Por Samadhi Yaisha / una versión de esta crónica fue publicada el domingo 12 de junio de 2011 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día.
❦
Vídeo de una danza sufi. Les recomiendo escuchar la música mientras leen el escrito. ¡Bendiciones!
http://www.youtube.com/watch?v=UOMHczD7A8g
❦
Cuando era pequeña, temí a la muerte; cuando adolescente, la poeticé; cuando universitaria, era un lugar que no encontraba para visitar a mi madre, y ahora, parada frente a un tablón de edictos del ashram de Osho en India, se pintaba como un viaje divertido. Al menos eso creí cuando me apunté al taller “Morir antes de morir: un acercamiento sufi a la muerte”.
Con Osho todo era posible, y yo aspiraba a aprender a morir riéndome, hacer mis transiciones de vida -mis pequeñas muertes- más livianas que la separación lastimosa que había vivido en Puerto Rico. Una vez más, dejé que mi corazón hablara, y me guió hacia este taller. Noventa días de meditaciones de este maestro en San Juan me habían liberado de años de dolor. Cinco días de este taller en su ashram acabarían con los últimos dos años de codependencia. Pero tan pronto cerraron la puerta y nos quedamos descalzos los seis valientes que nos apuntamos allí, nos dijeron que realmente íbamos a morir.
Pasado el susto inicial, pensé que no habría mejor lugar para dejar el cuerpo que aquel salón en el que Osho había dictado sus primeras charlas tras llegar a Puna en 1974, un piso más arriba que el cuarto de meditación que albergaba sus cenizas.
Me preguntaron cómo veía la muerte. Respondí: “Tiene dos aspectos. Uno poético y liberador; y otro de sufrimiento, de apego a lo que se acaba”. Yo quería abrazar sólo el poema, pero mi lección sería aceptar su matiz de pavor; porque, al igual que las transiciones, la muerte era inevitable. Y en vez de resistirla, era hermoso aprender a caminar con ella suspirando tras de mí.

“Dios es el verano y el invierno, Dios es la vida y la muerte, Dios es el día y la noche. Dios es sufrimiento y éxtasis… ¡ambos!”, hablaba Osho a través de una grabación, mientras girábamos al ritmo de una danza sufi, la música de místicos musulmanes, nómadas del desierto que en cada tarea diaria ven el ciclo de la vida… Allah Yu Turgus um Urgus… (levántate y baila) era el mantra y el toque de tambores que sanaban el corazón. Girábamos sin tregua, como hacen los sufis para encontrar su centro. Llegó a mí la imagen de una mujer que vestía de blanco, danzaba como una fragancia liviana a mi alrededor, fascinada con poder fusionarse conmigo. Parecía una gemela que existía en otra dimensión. ¿Sería la muerte que me seducía a entenderla, no como una destrucción maligna, sino como un ángel que me animaba a despertar pronto a esta vida tan breve para hacer lo que vine hacer antes de desaparecer en su abrazo?
Nos enseñaron exhalar prolongadamente, como las parturientas y los moribundos, mientras retrocedían las pocas horas que teníamos, y entendí que la muerte me había descontado los minutos desde que nací. Había estado muriendo durante 33 años. “Tu nacimiento fue el principio de tu muerte”, hablaba el gurú “te has movido hacia ella desde que abandonaste la cuna”.
En mi libreta, una lista de los títulos que no escribí antes de morir. En el espejo, el rostro de la ansiedad, mi compañera constante. “Me estoy muriendo”, musité, y me pegó un llanto hondo. Me preguntaron los días más importantes: “cuando nací, y cuando recibí mi nombre espiritual, también nací”. Y las memorias más horribles: “el día en que un oncólogo me dijo en un pasillo impecable que mi madre moría, y el día en que recibí la llamada explosiva de que mi madre espiritual estaba cansada de mí”. Ambas fueron tardes de verano.“¿Y la Vida, también estaba harta de mí? ¿Acaso Dios se había hastiado?”, me había cuestionado 90 días frente al mar de Puerto Rico. Perdida otra vez mi conexión con la vida, andaba sin ancla.
… Allah Yu Turgus um Urgus … Giraba ahora con los brazos en vuelo y las náuseas de lo que nunca le pregunté a esa gurú-madre espiritual, temerosa de su irritabilidad hacia los reclamos. ¿Por qué no lo aclaraste? Perdí el centro de mi danza sufi y caí al suelo. Me levanté dos, tres, cuatro veces -con las lágrimas por fuera- y la quinta vez, un golpe de mi cabeza en la pared casi me deja vencida. Alguien me abrazó con una sábana mientras yo pegaba con los puños fuertes sobre el fino colchón. ¿¿Por qué me dejaste en la oscuridad?? Enfrentaba por fin a aquella figura intocable, a quien no le hubiese cortado una hilacha de su pantalón por miedo a perturbar su sombra. Y lancé un grito de rebeldía, y un vómito de saliva y agua.
