“La uniformidad lingüística impuesta no es uniformidad. Es opresión. La única uniformidad que existe realmente es la diversidad”.
Por Yaisha Vargas-Pérez / crónica publicada el domingo, 1 de julio de 2018, en el diario puertorriqueño El Nuevo Día
No, no es un error. La palabra todes existe. Es parte del vocabulario personal de una niña argentina, quien le dio a su maestra una lección de derechos humanes. El video, divulgado en la página de Facebook @ajplusespanol, fue visto más de 1.5 millones de veces en una semana.
—¿Qué te dijo la seño hoy? ¿Qué pasó?— le preguntó una adulta a la niña.
— La seño me dijo que el “todes” no existe y yo se lo explico, se lo explico, se lo explico, y la seño dice: “No, no existe”. Y por más que ella me diga que no existe, yo lo sigo teniendo en mi vocabulario. Ella me dijo: “A ver, qué significa”. Y yo le dije que los, las y les trans no se sienten identificados con todos y todas; que hay trans que se sienten hombres, hay trans que se sienten mujeres, pero que hay algunos, algunas y algunes que no se sienten ni hombres ni mujeres, y los, las y les trans reclaman eso. Y también las feministas reclaman. Nosotras, nosotros y nosotres respetamos cómo nos queremos llamar… Entonces, nosotras, nosotres y nosotros también tenemos que respetar cómo se quieren llamar ellos, ellas y elles.
—Perfecto. ¿Y qué te dice la seño? Porque… ¿te pasó con una o con varias?— preguntó la adulta.
—Con todas… Mi amigo me dice, cuando hablo con lenguaje de género: “Ay, basta con esas palabritas”. Pero yo le digo que no es una palabrita, es un derecho… En mi grado, estamos acostumbrados, acostumbradas y acostumbrades a defendernos entre sí, todos, todas y todes. Entonces, la seño dice: “Pero qué, ¿acá todos son abogados?”. Y yo voy a su escritorio y le digo: Seño, una cosa. Yo no soy abogada, pero no necesariamente tenés que ser abogada para defender derechos.
Decirle a la niña que este lenguaje es repetitivo e innecesario es como decirle que es innecesario incluir a la gente que se siente excluida del término “todos”, porque no lo sienten como un término neutral, sino masculino. Me sentí inspirada y feliz de que la niña se atreviera, a su edad, a combatir una doctrina para la cual yo no tuve herramientas de oposición. Cuando me decían en la escuela que el término “hombre” incluía a las mujeres, yo no lo creía del todo. No tenía sentido. No me veía en los libros que hablaban sobre la historia “del hombre”. Se referían a alguien lejano a mí. Pero había que cumplir con los exámenes y las buenas notas sin importar cómo una se sintiera. Ahora, cuando traduzco y encuentro la palabra inglesa “man” refiriéndose al género humano, la escribo en español siempre como “ser humano”. Quizás en poco tiempo sea “seres humanes”. Las, los y les trans, y todo el arco iris de la comunidad LGBTTQIA, así como todes les seres humanes, somos parte de la humanidad. Pertenecemos y existimos en el lenguaje.
Graduada como la valedictorian de mi clase de escuela superior y “summa cum laude” en la universidad, seguía sin cuestionamientos los mandamientos lingüísticos de les profesores y de la Real Academia Española, y me reía de la gente que no los seguía. Me parecían ridículas las propuestas vanguardistas como eliminar la “h” para facilitar el aprendizaje del idioma y acerlo (sic) más accesible, sobre todo para aquelles con menos acceso a la escolaridad. No había escuchado entonces voces que dijeran lo suficientemente alto y fuerte que el idioma es una construcción social y es maleable. Se puede modificar para incluir la expresión de las minorías, que somos muches. No conocía el lado rebelde de los lingüistas. Hoy en día, cuando logro entender lo que alguien me quiso escribir, con todo y las faltas ortográficas (según la RAE), ni me río, ni le corrijo si no me ha contratado para ello, porque ya es suficientemente difícil poner en palabras lo que una tiene aprisionado en el corazón, como para que —tan pronto tengamos la valentía de decirlo— alguien opine que lo dijimos mal. Es como señalar que el error es la persona. Por lo tanto, “todes” no está mal. Está incluido, existe y pertenece.
La uniformidad lingüística impuesta no es uniformidad. Es opresión. La única uniformidad que existe realmente es la diversidad. El idioma que hablamos es una de varias lenguas romances que evolucionaron a partir de una lengua madre (algunos expertos dicen que fue del latín vulgar, otros, de un italiano antiguo). Evolucionó porque no estaba rígidamente escrita, sino que se adaptó al uso y costumbre de quienes la hablaban. A final de cuentas, ¡la lengua es nuestra! Por lo tanto, sí podemos usar en nuestro vocabulario personal aquellas palabras que necesitemos para definir quiénes somos y cómo queremos que se refieran a nosotres. Es un derecho de expresión que nadie nos puede quitar, y es un camino hacia un mundo que sea de todes, ¡y para todes!
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