El mandamiento al revés

Photo by Hassan OUAJBIR from Pexels

Por Samadhi Yaisha / una versión de esta crónica fue publicada el domingo 23 de junio de 2013 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día

Me pregunto si fue un error de sintaxis que se replicó con el tiempo y las traducciones históricas, porque el “mandamiento” de amor sólo me funcionó cuando lo puse al revés. “Como a ti misma, ama a tu prójimo”.

La indoctrinación religiosa me atocigó a temprana edad que no importa lo que hiciera, sería pecadora siempre; y que para merecer el cielo tenía que hacer un millón de cosas. Aún así, sería extremadamente difícil llegar allí. Tenía que ser perfecta y negar mi humanidad. Juro que lo intenté. Desprecié todos mis defectos e hice lo indecible por ser una prístina figura de porcelana espiritual. Eso terminó por frustrarme sin retorno.

Cuando entendí que en el fondo de todos mis atolladeros yacía el mismo desamor propio, mi mente se topó con un magnánimo problema sin solución lógica. ¿Cómo me amo a mí misma? Lo intenté abarrotándome de cosas materiales y comida, pero eso me hizo infeliz.

Mi vida había estado al revés porque mis creencias sobre lo que era la Vida también estaban invertidas. Muchos libros de consejería y autoayuda, la práctica de meditación Vipassana, lo que aprendí con Osho, la yoga, mis procesos de recuperación de doce pasos, la pintura meditativa y la metafísica de Nuevo Pensamiento, recomendaban comenzar por el amor propio. También animaban a establecer una relación personal y sólida con un Ser Superior, el cual sería la fuente de guía y amor inagotables. A principios de ese año tracé la intención firme de que el año no terminaría sin yo descubrir cómo hacer ambas. Fueron doce meses de enseñanzas intensas, algó así como entrenar para un maratón.

Al principio, cuando practicaba abrir mi corazón para amarme a mí misma, me topaba con recuerdos de las veces en que otras personas me habían tratado mal, un gran obstáculo en la práctica. Pregunté en mi escritura: “¿Por qué me molesta aún el trato que recibí?” Esperé en meditación y recibí la siguiente respuesta: “Porque así de mal es como te tratas a ti misma y lo detestas, pero no sabes tratarte de otra manera”. Si alguien me hubiese susurrado al oído las cosas negativas que mi mente repetía, no lo hubiese tolerado.

Amarse a una misma venía antes que amar al prójimo. No podía experimentar una cosa sin la otra. Comencé por diseñar mi teología personal poniendo a la inversa lo que había aprendido. Ya había dado el primer paso con la práctica de soltar creencias anquilosadas: “Dejo en libertad los patrones de pensamientos que crearon (ansiedad, depresión, sufrimiento, etc)”. Luego comencé a creer que sí merecía sanación, solvencia económica, relaciones saludables, paz, alegría interior… en otras palabras, un estado de integridad. Repetía y ejecutaba: porque me amo a mí misma, me alimento saludablemente, descanso lo necesario, continúo mis procesos de sanación, merezco perdonar y ser perdonada. Merezco relaciones saludables.

Invertí el mandamiento más importantes que había aprendido. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” pasó a ser “Como a mí misma, amo a mi prójimo”. Pero aún me cuestionaba el cómo, pues me habían enseñado que los demás iban primero y yo última. En ello estaba, cuando tomé una clase de interpretación metafísica con énfasis en lo que significaba la figura de Cristo en la Biblia.

Un concepto nuevo de Cristo

Los términos “Cristo”, “Biblia”, “Iglesia”, “reverendo”, “ministro”, “cura” y “religión” me provocaban una profunda aversión. Los asociaba con fanatismo, manipulación, control político, guerras, evangelización forzada, colonización genocida, abuso infantil, venta de indulgencias (compre el perdón ahora y peque después) y el secuestro del paraíso al cual todos los seres tienen derecho a pertenecer. Alguien más tendría la llave de entrada y decidiría si yo había sido lo suficientemente buena y merecedora. Y eso me daba mucha rabia. Me sentía separada.

Porque estaba decidida a buscar una fuente inagotable de amor interior, fundamental para continuar mi sanación, escogí el concepto de un Poder Superior de amor, y aprendía a relacionarme con esa Presencia. La había ido encontrando a través de los doce pasos, la meditación Vipassana y su práctica de “metta”, la cual significa enviar amor a todos los seres, comenzando por una misma. Entendí que todos los seres están hechos de la misma sustancia de vida.

