtual donde había personas recuperándose de cosas diversas: de tener algún familiar en problemas, de comer de manera compulsiva, de duelos sin procesar, de actitudes dolorosas, de obsesiones, de dolor pasado, a fin de cuentas, de ser humanos. La lectura recomendada para el día hablaba sobre el proceso de sanación de una persona abusada sexualmente por un@ de sus cuidadores y qué pasos había tomado para salir del dolor. Había 100 personas en esa reunión. Una tras otra, casi todas abrieron su corazón sobre el abuso sexual que habían sufrido por parte de alguien cercan@ cuando eran niñ@s. Habían recibido dolor generacional, el cual se había expresado en las conductas de las cuales ahora tratan de recuperarse. Para algunas, era el principio de expresar el dolor que habían vivido, para así salir de la negación, atravesar un proceso de duelo por lo que habían perdido debido a ese episodio, poder sanarlo y seguir adelante. Algunas dijeron que la persona que abusó de ellos era el familiar carismático a quien todo el mundo quería, por lo cual era difícil buscar apoyo dentro de su propia familia.
Para otras, se trataba de compartir cómo habían perdonado y sanado. Una de ellas dijo: «Si sobreviví al abuso, también sobreviviré a los recuerdos», lo cual me pareció súper importante. Son recuerdos, no es el hecho original. Es el cerebro que trata de defenderse y evitar que el sufrimiento se repita. Eso también se puede reconocer para sanar. Pero sin obviar que hay un proceso para poder sanar y perdonar.
Ninguna de las personas dijo en esa reunión que lo que les había sucedido no era importante, debía ser descartado o no se debía hablar de ello, o solo había que perdonar y olvidar y se acabó. El proceso de duelo, de cualquier duelo, es más complejo que eso.
Sobre la publicación de Neruda en mi perfil de Facebook, otra persona escribió: «No se puede borrar todo lo bueno hecho por un ser humano por una acción desviada de la ley del amor. ‘El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra’, [dijo] Jesús. La diferencia entre un vil criminal y el Buda es que [el primero] aún no ha reconocido la semilla del Buda que tiene en su corazón».
Claro que todos los seres humanos tienen la capacidad de despertar, de la bondad, incluso aquellos que han cometido actos terribles y son capaces de reconocerlos y reparar el daño que le han causado a otr@ ser human@, porque esa es la manera en que un criminal puede convertirse en un Buda, como hicieron Milarepa y Angulimala. Reconocieron sus acciones y comenzaron a dirigir sus vidas en la dirección opuesta: hubo una reparación de los daños causados, no solo una mera disculpa. Y entre una y otra hay una gran diferencia. Pero en el escrito de Neruda no se menciona que reparó el daño que causó. Solo lo escribió en su última obra literaria, con un lenguaje que también parecía de arrepentimiento.
Creo que hay que tener cuidado con llevar el mensaje del amor, el perdón y la compasión a medias. La psiquis humana es compleja y el proceso de sanar abuso es largo y complejo también. Sobre todo en nuestra cultura se destila mucho eso de pensar y decir «perdona y olvida, y sigue pa’lante». Hay personas que pueden malinterpretar que se trata entonces de perdonar al abusador y olvidar el dolor que recibieron, no hacer nada al respecto, porque la religión dice que hay que perdonar y es un mandamiento. Entonces es un atajo mediante la disociación, no es un proceso psicológicamente íntegro y honesto.
Dicho eso. Creo que es importante hablar de maneras más equilibradas de abordar este proceso:
¿Es posible sanar aunque la persona que hizo daño no lo reconozca? Sí. Perdonar se trata de sanar nuestro dolor y desear que la persona que nos causó dolor sane, para no seguir cargando con el dolor, para no hacerle daño a otr@s con el dolor que recibimos y ser libres. Pero también se trata de hacer lo que esté a nuestro alcance para no permitir que la persona que nos causó daño le haga daño a otro ser.
¿Podemos desarrollar compasión por la persona que hirió a otros con el dolor que alguien más le inyectó? Sí. Pero es importante entender que la compasión no es tonta. Perdonar sana y nos libera. Pero perdonar no es lo mismo que condonar. Tampoco implica reconciliación; ¡son procesos distintos! Podemos perdonar a un agresor y a la vez permitir que cumpla con su responsabilidad por los delitos cometidos.
