por Samadhi Yaisha/Especial El Nuevo Dia, originalmente publicado el domingo 28 de noviembre de 2010 en “Por Dentro”.
Sentada frente a mi pequeño altar, rasgaba las cuerdas de la guitarra buscando alguna alabanza de consuelo. Me esperaba un reto formidable que sabía no podía eludir. Cerré los ojos y murmuré: “Aparta de mí este cáliz”. Miraba la figurita del dios hindú Shiva, quien a veces representa la fuerza destructora en el Universo. Lo había adquirido antes de que todo comenzara a derrumbarse. Shiva parecía danzar, en el centro de una rueda de fuego, sobre mi ego chamuscado.
—Por qué rayos lo habré comprado— me repetía.
Había atravesado en una terapia los primeros cuatro pasos para desengancharme de la codependencia. Como era necesario todo el apoyo posible, simultáneamente asistía a terapia, dos grupos de apoyo, a meditaciones en la playa y a un curso espiritual.
Me tocaba el quinto paso -llorar las pérdidas, arrancarlas de raíz, entrar en contacto con el coraje que nunca había expresado, atravesar la tristeza y llegar a la aceptación y al perdón-, etapas de duelo descubiertas por la siquiatra suiza Elizabeth Kübler-Ross. Ya no convoqué a uno, si no a todos los maestros espirituales que conocía.
Aunque era el último tema que debía trabajar en este paso, el perdón hacia una misma se discutió en todos los foros de apoyo en la misma semana. “Ok, ¡entendí!”, le dije al Universo.
Me senté en el Parque del Indio en Condado con varias bombas de helio rosadas y verdes, los colores del chakra del corazón, desde donde quería perdonarme. Lo “imperdonable” que enumeré en seis páginas y trabajé en cada foro cupo, apiñado, en dos globos en los que escribí: “Me perdono por…. Lo suelto, lo dejo ir y lleno el espacio vacío con amor y aceptación”. La brisa elevó las culpas. Seguí los globos con la mirada hasta que desaparecieron. Me sentí más liviana. Jamás había intentado perdonarme a mí misma. Pensaba que no era posible. *
Un turista español se acercó:
—¿Le estás escribiendo a alguien allá arriba?
—Adiviné su rostro de sicólogo y sonreí.
—¿Te ha quitado peso? Me imagino que también estás enviando cosas buenas, ¿verdad?
—Sí.
—¡Qué bien! ¿Me puedo copiar tu ejercicio?
—No es mío, pero ¡claro que sí!
Se alejó muy contento. Me pareció maravillosa su interpretación del ejercicio: escribir cartas a los que se han ido.
Este ejercicio allanó el camino para trabajar el duelo:

Shock y negación
Tardé en identificar, a través de la meditación, la coraza de autoprotección que había construido desde niña por haber crecido rodeada de sacudidas emocionales constantes. La pared se había vuelto tan gruesa y obsoleta que dificultaba mantener relaciones saludables con los demás. En esa coraza había sentimiento estancados, también estaban las adicciones, las máscaras que usaba para negar los sentimientos verdaderos. Y era el mayor obstáculo para sanar. Identifiqué que lidiaba con los zarandeos emocionales aguantándolos y pretendiendo que no habían ocurrido.
Un domingo asistí a un curso holístico. Acostada en el suelo y con las luces apagadas, comenzó a sonar una guitarra. Con las primeras notas, pude sentir la coraza; justo en el centro del pecho, hacia adentro. Estaba viva, latía y me hincaba. Las notas musicales le iban quitando la cáscara y mi cuerpo empezó a temblar. Sentí náuseas y unas ganas increíbles de dejar salir aquel llanto revestido de coraje que quería estallar como un géiser de fuego. Pero hice lo que aprendí de niña, me acurruqué y aguanté lo que sentía, porque además, ya me habían dicho que aquél “no era el foro” para llorar. Así que volví a comprar globos.
Coraje
Corrí a la playa y me sumergí, haciendo las respiraciones vigorosas de la Meditación Dinámica de Osho para desinflar aquella bomba de tiempo que latía dentro de mí. Busqué mecanismos para sacarme de adentro aquel alien que parecía morar en un lugar bajo y maloliente de mí, como si hubiese levantado la alcantarilla del subconsciente y estuviese viendo correr las aguas podridas que no había limpiado. Entendí cómo el coraje sin manejar podía terminar en un crimen. Lo ideal era hallar un centro de terapia donde pudiera pegarle a una pared con un bate de hule, pero averigüé que el único sitio en Puerto Rico que se dedica a ello existe en la penitenciaría estatal, cuando ya es tarde para evitar un daño social.
