90 días: Reclamar que sí somos

por Yaisha Vargas Pérez / columna publicada el domingo 18 de septiembre en el diario puertorriqueño El Nuevo Día

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El sufrimiento causado por el abuso de poder quebranta necesidades humanas fundamentales como la libertad de Ser y la realización. Cuando esto ocurre, surgen líderes comunitarios que se enfrentan a las autoridades que hacen sufrir a la población. El sacerdote católico salvadoreño Óscar Romero fue asesinado en 1979 mientras oficiaba la misa por defender férreamente a los campesinos oprimidos y denunciar las violaciones de derechos humanos por parte del gobierno en El Salvador.

En la década de 1970, hubo un genocidio en Camboya en el que se estima que murieron hasta 3 millones de personas. El monje Maha Ghosananda dirigió marchas de paz por campos minados y territorio aún controlado por el régimen de Khmer Rouge para devolver a los aldeanos a sus comunidades y reunir familias separadas durante 15 y 20 años.

La monja vietnamesa Chan Khong narra en su libro “Learning True Love” cómo monjes y monjas arriesgaban sus vidas llevando alimentos y construyendo escuelas en aldeas remotas en medio del conflicto entre Vietnam del Norte y del Sur en la década de 1960. Hubo monásticos asesinados y otros se inmolaban mientras meditaban para llamar la atención local e internacional sobre lo que ocurría. Una de las mejores amigas de Khong se inmoló.

Nhat Chi Mai dejó poemas y cartas pidiendo que todas las religiones trabajaran juntas por la paz. Su muerte movilizó a un número de personas en esa dirección.

El principio que motivaba a estos líderes era liberar del sufrimiento a tantos seres como pudieran.

En Puerto Rico estamos sufriendo agudamente: la corrupción, el éxodo y el hambre son muestras de ello.

Sin embargo, hay otro sufrimiento principal que no se ve: el dolor de no ser. Se disfraza con la apariencia de que tenemos más que “esos países pobres” mencionados arriba y porque, de vez en cuando, aparecemos en el mapa internacional a través de los deportes u otros ámbitos. Por unos momentos, se nos desborda la alegría de Ser, pero pronto volvemos al anonimato, a la parte de atrás de la guagua, como cuando la segregación racial era legal en EEUU.

El dolor de no ser y el creer que no podemos van de la mano con la dependencia política y económica: el trueque de tener seguridad económica (que ya se acabó) a cambio de ser invisibles. Estos sufrimientos son la raíz de la explosión de violencia que vivimos. Da la impresión de que en nuestra nación no ocurren siniestras violaciones a los derechos humanos, pero eso es solo apariencia.

Todos los días nos pega una dolorosa disfunción que no entendemos de dónde viene, un genocidio silente que nos aniquila por dentro.

La amenaza de que se revierta la abolición a la pena de muerte pulula por el tribunal federal. La Junta de Control Fiscal nos ha halado 118 años hacia el pasado. Su interés en nuestra salud fiscal es que los bonistas recuperen su dinero, con la ironía visceral de que al menos uno de sus miembros contribuyó a la deuda.

Igual que en 1898, somos despojados de lo que era —o creíamos que era— la autonomía, el camino hacia la realización. Y esta violación al derecho humano de realizarnos nos desangra emocional y espiritualmente. Nos mantiene encadenados al sufrimiento. Ser es una necesidad fundamental. Es un llamado espiritual y es nuestro propósito de vivir.

Exteriorizamos nuestra desesperanza y rabia con los políticos locales vociferando burlas y cinismo creativo en las redes sociales para competir por los “likes”. Pero esa es una forma de escapar de nuestro sufrimiento.

¿Nos queda, acaso, alguna otra vía que la lucha? ¿O nos vamos a burlar también de los que comienzan a dar el frente en lo que se vislumbra será una larga batalla por ser nosotros mismos? Los líderes comunitarios mencionados actuaron desde su libertad interior, superaron sus barreras internas de sufrimiento para ayudar a otros. ¿Podremos sanarnos por dentro y soltar los obstáculos del cinismo, la burla y la división?

Tras los nombramientos decepcionantes en la Junta que nos gobierna, somos una nave sin capitán y a la deriva. En vez de criticar a los que están haciendo algo por lograr visibilidad internacional sobre nuestra situación, ¿podríamos aportar a su estrategia para que nos incluya a todos? Ya hicimos eso en Vieques. Ya sabemos reclamar que sí somos. Agarremos el timón.

En Facebook, 90 días: Una jornada para sanar

90 DÍAS es una columna que se publica domingos alternos

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