En 1981, un hombre intentó asesinar al papa Juan Pablo II. El papa visitó a su victimario en la cárcel y comenzó a establecer una relación con él. También conoció a la familia de quien le disparó. Sin embargo, no fue hasta el año 2000 que le pidió al gobierno de Italia que le condonaran la pena, que era una cadena perpetua. Pasaron 19 años entre una cosa y la otra. Perdonar y condonar son dos procesos separados.
En su libro «La sabiduría del corazón», el psicólogo budista Jack Kornfield dice: «La compasión no es tonta. No es que [la compasión] esté de acuerdo con los demás para que no se sientan mal. Hay un así en la compasión, y también hay un no, dicho con la misma valentía del corazón. No al abuso, no al racismo, no a la violencia, tanto personal como en todo el mundo. Este ‘no’ se pronuncia, no desde el odio, sino desde un sentido de diligencia inquebrantable. Los budistas le llaman a esto ‘la espada feroz de la compasión’. Es el poderoso ‘no’ que se pronuncia al dejar una familia destructiva; el ‘no’ agonizante al dejar que un adicto experimente las consecuencias de sus acciones».
En 2013 viajé a Louisville, Kentucky, para ver al Dalai Lama. Allí una mujer le preguntó cómo podía extenderles compasión a las personas difíciles, como por ejemplo, un asesino en serie. El Dalai Lama respondió que el ser humano y el delito no son la misma cosa. La persona que cometió un delito sigue teniendo derechos humanos y debe ser tratado como tal, a la vez que responde legalmente por sus acciones.
Tomar en cuenta todos estos elementos es importante para sanar abuso y trauma.
El primer paso es reconocer que hay una necesidad de sanar y la disposición a atravesar el proceso, mirar nuestro dolor de frente con honestidad, ternura y compasión hacia nosotr@s mism@s. Tener el convencimiento de que merecemos ser libres y soltar lo que alguien más hizo desde su propio dolor o ignorancia, teniendo cuidado de no utilizar esto como un atajo para la disociación. Al sanar estamos dispuest@s a atravesar un túnel doloroso para salir al otro lado como una persona nueva, con un sentido de integridad y completitud. En algún momento, el dolor comienza a cesar hasta que ya no nos afecta, e incluso somos capaces de desearle compasión y bien a la persona que nos hizo daño. Pero es un proceso que requiere el respeto a nuestra psiquis, a nuestro cerebro y sus defensas creadas por el dolor que recibimos. A veces ocurre un proceso de reconciliación, pero otras veces no. Sanar no necesariamente significa abrirle las puertas de par a una persona que fue abusiva, sobre todo si su conducta no ha cambiado y ello significa que causará daño otra vez. El perdón también envuelve la capacidad de la sabiduría.
Un libro que ejemplifica muy bien el proceso de perdonar de manera incondicional pero con una perspectiva equilibrada es Living Originally, del reverendo Robert Brumet, quien además de ser ministro de Unity, es maestro del Dharma en la tradición de budismo theravada. Jack Kornfield también habla de lo que es el perdón y lo que no es el perdón en esta charla en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=yiRP-Q4mMtk
Es posible perdonar sin pasarle por encima a nuestro propio dolor.
De Tara Brach, psicóloga y una de mis maestras de la certificación en mindfulness, aprendí que, si bien es cierto que el trauma ocurre, también es cierto que el trauma sana. Ser honest@s con lo que ocurrió, como ocurrió y quién hirió es importante. También es importante saber que ese dolor va a pasar y que podemos tomar los pasos necesarios para desprendernos de él y de la persona que lo causó, sin desearle mal, al contrario, deseándole que sane, para que ya no viva dolor y no lo desborde hacia los demás.
Si alguien descubre, por casualidad, si Pablo Neruda reparó el daño que le causó a la joven a la que violó en Sri Lanka y cómo hizo esa reparación de daños, no de forma apologética sino con valentía e integridad, me gustaría saberlo y contarlo porque, si bien es cierto que el trauma ocurre, también es cierto que el trauma sana.#
