Por Yaisha Vargas / crónica publicada el domingo 3 de abril en el diario puertorriqueño El Nuevo Día
Tras estudiar a Kuan Yin, busqué una representación femenina de la compasión en otras tradiciones, como asignó Mirabai Starr, la maestra interespiritual con la que estudiaba. En cada búsqueda, encontraba a la Divina Misericordia. Volví a indagar y obtuve el mismo resultado, esta vez junto con la imagen del Sagrado Corazón. Comencé a leer sobre ambos y a recordar sorprendida que, durante mis años de ateísmo, me topaba constantemente con el Sagrado Corazón.
En una semana, tres incidentes explosivos dinamitaron las puertas de mi corazón, detonando sentimientos muy difíciles. La última capa de mis adicciones –que sanaba mediante la meditación y el apoyo grupal– era la disfunción emocional: un apego tenaz a las emociones extremas de agitación, ansiedad, preocupación excesiva, rabia, depresión e impulsividad. Cada ser humano la experimenta de manera diferente: miedo a la gente y al abandono, la búsqueda ansiosa de la aprobación, vivir desde la vergüenza, la culpa, la lástima y con un sentido de insuficiencia. Cuando no somos conscientes de esta adicción, crecen otras y se expande la sombra: codependencia, desórdenes de alimentación, alcoholismo, adicción a las apuestas, los juegos, las drogas, la violencia y la guerra.
Cuando el desorden de alimentación con el que lidié llegó a un punto de remisión,
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