Esto de ser nómada…

Por Yaisha Vargas Pérez, originalmente escrito el 15 de agosto de 2019 para los estudiantes de los cursos de Mindfulness y Self-Compassion, y actualizado el 23 de agosto de 2020**

Esta mañana, mientras hacía una caminata de ejercicios, me conecté a la práctica de self-compassion porque tenía estrés. Resulta que me estoy mudando… otra vez.

Mudarse se convirtió en una costumbre incómoda durante mis años de viajes espirituales. No es algo de lo cual me sienta muy feliz, pero en seis años me mudé la friolera de 11 veces. ¡Once! Menos mal que en el camino he encontrado otr@s buscadores espirituales que han vivido cosas así. Tengo una amiga que, en los pasados seis años de su vida, no ha pasado más de tres o seis meses viviendo en el mismo lugar.

Nómadas.

¿Por qué la práctica nos lleva por aquí? No lo sé. Impermanencia, tal vez. Sé que en cada lugar en el que he vivido y las prácticas que he tenido alrededor me han dado un crecimiento exponencial que necesitaba como la pieza de un rompecabezas. Y esta vez no es la excepción. Estoy en el cierre de un ciclo importante (quizás, un rompecabezas completado), abriendo mis horizontes más allá de los patrones que han causado sufrimiento en mi familia desde generaciones. La “mudanza” lleva ya unos ocho meses (y unos 20 años antes de eso) gestándose dentro de mí; con mi mente y corazón expandiendo sus alas más allá de las creencias aprendidas en estas cuatro paredes en las que crecí. Me mudo de mi hogar de origen una vez más, pero es la primera vez que me mudo más allá de las historias originales que me enseñaron acerca de mí misma sin rencor por las cosas ocurrieron; sin peleas con el discurso o las expectativas de la familia. Me mudo en paz con el pasado. Ya no hay guerra con lo vivido…  Creo que es la primera vez que me mudo de mi hogar de origen con un sentido de plenitud; feliz y agradecida. Y conviven en mí una paz profunda y el estrés de mudarse. ¡La práctica me permite estar con ambas!

No dudo que vaya a encontrarme con algo importante que he visto en otras mudanzas. Y es, que esta actividad específica de sacar todas las cosas que un@ tiene (que menos mal que se han reducido con los años) tiene la particularidad de sacudir también nuestro sentido de identidad. Pensamos que somos las cosas que tenemos, los recuerdos, las tarjetas de identificación, de felicitación, la ropa y los zapatos que no hemos querido regalar porque les tenemos apego emocional, los papeles que nunca leemos, pero que definen algo de nosotr@s. Y yo, aunque tengo poco en comparación con lo que tenía cuando vivía con la hipoteca y los muebles lujosos de Tailandia e India, todavía quisiera tener mucho menos. Las cosas de más me pesan en el pecho.

Inevitablemente, necesito cosas. Por ejemplo, un escritorio y los artículos de mi gatichurri Malena, quien lleva conmigo 13 años y ha experimentado 10 de las 11 mudanzas conmigo. Tener una hija felina no me ha detenido. Aun así, esto de ver cómo una saca las cosas “de sitio” y también sus propias raíces puede provocar un gran estrés. No es solo que parece que el tiempo se detiene en lo que una empaca, se muda y desempaca, con lo que supone en términos de tiempo y energía, si no que emergen a flor de piel todas las emociones intricadamente guardadas entre todos esos recuerdos telarañados, algo amarillentos, engavetados y olorosos a humedad. “¡Mira, yo no me acordaba de esto!”, es normal decir. ¿¡¡¡¡Y por qué todavía lo guardo!!!!?? Tal vez no estoy lista para soltar —o crecer más allá de— esa parte de mi identidad. Tal vez sean cosas realmente valiosas, como los pendientes que usaba mi mamá, o los libros que —por más que haya intentado mudar mi biblioteca a e-books y he hecho grandes avances— siempre acabo comprando alguno que otro en papel, y guardo aquellos que no tienen formato electrónico. O me encontré una bandera de Puerto Rico tirada en la calle entre una protesta y otra contra Ricky Rosselló y me la llevé a mi casa (#TrueStory), porque la bandera no se deja tirada por ahí. 🇵🇷

Mudarse, ahora que lo veo mientras escribo, ha sido una manera de ir soltando las cosas que no voy a necesitar de todas maneras cuando me mude de este cuerpo.

Aún así, como soy mortal, esto no deja de causar estrés…

¿Qué hice hoy durante mi caminata? Self-compassion. Puse mi mano en mi corazón y reconocí:

1. Esto es estrés.

2. Definitivamente, no soy la única persona en el mundo que se está mudando… Y esta fue la parte interesante del ejercicio. Cuando abrí mi corazón a conectarme con otr@s seres que estuviesen mudándose, pensé también en las personas sin hogar, pensé en los refugiados sirios, algun@s de los cuales deben estar a la deriva en alta mar. Pensé en los vietnamitas que sufrieron un destino similar durante la guerra de Vietnam; the boat people, como los bautizó el maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh cuando abogó por ellos ante la ONU, en ocasiones sin éxito. Pensé en los inmigrantes. Pensé en los palestinos que han visto cómo se ha ido derruyendo la Franja de Gaza —se han ido quedando sin escuelas, sin oportunidades de trabajo, sin hogares, y están atrapados en ella— por el asedio de Israel. Pienso también, a medida que escribo estas líneas, en las mujeres que viven en un hogar violento, en su temblor nervioso porque no saben cuándo va a caer el próximo golpe, insulto o agresión, y no tienen a dónde ir; o en les que han sido expulsades de su casa por confesar que son LGBTTQIA (que todavía ocurre)… en l@s que se quedaron sin hogar tras el huracán María… 🇵🇷

También son nómadas.