Me tocaba crear mi propio centro de manejo de coraje. Busqué cojines, almohadas, mantas y todo lo que me sirviera para amortiguar puños. La arena de la playa y el agua del mar recogieron y limpiaron mi rabia durante 32 días. Parecía el entrenamiento de Rocky Balboa. Cada mañana pedía ayuda divina y escribía las emociones que necesitaba despejar. Todas estaban relacionadas a las pérdidas que había vivido.
Algunas no querían salir, o parecían retos grandes para exorcizar. Medité en mi cuarto más oscuro y apartado, como si esperara al enemigo. Allí le vi la cara al ego de sufrimiento que detenía el proceso. Allí grité desde el centro del planeta. Reverberaban mis vísceras y expulsaban memorias viejas en forma de burbujas.
Escribí: “Hoy lloro mis pérdidas para poderlas soltar. Exorcizo este ego de sufrimiento que no me deja ser feliz. Hoy decido morir a todas las circunstancias que no me dejan avanzar… Jamás había llorado desde tan profundo”.
Los procesos eliminatorios en mi cuerpo parecieron acelerarse y perdí más peso. El monstruo de emociones no manejadas se desinflaba y yo también.
Necesité ánimos para seguir. Cayó en mis manos la película “Facing the Giants”. Las frases “¡No te rindas!” “¡No te desanimes!” “¡No pierdas la esperanza!” me acompañaron durante el tramo.
Llamé a una amiga. -Me alegro de que hayas podido sentir coraje, porque podrás perdonar con honestidad.
El terapista también lo celebró. Los episodios de depresión que había vivido eran nada menos que procesos de pérdidas estancados; el coraje invertido hacia adentro. Y yo estaba limpiando el pus.
Depresión
Cuatro o cinco días después sobrevino la calma. Durante dos días hubo un silencio abrupto, como la desolación luego de una tormenta que deja escombros. Aún dolía un poco, como la herida a la que le raspan el pus. Supe que atravesaba este paso porque mi hogar se desorganizó y no tenía ánimos para recoger nada. Duró pocos días.
Negociación
Con Dios, para que le diera atrás al tiempo y me devolviera los días en los que sentía que pertenecía. Y una conversación de seis horas en las que relaté a un alma noble por qué creía que lo que había vivido había sido una cadena de errores. E ego de víctima todavía rondaba el territorio. Era parte del proceso.
Tristeza
Lágrimas menos intensas terminaron de limpiar lo que ya no podía recuperar. Era la respuesta saludable a las pérdidas, el contraste de manejarlas atiborrándome de azúcar, trabajo, televisión o alguna relación disfuncional.
Perdonar y aceptar
Utilicé las herramientas de todos los procesos que estaba viviendo. Las listas de personas para perdonar y pedir perdón eran prácticamente iguales. Escribí cartas, e-mails, hice visitas inesperadas, escribí por Facebook, llamé por teléfono…. y solté otro par de globos.
Hasta que una mañana de septiembre me levanté con el aleteo cotidiano de mis pensamientos, pero ya no provocaban emociones dolorosas. Hice una prueba. Los peores recuerdos ya no provocaban llamaradas en mi corazón. Y escribí: “Me levanté con el pecho liviano, como si un milagro me hubiese acogido…” En aquella mañana soleada de otoño, comencé a saborear la paz.
La autora es un ser libre.
*Hoy en día no haría este ejercicio con globos de helio. Caen al agua y las criaturas marinas los confunden con comida y pueden morir.

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- Anamar Leen Sabes q? S bueno sumergirse para demostrar a otros buzos cómo salir a salvo hacia la superficie. :)November 28, 2010 at 6:38pm · Like
- Abhi Samadhi Jajaja!!! Bueno, yo no me sumergí TANTO en la playa de Ocean Park, pero creo que sí en mí misma, al menos mucho más que antes! Abrazos.November 28, 2010 at 11:53pm · Like
- Anamar Leen Lol!!!! :DNovember 29, 2010 at 5:48am · Like
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