Por Yaisha Vargas / columna publicada el domingo 13 de diciembre de 2015 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
Tras mi escrito más reciente sobre la igualdad de derechos para las parejas del mismo sexo, un lector expresó su desacuerdo. Opinó que la columna estaba bien fundamentada en términos legales, pero no teológicos. Al principio, su tono de escritura me pareció ecuánime, hasta que leí la palabra “pero”, seguida de una letanía de citas bíblicas y un discurso que aparentaba ser liberal, mas sentía que disimulaba dogma e intolerancia.
Podía percibir su frustración, y yo también comencé a hervir de antidogmatismo. Estaba lista para enfilar mis dedos y disparar con el teclado, echarle en cara fuentes teológicas y terminar con una frase ingeniosa, con mi caso respetuosa y perspicazmente sometido… cuando algo me detuvo. Sentía que contestar de esa manera me empequeñecía, aunque pensara que yo tenía la razón. Me senté a meditar. ¿Cuál era mi propósito? ¿Acaso perpetuaría una diatriba sin fin? ¿Verdaderamente utilizaría mis palabras para aliviar el sufrimiento de otros seres humanos? ¿Respondería desde el miedo?
Para nuestra mente, el tener la razón y el apoyo de la tribu es una cuestión de supervivencia. Nuestro cerebro todavía teme que nos quedemos solos en la selva y nos devore un tigre dientes de sable. Tan importante ha sido para los humanos defender el honor, que antes la gente se mataba en duelos por ello. Se fusilaban por las palabras. A veces aún pasa. Tras el desahogo del lector, la observación minuciosa de mi mente me dio la oportunidad de hacer una pausa y decidir si me enredaba a las cornadas como los antílopes, a las pistolas como los vaqueros, si embestía a alguien con una lanza montada a caballo, o si aceptaba la invitación que me daba la Vida para que viera las causas del sufrimiento en mí y en la otra persona. Quizás respondería de otra manera.
¿Qué hay debajo del coraje?
Dolor. Debajo del coraje hacia alguien que nos dice que no tenemos razón yace un dolor profundo que no estamos listos para expresar. Esa angustia es nuestra respuesta ante la pérdida de algo que pensábamos que era nuestro: la verdad. El dolor de no tener la razón le envía el mensaje a nuestro cerebro de que estamos en peligro de morir, así que intentamos rechazar la experiencia. Al tenerle aversión a nuestro dolor, creamos sufrimiento.
Jack Kornfield indica en su libro “La sabiduría del corazón: Una guía a las enseñanzas universales de la psicología budista” que “la aversión, el coraje y el odio son estados mentales que atacan a la experiencia (humana), empujándola lejos de nosotros, rechazando lo que el momento nos presenta. (Estas emociones) no vienen de afuera. Esta introspección es contraria a la manera en la que, por lo regular, percibimos a la vida… Por más dolorosas que sean nuestras experiencias, son solo experiencias dolorosas hasta que les añadimos la respuesta de la aversión y el odio. Solo entonces surge el sufrimiento… Al igual que una enfermedad autoinmune (causada por un sistema inmunitario que ataca a las células del propio organismo), nuestra reacción errónea de odio no nos proteje, más bien se convierte en la causa de nuestra infelicidad constante”.
Me senté a observar mis sentimientos. Aunque era un tema vulnerable para mí, quería saber si debajo de aferrarme a tener la razón había dolor. Y sí lo encontré: Me causaba dolor ver cómo se utilizaba una escritura que se llama sagrada para condenar a otro ser humano. Que se utilice la religión que habla de un Dios de amor para rechazar a un ser humano por ser homosexual, desterrarlo, y decirle que Dios lo odia, intentando negarle así su derecho inalienable a establecer una relación con la divinidad que respira y late en sí mismo, y que es su relación misma con la Vida. Escuchar que un ser humano no tiene acceso a Dios porque no cumple con unas reglas religiosas especifícas es como escuchar que no pertenece en el mundo, como si no mereciera vivir. Es doloroso. Me parece un discurso peligroso.
El ejercicio también me llevó a tratar de ponerme en los zapatos de la otra persona. ¿Cuál sería su posible dolor y pérdida? Entendí que podía ser desolador perder el control sobre la opinión pública y el control político en un asunto en controversia como en ese momento lo era el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ello implicaba que el Estado se alejaba de las reglas religiosas y seguía el principio de la separación de iglesia y Estado. Quizás surge el temor de que esa religión ya no se sienta protegida o favorecida por el Estado. Es una gran pérdida. Intuyo que ello genera miedo e incertidumbre.
