Por Samadhi Yaisha / crónica publicada el domingo 25 de noviembre de 2012 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
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Ninguna experiencia está exenta de un extenso currículo de aprendizaje.
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Abrí mi cuenta de Facebook y vi que había ocurrido un derrame verbal. Había desembocado allí la rabia de un ex-colega, frustrado por lo que yo iba escribiendo. Yo sólo narraba mi experiencia de dolor y superación, de sentir mi autoestima asestada contra el concreto tras haber creído a ciegas y sin límites personales ni económicos en una promesa de sanación holística. Su río de vocablos sólo fue una extensión del mensaje que recibí tras bastidores de manera verbal y no verbal durante los últimos 90 días que estuve en Puerto Rico: estás enferma; cómo esperas que te aguantemos así; busca ayuda en otro lado. Al final, la descarga iba firmada “en amor incondicional”. En algunas cosas sí estábamos de acuerdo: compartíamos mucho dolor y percepciones diferentes. Mi primera reacción fue de mucho coraje y agarré la piedra que cayó en mi página para seguir levantando un muro de contención.
Mi abstinencia de azúcar y comidas insanas aún era muy frágil; era como caminar sobre el filo de una navaja. Se acercaba el aniversario del fallecimiento de mi mamá, una semana visceral por los recuerdos de su agonía, el dolor de haber intentado sustituirla, y de haber deseado aterrizar a mi experiencia humana en otro vientre que no hubiese desaparecido. Ya no podría anestesiarme para evitar enfrentarme a su ausencia física, así que aquella sacudida era lo menos que necesitaba. Me agarraba del “counter” de mi diminuta cocina para no arrasar con la nevera. Con los nudillos tiesos, caminaba hacia atrás para estirar la columna vertebral y respirar con la boca abierta. Eso, y un batallón de herramientas de recuperación, me ayudaban a lidiar con la aflicción en vez de irme a comer. Si de todas formas se me saldría lo de obstinada, entonces decidí: “No voy a bregar con esto comiendo, ¡porque no me da la gana!”
Ésa fue mi antesala a la temporada de Acción de Gracias. ¿Gracias por qué?, me preguntaba.
Decir “gracias” por lo bueno y lo difícil era una lección simple de entender, pero ardua de practicar; y todavía me da trabajo. En ocasiones me ha ayudado mucho, aunque no entienda cómo funciona. Dar gracias por las desgracias fue una lección que se repitió en India. Tan puntual fue la Vida en mostrármela que, una noche tuve la siguiente experiencia. Tras una extensa convalescencia por una cirugía compleja y dolorosa, el gurú del primer ashram que visité le enseñaba con insistencia a sus seguidores que había que dar gracias por todo, por lo que nos hacía felices y lo que nos causaba dolor. Animó a la gente a repetir en voz alta: “¡Gracias, Dios!”, sin importar la prueba que estuviesen atravesando. Difícil, me decía a mí misma, porque lo menos que quería era dar las gracias por la decepción que cargaba. Además, temía que agradecer las cosas negativas en mi vida me llevaría al conformismo, la codependencia y la sumisión.
Y sin embargo, en pocos minutos, la multitud que llenaba el salón del satsang gritaba a voz abierta y certera: “¡Gracias, Dios!”, sin pausas ni dudas, cada vez más fuerte. No seguí al resto porque temía que fuera una estrategia de control mental; pero, al final del ejercicio, la energía del salón se había alivianado y mis penas no dolían tanto, sobre todo aquellas sobre las cuales no tenía control.
Tras ese satsang fui a mi habitación y me conecté a una emisora de radio de nuevo pensamiento por internet que transmitía desde Estados Unidos. Una mujer narraba la experiencia que tuvo la autora Maya Angelou cuando acudió a un templo para recibir ayuda espiritual por una situación difícil. El orador la vio entre el público y la invitó a decir unas palabras inspiradoras. Aunque se sentía fuera de sincronía, Angelou agarró el micrófono y comenzó a decir “¡Gracias, Dios!” sin parar. “Probablemente dije ‘Gracias, Dios’ como 50 veces hasta que la gente lo empezó a decir conmigo. Por alrededor de tres minutos, sólo repetimos, ¡Gracias Dios!”, narró Angelou posteriormente. “Fue probablemente el mejor discurso que he dado en mi vida. Sólo ‘Gracias, Dios’”. Fue imposible ignorar que, en la misma noche, había escuchado sobre cómo dos maestros ubicados en puntos opuestos del planeta habían lidiado su dificultad de la misma manera.