3. Y deseé que tod@s tuviéramos un hogar digno. Que tod@s tengamos un hogar seguro. Que tod@s tengamos un hogar de paz.

Tal vez a eso me han sensibilizado todas las mudanzas; a expandir el corazón más allá de mis circunstancias, salirme de mí misma, del sentido del ser más pequeño y contraído que es el ego, para mirar la otredad como mismisidad. Hay menos “yo y mi circustancias”. Menos contracción. El estrés se alivia y puedo hacer la próxima tarea. Puedo preguntar cuál es el próximo pequeño paso, que es, comenzar a empacar la primera caja de libros. 

Me puedo acompañar y seguir deseando el bienestar de tod@s los demás. 

El self-compassion es como una madre que atiende a un hijo con catarro y le trae una sopa para aliviarlo. La madre no puede quitarle la enfermedad, pero su sola presencia de cuidado trae alivio. ¿Me puedo tratar con ternura durante esta transición? ¿Qué es lo que más necesito? Tal vez hacer una tarea y recordar estos tres pasos, respirar, darme una palmadita en la espalda, seguir a lo próximo, sabiendo que no estoy sola. Mi gatichurri Malena y mi ser sabio van conmigo; más todos los buenos deseos que esta transición ha generado.

Les invito a buscar algo que les inspire a practicar. Cinco minutos al día es suficiente. ¿Puedes sentarte a encontrar un ancla en ti y respirar? ¿Anclarte en tu respiración, tu cuerpo o los sonidos? Si tienes alguna dificultad, ¿es posible practicar self-compassion?

1. Esto es un momento de dificultad.

2. Hay otres seres que sufren igual que yo. ¡No estoy sol@!

3. Tanto ell@s como yo, merecemos alivio a nuestro sufrimiento. Merecemos paz.

¡Que tengan una buena práctica! (Y aunque no sea de total felicidad, que pueda aliviar su sufrimiento).

Que todes les seres tengan un lugar seguro.

Que todes les seres tengan alimento y refugio.

Que todes les seres tengan paz.

**Hace unos días, buscando entre mis correos previos, me topé con este email que les envié a los estudiantes del curso de Mindfulness y Self-Compassion hace un año. Me di cuenta que aquí había una crónica y sonreí. Sonreí porque, desde que escribí este relato —con el propósito de animar a los estudiantes a practicar self-compassion ante cualquier situación que sacuda sus cimientos— me he mudado tres veces más. ¡Sí, tres veces más en un año!

La primera fue a causa de los terremotos que abrieron las puertas de un año 2020 de incertidumbres. Tres semanas después, ya estaba de vuelta en mi casa. La segunda, porque me ocurrió el milagroso imprevisto de una pareja que no ha salido corriendo y que ha logrado que yo tampoco huya hasta perderme en el horizonte. Y la tercera mudanza, ha sido gracias al covid-19. Confieso que la mudanza más feliz que he vivido ha sido por amor.

Sonreí porque este escrito, que salió de mí misma hace un año, es el que me ayuda ahora nuevamente a hacer las paces con esto de ser nómada.

Nací cuatro años antes del año que marca el comienzo de la generación de los millennials. Estoy en la frontera entre la generación X y los hijos del cambio de milenio, por lo que me encantan las aventuras, visitar lugares que nunca he visto, estoy pegá de las redes sociales desde que se inventaron, me gusta tener la libertad de trabajar remoto desde cualquier parte del planeta, y tengo amistades y conocidos en otras zonas horarias. Prefiero esta libertad y la riqueza de experiencias a una hipoteca. Me encantan el campo, la siembra, soy reforestadora con gente más joven que yo, y creo que la agricultura ecológica es lo mejor del mundo mundial.

Así que, la aceptación de mi identidad generacional me ha ayudado a comprender que no es equivocado esto de ser nómada. Y que incluso, tal vez me ayude en el momento en el que me toque mudarme de esta cápsula humana a la próxima aventura cósmica. ¿Quién sabe a dónde se mudará mi alma? Las orugas que se arrastran en la tierra no son capaces de ver a las mariposas que vuelan justo encima, escuché decir hace años a mi primer maestro de Vipassana/mindfulness. Nosotres tampoco podemos ver a les ángeles. Tal vez, cuando salga de esta crisálida-cápsula humana, la pueda ver como todas las demás mudanzas, como una casita momentánea en la que habité. #

Te invito al próximo curso de Mindfulness y Self-Compassion que comienza el lunes, 24 de agosto de 2020 a las 6:30 pm por Sagrado Global. Puedes matricularte aquí: https://global.sagrado.edu/products/mindfulness-y-self-compassion-i-ago-sept-2020

Curso

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