Por Yaisha Vargas-Pérez, maestra certificada en mindfulness, para el blog A Mystic Writer
Pepe Coquí (como el coquí de “La canción verde“) había viajado en un tiesto cuando mudé el vivero con decenas de arbolitos desde un patio en Trujillo Alto hasta el balcón de un apartamento en Hato Rey. No me di cuenta hasta que lo escuchamos cantar una noche en el balcón. Traté de “rescatarlo” sin éxito, hasta que comprendí que estaba feliz allí y lo dejé tranquilo (crónica “El coquí que sabe a dónde va“).
Me encariñé tanto con Pepe Coquí que le hablaba por las tardes o noches cuando regaba los arbolitos del vivero y lo llamaba: “coquí, coquí”. ¡Una vez me contestó con su canto!
Hasta que llegó el día del gran trasplante. Yo debía vaciar casi todos los cinco niveles de la estantería que albergaba decenas de arbolitos en el balcón para llevarlos a su próxima etapa de crecimiento en el vivero de #ParaLaNaturaleza en Barranquitas.
Temía que Pepe Coquí viajara otra vez en un tiesto pero se quedara sin querer dentro del carro, como le pasó a otro coquí hace un tiempo, y del cual me di cuenta cuando vi su pequeño esqueleto debajo de uno de los asientos de mi auto.
Cuando regresé de Barranquitas a casa, ¡Pepe Coquí cantó en la estantería del balcón! ¡Había sobrevivido al gran trasplante! Aunque quedaban pocos tiestos, él continuó su canción y en casa respiramos de alivio.
Pronto comencé a rescatar más plántulas y a echarles agua para, además de continuar la labor de reforestación, proveerle también a Pepe Coquí con un nuevo pequeño bosque en el que pudiera alimentarse y ser feliz.
No obstante, con el paso de los días, Pepe Coquí cantaba cada vez menos. Ya no estaban allí los tiestos en los que se había mudado, cuya tierra tenía un olor profundo a humedad, y en la cual probablemente había más diversidad de insectos o invertebrados para alimentarse. Los tiestos nuevos tenían solo tierra, provista exclusivamente para que las nuevas plántulas tuvieran alimento.
Hasta que una noche ya no escuché cantar a Pepe Coquí. Esa noche no había regado las plántulas para que no tuvieran exceso de humedad y evitar que les diera hongo.
Pero, a las 11:00 de la noche, preocupada de que el pequeño anfibio no estuviera bien, preferí regarlas para que él tuviera humedad a su alrededor. Y mientras vertía agua en uno de los tiestos, ¡Pepe Coquí saltó! Y de ahí a otro tiesto, y hasta la pared, donde se quedó quieto. Contrario a la última vez que nos miramos cara a cara, en esta ocasión no cantó. Me di cuenta que se veía más flaco y pequeño. Intuí que escaseaba el alimento para él, y supe que, para que sobreviviera, debía intentar llevarlo a la libre comunidad (con su permiso, por supuesto) donde había bromelias y podría encontrar alimento y un hogar más amplio.
Busqué un envase en la cocina y una tapa. Hice una pausa antes de regresar al balcón. Si Pepe Coquí quería irse, esta vez no huiría del intento de rescate…
Y así fue.
Con cuidado, puse el envase sobre él boca abajo. Pepé Coquí ni siquiera se movió. Luego deslicé la tapa para protegerlo. Le di las gracias y le dije hasta luego. Puedes ver el video de despedida aquí: https://www.youtube.com/shorts/cYrLvKEEuGA.
La otra cuidadora del vivero, María Isabel Vicente Mestre, lo llevó a su nuevo hogar. Fue liberado entre todos estos helechos y bromelias.

Cuenta María Isabel que, al llegar hasta aquí y abrir la tapa del envase, Pepe Coquí saltó raudo y veloz. Eso me hizo muy feliz.
Momentos después de haber sido llevado a la libre comunidad, me di cuenta que ya no escucharía su fuerte canto tan cerca de mí, y me puse un poco triste, porque me había encariñado. Pero me alegraba saber que, donde está, le irá mucho mejor y será más feliz, ¡porque ahora es libre!
Epílogo: En las pasadas noches, he extrañado su fuerte canto. A veces escucho un coquí cerca de mi ventana, que parece estar entre unos pocos helechos en un alero. Se parece mucho al canto de Pepe Coquí. Es como si hubiese mandado a su primo para darme una serenata y dejarme saber que está bien y feliz.
¡Gracias, Pepe Coquí, por tu dulce canto!



