Por Samadhi Yaisha / crónica publicada el domingo 7 de julio de 2013 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
Fue el día en que descubrí que habitaba un cuerpo. Yo no era el cuerpo, pero vivía ahí.
Parte de mi práctica de amor propio consistía en estar presente ante toda mi experiencia humana: emociones, necesidades, sueños… Escapar y negar mi humanidad, recubrirla, ser inauténtica con lo que ocurría en mi interior, era sinónimo de ansiedad e infelicidad. Con la práctica, identifiqué que cuando estaba ansiosa mi mente “flotaba” fuera de mi cuerpo. Traerla de vuelta a mi respiración y a mi barriga era de gran ayuda.
Mi caminar era pausado y consciente. “Poso el talón, la planta del pie, levanto la rodilla, mi cuerpo se equilibra, poso el otro talón…”. A veces me detenía a respirar, a percibir el aire entrando y saliendo de mi tráquea. El silencio de aquel bosque me ayudaba. Me estiraba y experimentaba que mi cuerpo se expandía. En mi ejercicio meditativo, me acerqué a unos árboles, y ahí comencé a entender que yo habitaba un traje terrestre. Me familiarizaba con un concepto que aprendí de Mary Morrissey. De la misma manera en que los astronautas necesitan un traje espacial para sobrevivir en el espacio, mi alma necesita un traje terrestre -el cuerpo- para existir en este planeta.
“Tengo un cuerpo que tibia el Sol y que la naturaleza nutre. Está hecho para sobrevivir en esta burbuja llamada planeta Tierra. Lo necesito para existir en este mundo o plano relativo. Es como una cápsula viva. ¡Vivo en una cápsula!”, comprendí. “El Universo creó este mundo, una mota de polvo cósmico, y también creó mi cápsula para poder existir aquí… Pero, si la sustancia que creó al planeta y que creó mi cápsula es la misma…. entonces… ¿quién habita en la cápsula?”
Mi mente se detuvo, como si estuviese a punto de descubrir algo más allá de su comprensión. Comencé a percibir algo que miraba detrás de mis párpados. Hubo un silencio prolongado, y me atreví, temerosa, a preguntar de nuevo. Dentro de mi mente, le cuestioné al Universo entero: “¿Quién está en la cápsula?”. Escuché una voz que salía de mi interior, pero también de todas partes: “Nadie”. Mi mente frenó de sopetón. Seguí escuchando: “No hay nadie en la cápsula”.
“¿Cómo que no hay nadie en la cápsula?”, le respondí a esa voz omnidireccional. “¡¡¡Qué quieres decir con que no hay nadie en la cápsula!!!” Miedo. Pavor. PÁNICO. Me aterrorizó el vacío absoluto que percibí. No había nadie en mi cápsula. “Vi” que nada de lo que estaba a mi alrededor era de verdad. La realidad relativa comenzó a desmoronarse ante mis ojos como si estuviese hecha de cartón. En menos de un segundo, sentí a mi mente “salir” del planeta, ver a la Tierra desde un punto lejano en el espacio y regresar de súbito a mi punto presente. Caos. Mi estructura interna se desorganizó.

Recordé las palabras de mi maestro de meditación: “Regresa a tu cuerpo. ¿Qué sientes? ¿Dónde?”. A través de mis sensaciones, identifiqué dónde estaba yo en mi cuerpo y me agaché un poco, como si quisiera evitar dispersarme en átomos hacia todas partes. Afinqué los dedos de mis pies a mis sandalias. “Siento ansiedad y miedo en mi corazón y en mi respiración”. Me permití sentir pánico y me anclé con todas mis fuerzas a mi acelerado ritmo respiratorio. “Estoy en mi barriga. Estoy en mis latidos. Estoy aquí”. Me quedé quieta debajo de un árbol respirando y apaciguando mis pulsaciones.
Me calmé lo suficiente como para preguntarle a la voz que salía de mí y de todas partes por qué creó la Tierra y todo lo que existe. En la metafísica que aprendí, ese “por qué” no tenía respuesta. Si Dios era el Absoluto y lo era Todo en sí misma, era toda la Potencialidad, todo el Amor y toda la energía de Conciencia que podía existir, ¿para qué dividirse en tantos elementos? Si en su concepto de Totalidad ya no necesitaba evolucionar, ¿para qué tanto trabajo? “Nadie ha podido responderme esa pregunta, y me encantaría saber la respuesta”, le dije, ya más calmada y presente en mi respiración. Su voz era clara, firme, amorosa y no tenía género. No era masculina ni femenina. “Porque puedo”, me respondió y yo sonreí ante la ocurrencia. “Porque la idea de hacerlo era hermosa, y porque todo esto es muy hermoso”, continuó. Me sobrecogió una enorme corriente de amor, y me supe querida y apreciada.
