La estocada que desgarró la realidad a mi alrededor pasó a ser mi apertura hacia la eternidad
Por Yaisha Vargas-Pérez / crónica publicada el domingo 20 de noviembre de 2017 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día
Hay tajos que desgarran el tejido del alma de tal forma que, en un abrir y cerrar de ojos, podemos ver el portal hacia la Eternidad. Si no entendemos qué es ese espacio enorme que vemos cuando se nos “rompe la vida”, podemos percibirlo como un gran vacío que nos traga y del cual no podemos salir.
Una vez escuché que el vacío en el que se ahoga una persona que está deprimida o ansiosa es la misma vacuidad en la que medita serenamente un místico o maestro espiritual diestro. Fue una sorpresa saber esto.
Significaba que el vacío existencial que veía en mí entonces, hace siete años, —y que parecía el centro de una tormenta oscura que me azotaba sin misericordia— podía cambiar si yo aprendía a verlo de manera diferente. Para eso tuve que mirarme por dentro y enfrentar mi dolor: la marejada ciclónica, el tsunami, mi propio Armagedón.
A veces, cuando atravesamos una transición en la que nos toca convertirnos en composta, pensamos que es culpa nuestra. En ocasiones lo creemos porque hay gente que se nos va del lado, pero eso es como culpar a la oruga que se teje en capullo para morir y renacer en mariposa, o a la flor que se marchita porque le toca alimentar a la Tierra.
Compostarse no es un pecado, al contrario. Es un verbo maravilloso que podemos usar cuando atravesamos esas “bajas” en las que nos deshacemos, aunque no sepamos hacia dónde vamos y la vida nos presente incertidumbre y temor. Yo me composto, tú te compostas, nosotr@s nos compostamos…
“Sin lodo, no hay loto”, dice el maestro zen Thich Nhat Hanh. El loto no crece en el mármol. Cuando hacemos las paces con nuestro dolor, aprendemos a convertir el sufrimiento en abono para cultivar la amabilidad y la compasión hacia nosotras y hacia otros. Son ingredientes importantes para la felicidad. He visto la felicidad profunda en los ojos de gente que ha sufrido a mares, y han dejado que la marejada los limpie por dentro. El maestro espiritual Ajahn Chah decía: “Si no has sollozado profundamente, tu meditación no ha comenzado”.
¿Cuándo se acaba el dolor? Mi maestro Robert Brumet dice que nadie sabe cuándo termina el duelo. Se tardará lo que se tarde. No tiene fecha de expiración definitiva. Ponerle una camisa de fuerza causará más sufrimiento.
¿Qué hacer cuando una no deja de sangrar?
1) Estar dispuesta a todo para sanar – Preguntarse: ¿Qué hay que hacer? ¿A dónde hay que ir? ¿Qué necesito aprender de esta herida y esta experiencia? Esa actitud y el querer superar el dolor son motivaciones importantes.
2) Rodearse de gente que no juzgue lo que nos ocurre, sino que nos acompañen de manera compasiva – Muchas veces, en vez de consejos o que nos rescaten, lo que necesitamos es que alguien escuche primero exactamente cómo nos sentimos y lo que verdaderamente necesitamos, sin que nos interrumpan o nos impongan que necesitamos algo diferente. En esto, los grupos de apoyo y recuperación son de gran ayuda.
3) Escuchar la sabiduría interior – La voz interior sabe a dónde vamos. Quizás tenemos opiniones encontradas en nuestra mente, pero si prestamos atención cuidadosa a nuestro cuerpo, escucharemos una sabiduría más profunda y serena que nos protege y nos guía. Siempre, siempre hay que escuchar a las tripas. Ellas nunca mienten.
4) Cultivar una práctica – Meditar y encontrar refugio en enseñanzas espirituales que tengan sentido para nosotras; que nos brinden paz y un camino de vuelta hacia nosotras mismas. Parte del duelo surge porque hemos perdido contacto con nuestra esencia. Una práctica basada en el amor propio y la compasión hacia nuestro dolor es muy importante para poder regresar a nuestro hogar interior.
5) Tener el valor para ser vulnerable – Con una red de apoyo que ofrezca la mayor seguridad emocional posible —y que incluya terapistas, grupos de apoyo, guía espiritual, alimentación saludable, suficiente ejercicio y descanso y contacto con la naturaleza— abrir el corazón es esencial para dejar salir el pus de heridas pasadas y poder habitar allí de nuevo. Quizás una parte de nosotras no sobreviva al duelo y no volveremos a ser las mismas, pero algo nuevo crecerá más fuerte, resiliente y sensible al mundo y a los demás.
Encontré mucha sabiduría y apoyo en las enseñanzas de varios senderos espirituales, en especial el budismo en las tradiciones theravada, tibetana y zen. A veces era suficiente saber que se acercaba un retiro o que algún maestro con mucha experiencia estaría de visita para ver cambios en mi panorama interior. La herida que hace siete años parecía una fisura enorme, seca y estéril fue, dos años más tarde, un pozo húmedo de luz rosa fuerte donde se germinaba una nueva versión de mí; cinco años más tarde se convirtió en un atardecer fucsia y azul celeste sobre un hermoso lago, y hace pocos meses —cuando hice las paces con ella y le pregunté “¿qué viniste a enseñarme?”— la vi como un velo semi-transparente que me mostraba una apertura hacia el espacio y las estrellas. La estocada que desgarró la realidad a mi alrededor pasó a ser mi apertura hacia la Eternidad. Es la forma en la que entiendo el otro lado de la vida. Antes parecía que no sobreviviría en esa vastedad, pero ahora la agradezco, porque es mi corazón abierto… y más despierto…
Que todos los seres que atraviesan pérdidas y duelos encuentren su camino de vuelta. Que tod@s tengan paz.
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