Confrontada con el ejercicio intuitivo de exteriorizar mi oscuridad, seseé al ras del suelo como un felino y una serpiente. Los seis valientes nos pintamos en el rostro trazos de nuestro lado oscuro. Mi máscara era la de un gato negro. Recibimos el reto de mostrarnos al resto de la comunidad durante el almuerzo. Entre italianos y una eslovena aprendí que no pasaba nada si exponía mi sombra al mediodía. Era un ejercicio de honradez que me devolvió aceptación y agradecimiento..
En la tarde, dejamos ir ese aspecto de oscuridad. Nos quitamos el maquillaje y sentí libertad. Otra vez, el espejismo de la mujer que vestía de blanco, quien ahora me abrazaba. También, las imágenes claras de arquera y de una pantera negra que corría libre por un bosque. En la noche, durante una ceremonia sufi de fuego, quemé mis experiencias de abandono, los recuerdos de haber sido utilizada por otros, el miedo a ser honesta, a expresar mi oscuridad y a morir.
Y entonces pude “soltar” mi cuerpo. A la mañana siguiente, meditando sola, vi un punto de luz en medio de mi frente que se agrandaba, como si fuera la apertura por la cual podía salir de mi cuerpo. Con la exhalación prolongada, sentía que me estaba pariendo a mí misma hacia esa luz. Vi estallar al Sol en mi interior y de inmediato, una pasividad profunda me inundó. Escribí en mi diario: “Entendí el estado absoluto, de ahí vine y ahí volveré. La vida es sólo la ilusión de una pausa en la eternidad”.
En la tarde, visualizamos que descansábamos los seis en una pira. Estaba arropada, mis manos cruzadas sobre el pecho, mientras el fuego meditativo consumía mi cuerpo dejándolo en cenizas. Desde los pies, sentí que desaparecía, me disolvía, era liviana. Una facilitadora nos explicaba que ya no necesitaríamos el cuerpo, mientras fuera del salón, una conversación de dos amigas se volcó en carcajadas; el último recuerdo que me llevé antes de que las llamas llegaran al corazón. Dejé de respirar, todo quedó oscuro y no recordé nada más del que fue mi vestido humano. No había sueños que realizar, ni cuentas que ajustar. Sólo una quietud a la que no he podido encontrarle descripción. Flotaba, pero no era un lugar. No había movimientos, emociones, ni pensamientos. Tampoco era un estado de sueño. No existía el tiempo. Era el absoluto; una oscuridad luminosa. No había separación entre luz y sombras. Y aunque había un sentido de mí misma, no estaba separada de aquello. Aquel océano vivo de transparencia inmóvil era mi hogar. Me observaba y lo observaba.

Y me llamaron de vuelta.
Escuché un tambor y aterricé en el cuerpo abruptamente. ¡No! Fue mi primer pensamiento. Me costó recordar cómo moverme. El cuerpo se sentía como un pesado lastre de madera y metal. Mis movimientos eran torpes y me sentí atrapada de nuevo en la ilusión de que estaba separada del absoluto -mi casa- porque mis ojos humanos ahora no podían verlo. En esa vuelta al cuerpo, entendí la angustia de la condición humana, del confinamiento de nuestra vastedad en la piel de una criatura.
En los días subsiguientes, caminé por los bosques del ashram sintiendo que tenía un cuerpo nuevo. Apenas hablaba, poco recordaba qué pasó antes de ese momento. Todo lo que veía y saboreaba era nuevo. En una celebración de sannyasins de Osho, recibí otra vez mi nombre espiritual: la iluminación ahora/sin miedo; con el entendimiento de que aquel no era un estado exclusivo para unos pocos, sino la naturaleza misma de todos los que estamos vivos.
La autora es un ser libre.
Hola, he estado leyendo tu blog y me parece muy bueno, estoy pensando en partir a la búsqueda espiritual y al encuentro conmigo, me ha surgido recientemente mucho interés por Osho y he leído varias de sus enseñanzas y me llama mucho, si pudieras hablarme un poco de tu experiencia en su ashram, si la recomiendas y darme algunos consejos te lo agradecería enormemente, un abrazo desde México!
Querida Diana: Me puedes escribir a samadhiyaisha@gmail.com. Bendiciones y paz, Samadhi Y.