Crónica publicada por Yaisha Vargas-Pérez el domingo 28 de mayo de 2017 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
(https://www.elnuevodia.com/opinion/90-dias/la-mente-clara/)
Caminaba en meditación por una vereda pedregosa en el Jardín Botánico de Río Piedras, cuando me llamó la atención una pequeña charca en el lado sureste del Jardín Monet. El agua estaba muy quieta y transparente; apenas podía distinguirla de todo lo demás. La luz reflejaba sobre ella los bambúes inclinados, algunos árboles… el cielo. Miré el fondo de la charca y vi algunas hojas que se movían rápidamente por la acción de las tortugas. Noté que me daba trabajo ver el agua en sí porque, pese a todo lo que había en ella, seguía siendo diáfana. Ninguno de los elementos reflejados, debajo o flotando sobre el agua eran el agua; pero yo no veía el agua, sino todo lo que se reflejaba o estaba dentro de ella.
Sonreí al comprender que presenciaba una imagen viva que describía a la conciencia y a los elementos que advienen a ella. De Joseph Goldstein escuché por primera vez que la mente, en su estado original, es clara, pero recibe la visita de elementos ajenos que cubren su verdadera naturaleza. Si no estamos adiestrados para ver esto, nos identificamos con los elementos que pasan a través de nuestro campo de conciencia y pensamos que son la realidad, que así es nuestra mente, o que eso somos nosotros, y sufrimos.
Dos semanas antes de aquel paseo en meditación, fui a una charla del Dr. Thanh Huynh en el Centro Zen de Puerto Rico. Huynh es un médico y maestro de meditación vipassana (mindfulness) de Hawái quien estaba de visita en la isla. “Si podemos conocer la consciencia, se trata de un contenedor de cristal, y a menudo no lo vemos… entonces llegan visitantes a colorear la mente. Si nos visita el coraje, vemos coraje, o alegría, nerviosismo, aburrimiento… Cuando vemos que (la mente) está muy quieta, ya no vemos los factores mentales, sino que vemos la mente. Eventualmente, vemos a la mente misma”.
El agua clara de la charca y los elementos dentro o reflejados en ella eran una analogía de lo que había aprendido de Goldstein y Huynh. Tras esta experiencia, he comenzado a entender mejor por qué mi primer maestro de meditación vipassana, Robert Brumet, me invitaba gentilmente a que le prestara atención al momento en el que una emoción o pensamiento agotaba su energía y se disolvía en mi mente. En esas pausas entre un elemento visitante y otro, surgía la posibilidad de ver la claridad de mi mente y comprender profundamente la impermanencia de todo lo demás que la visitaba: duelos, recuerdos, expectativas del futuro. La satisfacción que buscaba estaba en poder conocer directamente a quien observaba, la que miraba detrás de mis ojos.
Comprendí mejor también la enseñanza de Pema Chödrön: dejar que todo se derrumbe y se disuelva. Recordé que, mientras estudiaba con Brumet, caminaba un día en meditación cuando llegó a mí el despertar de que la realidad física está hecha algo así como de cartón, y que el trasfondo era un vasto vacío que sentí como alegría plena. Por eso, mientras se extinguían mis duelos con la práctica, Brumet me guiaba a ver, con detalle, cuando cada recuerdo y dolor se disolvía; a observar qué partes de las que componen mi cápsula humana —física, psicológica, emocional o espiritual— se movían o expresaban. Si algún recuerdo tocaba la fibra de mi niña interior, aprendía a escucharla profundamente, sin juzgar ninguna experiencia como equivocada, simplemente como parte del camino humano. Y practicar, practicar, hasta que pudiese recordar sin arder ni llorar. Fue una gran bendición. Ahora he aprendido a tener más contacto con la Presencia que mira detrás de mis ojos, con el agua clara, y a ver los demás elementos de la charca como cosas que surgen y se van.
“The only way out is in”, nos decía Brumet a sus estudiantes. Y vaya forma de sumergirnos, pero no para ahogarnos, sino para ver profundamente, comprender íntegramente y dejar ir absolutamente.
En Facebook, 90 días: Una jornada para sanar
