Por Yaisha Vargas-Pérez / crónica publicada el domingo 19 de febrero de 2017 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
“Te parecerá un poco extraño lo próximo que voy a escribir…”. Le mandé este mensaje a la que recordaba como mi “bully” en la escuela superior hace más de 20 años. “Enfrento un reto para el cual necesito ayuda y… creo que me puedes ayudar”.
Hice esto tras un empujón urgente de mi Voz Interior. Si alguien me hubiese dicho que durante mi jornada de sanación le escribiría un mensaje así a Roxanna, le hubiese respondido: ¡¿Cómo?! ¡¡¡Jamás!!!
Y sin embargo, ahí estaba yo, tecleando: “¿Te molestaría que habláramos por teléfono?”.
Durante mi recuperación, casualmente Roxanna me envió dos solicitudes de amistad por Facebook, y las rechacé. Pero su insistencia atisbó mi curiosidad y un día desbloqueé su nombre. Leí el dolor que expresaba por cómo unos niños en la escuela trataban a su hijo, quien tenía una condición especial, y eso me conmovió. Aunque todavía sentía la necesidad de ser cautelosa, la incluí en mis redes sociales.
Alrededor de un año después, y mientras vivía en Missouri, tuve una jefa que me recordaba a Roxanna. La situación empeoraba dolorosamente y me faltaban herramientas. Cuando me senté a hacer mi práctica de meditación Vipassana (mindfulness) y pregunté en mi interior, recibí una sorprendente introspección: Roxanna tendría las respuestas. La meditación Vipassana me enseñaba a ser amiga de mis dificultades en vez de huir de ellas y de mí misma. Aquella supervisora estaba en mi vida para que indagara sobre qué había pasado y sanar.
Mi “enemiga de high school” llamó en apenas unos minutos. No sabía ni cómo empezar a hablar después de 20 años, pero me las arreglé para balbucear algunas palabras, preguntándome si había algo en mí que atraía la misma circunstancia. Roxanna no solamente fue valiente al llamarme, sino también al reconocer los desafíos de su adolescencia. Detrás de su porte de fajona, se escondía una estudiante brillante que tuvo que trabajar desde los 13 años por una dolorosa situación familiar. Como veía que sacaba mejores notas que ella pese a sus esfuerzos, manifestaba su dolor hacia mí. Exhalé. Por fin pude contarle que tenía “notas perfectas” porque en mi casa no me dejaban entregar un “warning card” que tuviera menos de un 100%. Eso, en vez de ser una razón de felicidad, era una fuente de ansiedad, desvelos y llantos constantes. Llegaba a mi casa temblando cada vez que sacaba menos que perfecto porque recibiría regaños. Hubiese preferido poder sacar “A menos” e ir a la bolera con mis compañeros de clase, en vez de recibir miradas de odio porque rompía la curva de los exámenes. Cuando la gente expresaba envidia, sentía dolor porque significaba que no podíamos ser amigos. “Ay, Yaisha, pero yo no sabía eso”, me dijo. Yo tampoco sabía de sus dificultades. Las dos luchábamos para sobrevivir.
Cuando le conté de mi jefa, me confrontó: “¿Dónde está la Yaisha que conocí? ¡No te dejes amilanar!” Me dio una charla inspiradora para que confiara en mí misma y saliera adelante.
La próxima vez que estuve en Puerto Rico nos sentamos a hablar. Descubrimos que tuvimos retos similares en la universidad y la vida adulta. Roxanna me ayudó durante la transición desde el puesto que tenía hacia mi trabajo por cuenta propia. “¿Cómo vas?”, me preguntaba, y me narraba cómo se capacitó para hacer diversos trabajos y sacar adelante a su hijo. Eso fue una gran inspiración para mí y algo que le agradeceré siempre. Supe que podría reponerme. Recibía el apoyo de mi “mejor enemiga”.
Regresé a Puerto Rico y Roxanna se fue a EEUU. Viajó el verano pasado y conocí a su nuevo bebé. Cuando vino en Navidad, no pudimos vernos y me sentí triste. Creo que si hubiésemos sabido del sufrimiento de la otra, nos hubiésemos ayudado. Pero crecimos en un sistema que alentaba la competencia en vez de la cooperación. Ahora hemos madurado y nos apoyamos. Así llegaremos las dos.
En Facebook, 90 días: una jornada para sanar

Necesitaba esto. Gracias.
A ti, Carmen,por leer. Abrazos. ❤