Cuando leí el mensaje de Facebook, pasada la reacción inicial de ira, me acordé de la coincidencia de aquella noche en India, y decidí hacer una lista para dar gracias a la Vida por todo lo que me había enviado. Fue un buen ejercicio para salir de la autopena:

-Gracias por las enseñanzas, por las herramientas que me ayudaron, por los momentos buenos y las experiencias terribles. Los momentos buenos me dieron esperanza; las circunstancias difíciles me ayudaron a ver mi profunda necesidad de ser amada sin prejuicios en mi peor momento, y pude estrechar lazos con los pocos que quedaron cuando no tuve trabajo, dinero, ni privilegios.
-Gracias por las veces en que recibí un “no”. Se abrieron oportunidades y muchos “sí” en otros lugares de crecimiento y sanación.
-Gracias por que aprendí la diferencia entre espiritualidad y codependencia; entre complacencia, adulación y solidaridad.
-Gracias porque aprendí a apreciar a quienes antes miraba por encima del hombro por creerles menos “evolucionados”. Hoy creo que hay un maestro en cada ser, sea humano o no.
-Gracias porque vi el desamor hacia mí misma, y desde ese lugar es imposible amar y perdonar a otros y a una misma genuinamente.
-Gracias por el dolor que generó una búsqueda profunda que continúa y ha bendecido a otros buscadores.
-Gracias porque cuando todo se derrumbó, me salvaron grupos de apoyo, la tinta y el papel. Se convirtió en cuestión de escribir o morir.
-Gracias porque entendí que todos tenemos la misma necesidad principal: ser amados y aceptados desde nuestra condición más vulnerable, desde nuestra desnudez emocional, más allá de tener dinero, apellidos, renombre, éxito, contactos, influencias, posiciones o cualquier otra vestimenta. Gran parte de nuestros comportamientos, “buenos” o “malos” son estrategias para asegurarnos ese amor sin juicios por parte de los demás.
Hice el ejercicio de buscar la bendición en aquel comentario furioso, el cual me recordó una conversación que tenía pendiente hacía tiempo con un familiar querido, y la había estado evitando.
-Perdóname por habler hablado con tanto rencor sobre ti. Hablé desde mi coraje- le dije.
-Perdóname tú a mí, si alguna vez dije o hice algo que te hiriera o te hiciera sentir ofendida- me respondió.

Me había estacionado bajo un árbol, y sentí que me iluminé. En treinta segundos, se liberaron años de sufrimiento; y no hubiese ocurrido en aquel momento, de no ser por el tormento de quien se desbordó en mi perfil. Fue la primera vez que dije “gracias por las desgracias”, y decidí escribir sobre ello.
Aún me asombra, que una aprende a hacer alquimia: de limones limonada, y escalones con piedras y lanzas.
Así que, aún cuando una siente que no hay nada que celebrar, entonces una da gracias por todo lo que no funcionó. Ninguna experiencia está exenta de un extenso currículo de aprendizaje, el cual yo podía reconocer incluso en medio del pataleo, aún tratando de negociar con la vida.
La experiencia me ayudó a practicar más genuinamente: “Gracias por las desgracias”.
Esta es la Naturaleza de las cosas!!
Gracias Samadhi Yaisha. te envío abrazos, amor , luz y bendiciones.
No me canso de leerte, gracias una vez más, eres excepcional amiga!!!!
Abrazos !!! estoy muy contenta de haberte encontrado y de darme una alegría generosa.
Lo mejor de mi 2012, haberte conocido. Merci. Bientot.
Felices Fiestas.
Wow, gracias… no sé cómo agradecerte tanto entusiasmo y todas las cosas de Osho que posteas en el grupo me mantienen conectada a su energía. Te envío un abrazo 🙂