La repetición de los rituales es importante para atravesar el laberinto de la mente
Por Yaisha Vargas-Pérez / publicado el 4 de febrero de 2018 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
En este lugar, una llega a darse cuenta de que quien pasa no es el tiempo, sino una misma. Pasan los objetos y la cápsula viva que una habita. En este lugar, he vivido aperturas mentales y espirituales sutiles. Me doy cuenta de la brisa que transcurre y se disipa, de algún trinar que surge y calla… y de la cápsula humana que inhala y exhala, emergiendo desde el vacío hacia el mundo de las formas y disolviéndose otra vez.
Llegué al Centro Zen de Puerto Rico en diciembre del 2015. Vivía en California, pero estaba de vacaciones en Puerto Rico, y ansiaba continuar mi práctica contemplativa, aunque fuera en una tradición distinta. El abad, Kigen Raúl Dávila, me guió por las veredas asfaltadas del barrio Caimito hasta que llegué a una cima indiscutible, desde la cual podía ver toda la ciudad, pero sin enredarme en su prisa. Me dio una copia de su libro: “El budismo zen y la práctica contemplativa”.
Al final de la práctica y del almuerzo, uno de los miembros de la “sangha”, o comunidad espiritual, me dijo: “Esperamos que regreses… Esta es tu casa”. Agradecí su acogedora bienvenida, pero también surgió una preocupación: ¿Podría seguir los rituales de esta práctica zen rinzai japonesa que, de primera instancia, me pareció compleja? Meses más tarde, me mudé a Puerto Rico. Ansié encontrarme en el Silencio y busqué espacios de contemplación.
Decidí intentar la práctica rinzai aunque no supiera hacerla bien; ya no me preocuparía tanto si olvidaba la servilleta para la ceremonia del té, si no entendía los cánticos en japonés o si entraba al “zendo” (salón de meditación) con el pie equivocado. Llevé la actitud de querer aprender y de saber que, si cometía un error, alguno de los monjes me lo recordaría para ayudarme a estar presente.
Con la práctica comprendí que la repetición de los rituales es importante para atravesar el laberinto de la mente que piensa todo el tiempo, y ayudarla a enfocarse y sosegarse. Parece mucha disciplina para llegar a la sencillez, pero quizás es porque la mente es compleja. Comencé a encontrar sosiego, y hasta confort, en la repetición. El mundo de las formas es tan cambiante y volátil, que anclarse en una práctica contemplativa prestando atención a los mismos detalles es un refugio de la locura del mundo.
Contrario a la tradición theravada donde me formé como meditadora de vipassana, en el zen no hablamos de la experiencia que tuvimos al meditar. Al principio, eso fue extraño para mí, pero con el tiempo he notado que el hablar innecesario cesa y mi mente se calma más. Quizás porque mi mente está menos ocupada, he percibido que, más allá de la disciplina, los practicantes y monjes del centro emanan una energía compasiva, sutil y bondadosa.
El punto de giro para mí fue asistir a un “zazenkai”, un breve retiro en silencio. A veces no meditaba con el resto del grupo, y el monje que dirigía el retiro insistió en que intentáramos la práctica grupal tal y como era. Dejé de lado el querer ir a mi ritmo para entregarme a una práctica colectiva, y la incomodidad dio paso a la armonía. Sentí la meditación de caminar en grupo como el fluir de un río. Yo era parte de un todo, o quizás hubo menos “yo”. No fue un conocimiento intelectual, sino una experiencia.
El zen me ha ayudado a entender que muchas cosas no son personales, no me ocurren “a mí”; simplemente ocurren. Miro, a través de la misma ventana, el cielo despejado y tras ello un aguacero, y más tarde ha escampado, pero todo está mojado. El mismo panorama cambió más de una vez. El zen me ayuda a transitar entre el mundo físico y el vacío, a comprender que vivo en una realidad relativa en el que las cosas emergen y regresan al Absoluto. Y aunque sea transitorio, es importante poder vivir en el mundo físico y prestar atención a sus detalles. Es saber que el arcoíris es tan solo un espejismo y a la vez maravillarse con su belleza.
El zen me ha ayudado a dejar atrás el pasado que no se puede resolver, y a regresar a un presente vivo. Vivimos en un planeta-milagro; no hay otro igual. Vale bien el esfuerzo entrenar nuestra mente para no perdernos ningún detalle.
Algunas estructuras del Centro Zen quedaron inutilizadas tras los huracanes Irma y María, todavía no hay agua ni electricidad, y aún así, la práctica ha continuado. Los monjes han comenzado una campaña para la reconstrucción.
Este lugar ofrece una oportunidad única en nuestra isla. La humanidad está al borde de una decisión trascendental: o desarrollamos la parte más evolucionada y compasiva de nuestro cerebro, o nos autodestruimos arrastrados por su parte más primitiva, que crea guerras y sufrimiento. Para acceder a nuestra parte compasiva, necesitamos la práctica contemplativa. El Centro Zen es visitado por personas de otros municipios y de otros países. Es uno de un puñado de centros de la tradición rinzai, y también acoge a principiantes y a personas que practican el “mindfulness” en otras tradiciones.
Con el tiempo, entendí que la bienvenida a casa era una bienvenida a mi hogar interior y a su conexión con el Absoluto. El zen es algo vivo y está en todas partes, pero tener un lugar donde practicar con otros es una bendición. (http://centrozenpr.org/)