La metafísica abonó a ese proceso con un concepto de Dios como una idea sin tiempo ni espacio. Era el Absoluto en quietud y potencialidad. Sin embargo, entendía que para haber originado el mundo relativo, tenía un aspecto de movimiento, algo así como una ignición, un intermediario que insufla vida, crea ciclos, se manifiesta en seres diversos y evoluciona. El concepto de Cristo era Dios en movimiento, y alcanzaba su expresión máxima en el ser humano. “Dios duerme en las rocas, respira en las plantas, se mueve en los animales y despierta en los humanos”, escuché a una ministro de Nuevo Pensamiento. La Biblia de momento se abrió ante mis ojos como un vasto código de mitología que contenía -en personajes diversos- todos los estados de conciencia de los seres humanos, desde los abominables hasta los altruistas. Entre todos ellos, representaban la jornada del héroe (y sus antagonistas) que yo había aprendido del mitólogo Joseph Campbell. El ser humano nació en el paraíso, fue desterrado de su hogar por ignorancia y atravesó múltiples jornadas para regresar a casa, a un estado de integridad y amor absoluto.

Lo que entendió la figura histórica de Jesús era que los seres humanos tenían la capacidad de manifestar todo el potencial que les había sido otorgado por naturaleza, y para ello no era necesario otro código más que el amor. Ello le quitaba poder a cualquier autoridad externa. Quizás por eso fue condenado a la pena de muerte. Cristo no era una persona, sino una Presencia que él manifestó en su expresión máxima: es la capacidad de resucitar o regenerarse ante cualquier circunstancia o pérdida. En puertorriqueño lo conocemos coloquialmente como “echar pa’lante”.

Este conocimiento me dio la llave para acceder a un estado de integridad (o paraíso). Sólo yo podía escoger abrir o cerrar mi mente y corazón al entendimiento de que la Vida (Dios en movimiento, Cristo) fluía en mí, originaba mi respiración y mis latidos, y me empujaba a sanar. Sólo yo podía escoger confiar en Ella y abrirle la puerta a su proceso de crecimiento y evolución. “Todo el mundo tiene el potencial de Cristo. Es como cultivar una semilla. Así es como crece en su estado completo en ti. Es como estar preñada… Y hacer que esa criatura alcance un estado completo es decisión nuestra”, dijo la instructora. Estancarme en mi evolución había generado enfermedad y sufrimiento. Abrirle mi corazón había provocado una limpieza interior y un parto cósmico. Una persona nueva comenzaba a moverse y manifestarse en mí. La codependiente y la que comía sin tregua comenzaron a perder terreno. La luz interior rosada que había surgido en mi renacimiento se expandía poco a poco.

Entendí que intentar amar a otros antes de sentir amor hacia mí misma integralmente era codependencia. Era un “amor” que se desgastaba. Aunque otros lo vieran como un periodo de egoísmo o vanidad, yo necesitaba profundizar en mi amor propio para regresar a un estado de integridad. Sólo desde una comprensión profunda y compasiva –y no condenatoria– de mi propia naturaleza humana, amarla con toda su vulnerabilidad y condicionamientos, podía aprender a amar a toda la humanidad. Ahí estaba mi nuevo mandamiento. Cuando lo practiqué “al revés”, mi vida comenzó a enderezarse.

Busca en Facebook: “90 días: una jornada para sanar”

 
Foto por Pexels

8 Comments

  1. Tu artículo del domingo me fascinó. Siempre me preguntaba lo mismo. No puedo querer a otros si no me acepto yo primero.Si no tienes amor no puedes darlo.

    1. Gracias, Nitza, por compartir tu experiencia. Hace mucho tiempo que vengo leyendo sobre el tema. Años quizás, pero no fue hasta que profundicé en mi práctica que comencé a entender cuán importante era, y cuán invertido tenía el mensaje en mi cabeza. Un abrazo. 🙂

    1. Gracias, Marina. Comparto lo que me ayuda a sanar y le agradezco al Universo que la experiencia haya sido de sanación para ti también. Un abrazo. 🙂

  2. Hoy leí el artículo Un remedio para el insomnio y me vi retratada. Busqué tu página y estoy interesada en continuar leyendolos. Gracias por tu aportación para sanar vidas.

    1. Gracias, Gélida, por leer y aportar. Comparto lo que me ayuda a sanar. Puedes encontrar las demás crónicas en la pestaña que dice “90 días Español”. Están todas las que han sido publicadas desde octubre de 2010. 🙂 Lindo día. 🙂

Leave a Reply

Fill in your details below or click an icon to log in:

WordPress.com Logo

You are commenting using your WordPress.com account. Log Out /  Change )

Facebook photo

You are commenting using your Facebook account. Log Out /  Change )

Connecting to %s