Por Yaisha Vargas Pérez / columna publicada el domingo 24 de julio de 2016 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día

No soy de bucear en un gentío durante un concierto o tirarme encima de la multitud para flotar en un océano de manos. No me considero “groupie”. Pero cuando tuve a Jack Kornfield a varios metros de mí, quería quedarme ronca de alegría.
Kornfield pasó parte de su juventud entre monjes budistas en Tailandia, India y Birmania. Tras regresar a Estados Unidos, terminó un doctorado en psicología clínica y fundó la “Insight Meditation Society” junto con Sharon Salzberg y Joseph Goldstein. Los tres fueron figuras clave en traer a Occidente la enseñanza de la meditación Vipassana, también llamada meditación introspectiva y “mindfulness”.
Robert Brumet, mi primer maestro de Vipassana, estudió con Jack Kornfield. Sus técnicas fueron fundamentales para encontrar la ruta de vuelta hacia mí. Aprendí la meditación alimentaria, y a observar los condicionamientos que desembocaron en un desorden de alimentación. Desarrollé la resiliencia para procesar recuerdos y traumas. Comenzaba a entender la compasión.
Con Brumet y Kornfield comprendí que la psicología occidental no me funcionó del todo para sanar, pues se fundamentaba en la creencia de que había algo intrínsecamente erróneo conmigo; señalaba constantemente lo que “andaba mal” en mí y que, debido a las carencias en mi niñez y adolescencia, estaría el resto de mi vida “arreglando” mi personalidad-ego.
La psicología budista que ha propuesto Kornfield desde la década de 1970, no descarta a la psicología occidental, sino que la incluye, pero parte de la premisa de que la sanación está en ver –y ayudar a que el paciente/estudiante vea– quién realmente es, qué es lo que habita en su interior más allá de las circunstancias que formaron su ego. Propone que en cada ser vivo existe una bondad intrínseca.
“Es importante contar con la formación de la psicología occidental, pero comenzar con el conocimiento fundamental de la bondad de los seres humanos”, dijo Kornfield durante el adiestramiento “La psicología de la conciencia amorosa” en el que participé en San Diego, California.
Kornfield explicó cómo Brumet me apoyó “trayendo un sentido de dignidad y honor a todos aquellos lugares que parecían irreparables”, en mí. A través de su gentileza y su invitación consistente a ser gentil conmigo misma, me ayudó a restaurar “la inocencia y la belleza que están ahí y que no pueden ser arrebatadas”. “Cuando riegas esa semilla con un poquito de agua, va a despertarse de nuevo, solo ha estado esperando”, dijo Kornfield. La interacción entre el terapista y el cliente va acompañada de atención plena y compasión. Es como encender una vela con la llama de otra vela.
Al acompañarme Brumet en el tramo difícil, creció mi capacidad de practicar mi propia bondad y presencia interior, de estar atenta a las planta de mis pies cuando tocan el suelo, a la punta de mi nariz cuando respiro, y en toda la complejidad de ser humana. Caminar hacia el centro de mí misma implicó atravesar mi oscuridad, las capas de todos los traumas, ver su transitoriedad, y encontrar un centro de paz. No había atajos. Mi vida no es perfecta, pero tengo más capacidad para recordar el camino de vuelta.
Encontrar esa bondad original, la bendición original con la que nacemos antes de sentirnos expulsadas del paraíso hacia un mundo de vicisitudes, es hallar mi humanidad. Eso fue lo que vio Myrtle Fillmore—fundadora de Unity—en sí misma, y sanó de una enfermedad incurable. Fue lo que recordó el Buda, Sidarta Gautama, y despertó; era lo que Jesús convocaba en los demás cuando les preguntaba si querían sanar. Sanar es verse con ojos nuevos, los ojos de la verdad: somos seres buenos. La maldad, y a veces la enfermedad, surgen de haber creído un perspectiva equivocada de nosotros mismos.
Compartí con Jack que, luego de atravesar mi valle de sombras utilizando la meditación Vipassana, al final del camino hallé el arquetipo cristiano del Sagrado Corazón de Jesús, quien me había seguido desde que nací. Y que, de la misma manera en que Sidarta Gautama clamó a la diosa Tierra para que fuera su testigo y vencer a Mara (las fuerzas del mal y de la ilusión), el Sagrado Corazón atestiguó mis batallas. Entonces Jack me miró, sus ojos brillaban alegres, y me respondió con un hermoso secreto. Oriente y Occidente se unían en mi interior.