Por Samadhi Yaisha crónica publicada el domingo 25 de enero de 2015 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día

“Acabo de renunciar a mi trabajo tras leer tu columna ‘Un salto de fe’. Era lo que necesitaba para dar el salto”.
Me quedé fría con aquel email. La mujer que me escribía y que yo no conocía dejó un puesto bien remunerado tras leer el acometimiento de mi locura de 90 días. Yo sembré los codos en mi diminuto escritorio de maquinilla y me tapé los ojos y la frente con las manos, aplastándome los cachetes, deseando ser avestruz. “¡Qué he hecho!”, me repetí.
Era octubre de 2011, y Dianiluz Cora dirigía el Departamento de Cultura del municipio que la vio crecer, cuando leyó una crónica de 90 días titulada “Un salto de fe”. En ella, narré lo que ocurrió cuando aterricé en mi tercer destino, con el dinero escaso, en víspera de Nochebuena en el medio oeste de Estados Unidos y sin un lugar para dormir. El único hotel que conocía en la ciudad había cerrado operaciones por los días de fiesta, pero por “error” me habían permitido hacer una reservación por internet. La empleada del hotel que se quedó para explicarme que no podría dormir allí me regaló una revista. En ella encontré un artículo escrito por Tama Kieves, abogada graduada de Harvard, quien renunció a un empleo de mucho dinero porque quería perseguir su sueño de escribir. Kieves pasó de trabajar entre abogados de alto calibre a vestirse con el delantal de una mesera. Tardó doce años en sanar su pasado y sacar su primer libro. ¡Doce años! El hotel cerrado me proveyó un “voucher” para que otro hotel me permitiera pasar la noche allí, tras una negociación telefónica que ocurrió mientras yo moría de cansancio. Aquella experiencia enfocó todas mis energías en el momento presente. “¡Sólo necesito poner un pie enfrente de otro!”, me dije. Una vez llegué al cuarto de hotel, abrí la revista “Unity Magazine”. El papel brilloso absorbió mis lágrimas. Tama no aguantaba su trabajo y quería ser feliz. Yo anhelaba felicidad.
Dar el salto
Dianiluz también. Por eso dio el brinco para convertirse en coach de empoderamiento y me escribió. Sólo que, al momento de ella seguir mi historia, mi vida era aún una sopa orgánica y amorfa—un huevo crudo desparramado. Yo no podía dirigir a nadie a transformar su vida porque aún no había descifrado la mía. Tuve pavor y oré por ella, por mí y por todos los que querían saltar más allá del sufrimiento hacia su realización personal. El secreto de Tama fue el tesón. En doce años no se rindió, y logró el bestseller “This Time I Dance! Creating the Work You Love.”
Lo que Dianiluz no sabe es que su gesta le inyectó fuego a la mía cuando me levantaba de mi peor recaída y atravesaba uno de mis momentos más cruciales. “Más vale que yo salga adelante, por las personas que, como ella, han leído mis crónicas y se han lanzado a crecer. Por favor, Universo, que yo pueda sanar, y que a ella le salga todo bien”.
El verano pasado, Kieves visitó Unity Village, donde vivo ahora. Estaba muy agradecida por la energía que Dianiluz compartió conmigo, y por la fuerza que sentí al saber que ella seguiría su corazón. Cuando Tama firmaba sus libros, le narré con entusiasmo cómo su artículo me salvó de la desesperación aquella noche y ayudó a otra persona a lanzarse a su misión de vida. Su respuesta fue “¡Wow, wow, wow!” Se le iluminó el rostro y le dedicó un libro a Dianiluz, el cual llevé con mucha alegría a Puerto Rico en junio pasado y le entregué en el aeropuerto. Quería agradecerle por haberle dado oxígeno a la llama de mi jornada. Eso fue todo. Jamás pensé que se transformaría, meses después, en el libro “Tocando cielo: una guía de poder para quienes han tocado fondo”.
A mediados de 2014 recibí por correo una caja de Dianiluz y confieso que me convertí de nuevo en avestruz. No la abrí hasta diciembre. Su historia y toda la gente que había tocado crecía tanto que prefería no mirar. No quería descubrir otro acometimiento aventurero. Yo sólo escribía porque quería sanar con todas mis ganas. ¡Eso era todo!
