Por Yaisha Vargas-Pérez, maestra certificada de meditación mindfulness (MMTCP), poeta, escritora, traductora y editora
Buscaba la serenidad ansiosamente… progamando mi cerebro incesantemente para reconocer y reproducir este estado fugaz de ser: sanador, necesario, útil.
Y entonces escuché:
La serenidad es fugaz, pero sigo tratando de atraparla como a la belleza de una flor desnuda, como a una brisa que sana. La serenidad es una quietud difícil de encontrar, inalcanzable, pero disponible si yo me detengo y dejo que suceda. La serenidad es el diminuto gorjeo de un pájaro, a veces en la distancia… ¿Cómo me siento justo ahora? Toco mi corazón, permitiendo que la ansiedad esté ahí. Perdonándome a mí misma.
Cuando toco la ansiedad con el cariño de una amiga, con mi corazón, se convierte en quietud.
Ya no zumba electricidad en mis nervios, ni se siente discordante.
Se abre, de ser un átomo a un lago.
La ansiedad tiene permiso para ser.
Ya no está atrapada entre un dedo y la pared;
en ser culpada y avergonzada.
Puede sonreír.
—Me dejan estar aquí; puedo pertenecer— dice, y se expande en un cosmos de quietud serena; le sonríen las estrellas.
—Tengo una voz— dice —puedo ser y sentir. Estoy viva. Veo el sol.
(Pausa)
Y ya no hay nada más que escuchar, solo la quietud llenando el espacio de lo que solía ser vacío con una satisfacción silenciosa. —Escucha— me dice —solías oír que llegarías a conocer la serenidad y la paz. Y ya lo has hecho. Pero no ha sido huyendo de mí o de ti misma, sino pasando el tramo de la tormenta y tocándome con compasión.
La ansiedad no es lo opuesto de la serenidad. La ansiedad es un deseo de serenidad y eternidad atrapado en la creencia de que solo estar aquí no es suficiente.
Escrito en una clase de mindful writing con Amy Spies, agosto de 2020.