Cuando vi mi dolor sin que lo protegiera una capa de coraje, cuestioné si mi miedo representaba la verdad. Entonces entendí que no es posible que una religión pueda arrebatarle a una persona LGBTT su derecho de conectarse con la divinidad, si quiere, y como mejor entienda. La libertad espiritual es su derecho garantizado por la Constitución y por la Vida misma. Y hay personas que no necesitan una religión para establecer esa conexión.
Asimismo, comprendí que la separación de iglesia y Estado beneficia a las iglesias, las protege de que el Estado les imponga sus creencias. La libertad de religión también las protege. No están obligados a casar parejas homosexuales si ello no es parte de su credo.
Por lo tanto, no había razón para el miedo.
Una adicción extremista
La adicción a tener la razón dice: “Yo estoy bien y tú estás mal”, “Mi religión o creencia es mejor que la tuya”, “Este es el único camino hacia Dios” o “Esta es la única manera de ver las cosas”. Esta idea es la misma semilla que en estos momentos siembra terror en el mundo.
ISIL (Estado Islámico de Irak y el Levante, entre otros nombres) asegura que su líder fue enviado por Dios –y es descendiente del profeta Mahoma– con el propósito de crear un solo estado musulmán. Reclaman autoridad militar, religiosa y política sobre todos los musulmanes en el mundo y han hecho un llamado a los musulmanes en países occidentales como Francia y Canadá para “desbaratar” a los “infieles”. Enlazan su discurso violento con teología. Han ocupado territorios en Irak, Siria, Libia, Nigeria y Afganistán y tienen grupos satélites en otras partes del mundo. Aprovecharon el conflicto entre el gobierno de Siria y grupos rebeldes para incrementar el enfrentamiento y la confusión, lo que ha provocado una crisis de refugiados que quizás es la más grande en la historia. Muchas organizaciones islámicas aseguran que ISIL es, en realidad, anti-musulmán. Según un informe de la ONU, ISIL pudo haber cometido genocidio y crímenes de guerra contra otros grupos étnicos y religiosos en los territorios que ocupa. Ello además de los actos terroristas cometidos en París.
La adicción a un solo punto de vista religioso es capaz de llegar a estos extremos. Los cristianos también mataron “infieles” en las cruzadas durante la Edad Media y cometieron genocidio contra negros esclavizados y naciones indígenas enteras durante la colonización en América.
Es posible soltar la necesidad de tener la razón, dejar de sufrir por ello, y aprender a alzar la voz a favor de una causa en vez de desgastar energía en contra de alguien más.
Al desarrollar una respuesta coherente, primero entendemos el dolor que nos ha causado la situación, y reconocemos la rabia y la aversión que tratan de protegernos de sentir ese dolor. Hacemos una pausa antes de decidir cómo reaccionar.
La verdadera fortaleza
Según Kornfield, tratamos de ser fuertes mediante el odio y la agresión. Pero vivir en un campo de batalla nos hace más débiles. Lo opuesto a la conducta agresiva no es tampoco la pasividad, es la fortaleza verdadera. “Cuando dejamos ir la agresividad, descubrimos la fortaleza verdadera, una valentía natural, la bravía para enfrentar nuestro miedo y dolor, y responder sin odio. Martin Luther King, Jr. llamaba a esta fortaleza inquebrantable ‘fuerza del alma’. En la Grecia antigua, se describía al coraje como una emoción noble, pues levantaba la voz contra las injusticias. La no violencia lleva este sentido de justicia con un corazón amoroso. Mahatma Gandhi reconoció que ‘la no violencia requiere más valentía que la violencia’.”
El psicológo budista añade que “la verdadera fortaleza sabe que hay dos grandes poderes en este mundo”: el de aquellos que no le tienen miedo a matar y el de aquellos que no le tienen miedo a amar.
Entendí que mi “enemigo” no había sido la persona que estaba en desacuerdo conmigo, sino la posibilidad de haberle dado espacio al odio dentro de mí. No estoy en contra de los cristianos, estoy a favor de que las personas LGBTT, entre las cuales también hay cristianos, vivan sus derechos en paz, con alegría y a plenitud.
No tengo un enemigo verdadero si mi intención es abogar por el amor entre dos seres humanos adultos y conscientes. Y el método más efectivo es promover, con una voz más alta y fuerte, que se continúen festejando el amor y la posibilidad de adopción para las parejas del mismo sexo. Si alguien levanta una pared en oposición, que sirva para escribir en ella mensajes de amor y celebración.
En Facebook, “90 días: una jornada para sanar”
Foto por: wayoutonthecorner.blogspot.com