Cuando tuve la valentía de abrirla, me topé con una carta tierna y profunda, la figura de un vórtice y otros regalos. Me arrepentí de no haberla abierto antes, sobre todo por su epístola y por la amistad que representaba.
Nos vimos en diciembre por segunda vez. Escuché lo que llamo “pareceres imposibles”. Logró convertirse en coach en medio de la crisis económica, negoció con el banco para no perder su apartamento y vio como casi le embargan el carro. Así como surgían dificultades, también llegaban bendiciones, como los fondos para su primer libro “Tocando cielo”. Entre las anécdotas, me narró: “En otro momento, (la Autoridad de) Energía Eléctrica dejó de cobrarme porque estaban ‘revisando la cuenta’ y era que yo no tenía dinero para pagarla … Cuando el dinero comenzó a moverse, entonces ellos encontraron lo que pasaba. Llegamos a un acuerdo para yo poder pagar lo que debía. Realmente, todo iba confabulando para que yo pudiese alcanzar mi sueño de ser escritora y pudiese continuar mi misión de empoderamiento de las personas. Para mí es una pasión ver que las personas puedan conectar con esa fuerza que mueve sus vidas a otro nivel, y hay un sentimiento de apoyar la libertad de los seres humanos que va de la mano con ese empoderamiento. Mi misión es que las personas literalmente se sientan en libertad plena de decir que son lo que son, de sentir lo que quieran sentir, de vivir a su forma y a su manera. Esa libertad es posible”. Así nació su misión: Vortex Global Coaching.
Cuando comencé a leer su libro “Tocando cielo”, me aguanté el corazón. Allí cuenta que, tras nuestro encuentro en el aeropuerto en junio, lloró en su balcón frente al Río Grande de Loíza. Días antes, escribió un poema premonitorio. El Universo le anunciaba que le tocaba sentarse a escribir. Yo sólo fui a darle las gracias. El resto lo hicieron todo ella y el Cosmos. Pero quizás así funcionan las cosas. Yo también escribí un “poema premonitorio” antes de partir a India, una pieza épica que me dio pistas durante mi viaje. ¡Cuán poderosa es la escritura cuando una se entrega sin reservas a lo divino!
¡Gracias, Dianiluz, por todas las diosidencias! Porque te leo y me leo, y conozco el estado de inercia del que parece que una no va a despertar, el miedo paralizante que no deja a una hacer ni lo más básico. La crisálida que parece que no va a acabar jamás. La entrega a lo desconocido cuando no queda nada más por hacer. Las miradas soslayadas que te susurran: “estás loca”… Pero también, las nuevas almas que abren su corazón y lo explayan en ayuda. Los “cheerleaders” espirituales que insuflan ánimo y te empujan a confiar en la guía interna aunque parezca no tener sentido, y los benefactores que no te sueltan sin importar lo que ocurra. Ese grupo termina siendo más grande y más brillante. Y la dulce y sublime resurrección, cuando lo Divino te dice sin dudas: pasaste todo eso, porque viniste a hacer esto.

Yo también me pregunté: “¿Qué hago aquí?” y “¿Hacia dónde va mi vida?” Lo que el Universo me ha asignado a hacer ahora no lo pude haber diseñado sola. Agradezco tu vórtice de sabiduría, pues el vacío no es un lugar terrible, es una sopa orgánica necesaria para crecer. Gracias por tus enseñanzas espirituales, tus 16 años de aprendizaje, las leyes y procesos que pones a disposición de todos. Gracias por elevar la vibración del planeta con tu “enchule” con la vida, por incluir a todos en tu barco de experiencias y en la playa en la que descubriste de qué estamos hechos. ¡Por tu definición de que TODOS somos la divinidad! Me da alegría haber escuchado de ti: “Escribir este libro ha sido una aventura de fortaleza, y de mucha, mucha felicidad”. Veo tu misión resumida en tu nombre: una combinación del término “Dhyana”, el séptimo paso en la yoga justo antes de la iluminación, y “Luz”, la resurrección. Con tu vórtice de poder, ya estás guiando vidas que atraviesan el punto más difícil de su noche oscura hacia la diana plena, el amanecer total. ¡Te auguro mucho éxito!