90 días: Principios en vez de personalidades

Si insisto en refugiarme en alguien que me amó, pero cambió y ya no me ama, sufriré. Pero si busco protección en el principio del amor mismo, jamás me faltará el amor.

Por Yaisha Vargas-Pérez / publicada el domingo 10 de marzo de 2019 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día

Solía buscar refugio en los demás y en sus personalidades. Yo era como una chiringa ante el vendaval de sus deseos, cambios de ánimo y opiniones. Me sentía responsable por su felicidad o falta de ella. Me acomodaba a sus necesidades para que me amaran y evitar que se quejaran o se fueran. Nada de eso funcionó. Al contrario, podía estirarme hasta las nubes, y no era posible complacer a nadie al cien por ciento. No solo era doloroso, sino que quedaba cada vez menos de mí.

Cuando estudié metafísica de Nuevo Pensamiento en Unity Village, Missouri, un instructor me enseñó que un estudiante debe entregarse a la enseñanza, pero nunca al maestro. También me enseñó que las cosas en el mundo físico son limitadas, pero las ideas de las cuales surgieron esas cosas no pueden agotarse. Una silla es un objeto finito, y una cantidad específica de sillas puede acabarse. Pero la idea misma de construir sillas es ilimitada, no es poseída por nadie. No puede agotarse.

Comencé a entender que podía relacionarme con conceptos abstractos para guiar mi vida, en vez de dejarme guiar por personas y su panorama mental y emocional cambiante. Aunque aprendía los conceptos de otra persona, esa persona no era el concepto. Antes de comprender esto, me decepcionaba mucho. Esperaba que la persona que me enseñaba un principio lo encarnara completa y perfectamente. Cuando no era así, sufría.

Llegué al camino de la recuperación y escuché la frase “anteponer los principios a las personalidades”. Nadie domina en un grupo de recuperación. Esta tradición evita que una persona en recuperación inste a otros a que le sigan a él o ella personalmente, en vez de seguir los principios de recuperación. Una persona en recuperación, o en la vida misma, puede fallar, pero el principio no, porque no está revestido de una personalidad que cambia de opinión, creencias, o se equivoca.

En un grupo de recuperación, los recién llegados aprenden principios de varias personas a la vez. No hay un líder. Quien manda es una consciencia de grupo y no los individuos. Tal vez un recién llegado busque a un mentor que le guíe, pero eventualmente encontará una relación directa con un Poder Superior que será su máxima autoridad.

“Recuérdale al candidato que su recuperación no depende de la gente, sino de su relación con Dios”, dice el libro grande de Alcohólicos Anónimos. En la metafísica de Nuevo Pensamiento, Dios también es un principio. La adicción es buscar albergue repetidamente en una sustancia o persona que no nos puede sanar ni salvar. La recuperación es refugiarse en principios que sí funcionan y sanan.

Las personalidades de otros no pueden llenar mis necesidades o expectativas. Cuando busco protección en los principios, me doy cuenta de que son más grandes que las personas. Mi relación con estos principios no depende de otros, sus necesidades, deseos y opiniones.

Al creer menos en las personalidades y comprender su naturaleza cambiante —al igual que cambian las condiciones del tiempo—, puedo bajarlas del pedestal y sufrir menos por sus acciones. Entiendo que las personalidades son trajes que la gente lleva puestos, y a veces no están conscientes de todo lo que hacen o causan, y me incluyo en esto. Las personalidades se antojan y se cansan. Cambian. Esto es una explicación; no una sentencia.

Si insisto en refugiarme en alguien que me amó, pero cambió y ya no me ama, sufriré. Pero si busco protección en el principio del amor mismo, jamás me faltará el amor. El amor ya no dependerá de otro, sino de mi relación con ese principio y de cómo aprendo a practicarlo. De pronto, perdonar es más fácil. ¡Es como perdonar a las nubes por pasar, llover e irse! Hay personalidades así, como las nubes. Los principios son permanentes, no se agotan. Tal vez parezca que cambian, pero quizás lo que cambie es mi entendimiento de ellos y cuánto asimilo de ellos en mí.

Puedo refugiarme en el principio de la bondad. Puedo usarlo con cualquier persona sin importar si ha sido buena o hiriente, distante o cercana. Al refugiarme en la bondad, dejo de esperar recibirla de los demás, pues la puedo cultivar en mí. Reflexiono sobre lo que la bondad significa para mí. Busco información de este principio en distintas filosofías, culturas y religiones. Aprendo prácticas para cultivar la bondad y las llevo a cabo en mi vida. Puedo creer en la bondad.

Si me amparo en la bondad, en una práctica de bondad o en un Poder Superior de bondad, ninguno de estos principios dependerá de alguien más. Nadie me puede quitar ni llevarse mi práctica, mi bondad, ni el perdón, ni el amor, ni mi Poder Superior.

¿Significa esto limitarse a una vida solitaria rodeada de principios sin tener contacto con las personas? No. Significa que puedo encontrar primero cuáles son los principios que quiero ser, entender cómo actuar desde esos principios y, desde ahí, relacionarme con los demás. Esto cambia las cosas grandemente. Tal vez por eso se llaman principios, porque ahí es que todo empieza.

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Joffers951 [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)]

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