“Entonces, ¿por qué tanta guerra y sufrimiento?”, le cuestioné. Esperé, pero no recibí contestación. “Ayúdanos”, le dije, mientras pensaba en la guerra, el hambre y la destrucción del planeta. “Lo necesitamos”, le insistí. Caminé un poco más y miré alrededor. Lo que me rodeaba tenía una calidad sutil y una quietud luminosa diferentes. “Y tienes razón”, le dije. “Todo esto es muy asombroso”. Me di cuenta cuán especial era existir y cuán importante era que lo disfrutara. Y antes de poder preguntar cuál es el propósito de sentir dolor, escuché: “El dolor sirve el propósito de recordarte que estás viva”.
La experiencia fue totalmente sobrecogedora. Aterrizó en mí el entendimiento de que Dios era mujer y era artista. Creaba, moldeaba y paría todo lo que yo percibía manifestado en el Universo. Preguntarle por qué lo hacía era como cuestionarle a una pintora por qué pinta o a una mujer por qué da la luz. Simplemente porque pueden, por que sí.
“No hay un porqué”, me confirmó mi maestro de meditación cuando le narré la experiencia. También me dijo que la primera reacción de la mente humana al toparse con la Realidad Absoluta usualmente era de terror. Le pregunté a otros meditadores de la técnica Vipassana, quienes me narraron experiencias similares, algunas de ellas graciosas.
Agradecí la comprensión que había recibido. Toda mi experiencia humana era una meditación en sí. Soy una obra de arte que está viva. ¡Soy el Universo entero contenido en una cápsula! Las emociones y experiencias equivalían a tormentas, huracanes, volcanes y explosiones solares, pero también representaban paz, belleza y viajes estelares. Viajo el espacio, como una peregrina, a bordo de un planeta. ¡Como en “El Principito”!
Decidí que mi próxima experiencia sería meditar en un columpio. Sentí la brisa y el movimiento de subida y bajada como por primera vez. Momentos después, vi saltar una diminuta rana que parecía un coquí. Acostumbrada a que señales como ésa traían un mensaje espiritual, busqué su significado: “un recordatorio sobre los vínculos comunes con toda expresión de vida. Cantante de celebraciones que rememoran antiguos comienzos. Transformación, limpieza, comprensión de emociones, renacimiento”.

Días después, pregunté qué clase de árboles eran aquellos bajo cuya sombra caminé. Eran robles estadounidenses. Aunque de diferente especie, el roble puertorriqueño era el árbol que más me gustaba, porque mi mamá me había enseñado a apreciar que florece en abril y noviembre. Y qué cosas, mi mamá nació en abril y trascendió en noviembre.
La vida es la aventura que vive el Absoluto contenido en una cápsula. El propósito mismo es disfrutarla. Hay siete mil millones de cápsulas en la Tierra, cada una hecha de la misma Sustancia de amor. Así que profundicé en el propósito de mi práctica: estar despierta a su Presencia.
En Facebook: 90 días: una jornada para sanar
TTremenda experiencia trascendental. Influyente vivencia. Profundo sentir. Haces de tus pasos enlaces de vida, paz, entendimientoy verdad.JMToro
Gracias, Jesús, por tus palabras. Trato de comunicar lo mejor que puedo esta experiencia, que es tan abstracta. Aprecio que te hayas detenido a leer, y que haya llegado a tu ser. La escribí con el propósito de que otros sintieran lo que viví. Gracias.
Hola, hace algún tiempo que leo tus columnas. Te felicito y admiro por la valentía que has tenido en abrir tu alma y corazón. Por ser transparente y dejarnos ver las luchas internas que muchos nos cuestionamos y pasamos pero pkcos nos detenemos a pensar por “no tener tiempo” y luego estamos hundidos por escapar nuestra realidad. En fin me identifico contigo en muchos temas y pensamientos. Éxito y bendicionez siempre!
Saludos Samantha,
Agradezco tu valentía al visitar el blog y escribir aquí. Le agradezco a la Vida la oportunidad de escribir y llegar a otros ojos y corazones. Te doy la bienvenida a este espacio y también a nuestra comunidad en Facebook, si deseas compartir las cosas que te ayudan a sanar: “90 días: Una jornada para sanar” https://www.facebook.com/groups/90dias/