Por Samadhi Yaisha /Mis musas diarias /Mi nutrición emocional

Sábado. Día de hacer la compra, escoger abarrotes, llenar las alacenas. En mi mente hay una danza de espinacas frescas.
Ha pasado más de un año desde que comencé a medir y pesar alimentos para mantener mis límites saludables con la comida. Antes de eso, comía lo que me daba la gana como una forma de desquitarme por lo dura que había sido la vida conmigo. El problema es que la consecuencia del desquite -como siempre ocurre- era para mí misma. Aunque parezca una contradicción, en todas las comilonas lo que realmente buscaba era tener el punto de balance que había ganado ocho años antes, cuando regresé a practicar yoga para mi cuerpo, el cual posteriormente me pidió que no lo alimentara con carnes ni azúcares refinados. No hice nada más que ser más consciente de mi cuerpo y sus sistemas fueron encontrando su balance. Una consciencia superior ganaba terreno en mi interior.
Luego decidí echar todo eso de lado porque era una vida muy simple y yo quería trabajar duro y ganar mucho dinero. Me ha costado casi ocho años, y gastar todo el dinero que gané, para volver a encontrar ese tesoro de salud integral. Como parte de haber escogido una vida de prisa y ajoro más allá de lo que mi cuerpo podía manejar, estalló un desorden de alimentación que ya había estado cociéndose, y el cual yo había ignorado porque pensaba que era cuestión de control y consciencia. Y sí lo es, hasta que el sufrimiento se te va de las manos, hasta que la negatividad y la desesperanza parecen ganar porque hemos escogido -consciente o inconscientemente- entregarles nuestra vida. En ese momento, opté -sin darme cuenta- por rendirme ante una adicción poderosa que ya estaba en mi psiquis.
Me han salvado trabajar herramientas de recuperación y ponerle límites saludables a la comida. Al principio, pensé que posiblemente nunca más prepararía una receta deliciosa, pues lo único que me funcionó fue pesar y medir todo hasta la última onza; y eso era aburrido y desabrido. Me disgutaba el sabor de muchas de las cosas naturales que estaba comiendo, aunque sabía que eran por mi bien. Poco a poco, tan lento como se forma una perla en el fondo del mar, he vuelto a tener la confianza de relacionarme con la comida de manera saludable, como una fuente de nutrición emocional en vez de un acto de privación, recompensa o castigo.

En semanas recientes, he sentido la bendición de que brotan de mi interior algunas guías para preparar alimentos ricos dentro de las medidas que puedo consumir saludablemente.
Esta mañana mi musa me hablaba de espinacas frescas, y me las mostraba en mi mente con aromas de orégano, ajo y albahaca.
“Una sopa cruda de espinacas haré cuando llegue a casa”, me relamía, porque sabía que, ya pasados los primeros meses de abstinencia más disciplinada, ahora llegaba a un punto en mi recuperación en el que podría recobrar el disfrute de estar en la cocina con mis vegetalitos, y con la valiosa herramienta de pesar y medir lo que es saludable para mi cuerpo.
Así que llegué a casa con mi compra de flores verdes -así le llamo a los “veggies”. Se me salían del empaque las hojas alargadas del ramo de remolachas que consumo en mis batidas crudas. Era hora de almorzar, así que le pegué el oído a la bocina interior por la cual Ella habla: “Pon espinacas frescas orgánicas, medio diente de ajo, cebolla roja, albahaca y orégano”, me dijo.
… Y empecé a escuchar con alegría. A mitad de preparación, se me ocurrió cortar un poco del cilantro fresco que había en la nevera y poner un diente de ajo entero en vez de medio. “Va a saber demasiado a ajo, y lo vas a tener que suavizar con jugo de limón”, me advirtió. Yo estaba tan feliz que no le hice caso, olvidé momentáneamente que Ella es la intuición que conoce más allá de lo que sabe mi mente racional.
“Aceptaré las consecuencias del ajo y el cilantro”, le respondí y resistí su consejo.
Tras haber mezclado los ingredientes, herví agua en la tetera y la medí caliente en una taza. Luego, todo a la licuadora en el ciclo de cortar. Entendí por qué las espinacas bailaban en mi cabeza. Daban vueltas en la licuadora con mi mezcla particular de especias. Le eché media cucharada de sal de mar… y cuando probé: “¡Sabe mucho a ajo!” Exhalé. Tuve que suavizarlo con limón.

La receta no me encantó. Demasiadas yerbas. “Tenías razón”, le dije a Ella.
Me sonrió: “No te preocupes, lo intentaremos de nuevo en la cena”. Regresó a mí el olor a orégano, como una tentación sensorial que me trasnportaba al patio de mi hogar de la niñez. Allí mi madre cortaba orégano salvaje para su sofrito.
Recordé que mi camino se trata de progreso, no de perfección. No hay una receta terminada en este artículo, pero el proceso que atravieso es valioso y me encanta compartirlo. Así que trataré de nuevo en la cena, y luego les cuento.
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A mi me encanta todos los vegetales, todos, pero pocos consumo crudos, la verdad, lo que dices de la remolacha es algo que siempre he tomado cruda, en la licuadora con naranja y zanahoria, es un zumo(jugo) que me da mucha energía, es completo. Hago con la remolacha y la zanahoria cruda ensalada con limón y sal, son deliciosas. Las espinacas las suelo sofreir poquito
con ajo, sal y un toque de pimienta negra; las acompaño con tostadas, y hago espinacas de igual modo pero también con cebollas y las preparo en crema, a mi me encantan. Se que cuando hierves se van casi todas las vitaminas, pero no las hiervo, solo les doy un poco de fuego. esperando mas de tus recetas. Bendiciones.