por Samadhi Yaisha/crónica publicada el 22 de julio de 2012 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
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4 peras enteras
5 hojas grandes de acelgas
(también pueden ser coles rizadas,
espinacas o vegetales verdes)
1 taza de menta fresca
2 tazas de agua
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Proveniente de Asia y del Mediterráneo, la menta obtuvo su nombre de una ninfa, según un mito griego. La planta es un símbolo de amistad y bienvenida, y se utiliza en múltiples remedios para el sistema respiratorio, digestivo, dolores de cabeza y dolores menstruales. Tiene vitaminas A, C y B2.
Fue la primera lección que aprendí de Lovey Jane, una maestra de veganismo crudo que conocí en Kansas City. Los veganos crudívoros me invitaron a sus reuniones cuando llegué a la ciudad, en medio de un invierno más crudo que sus vegetales. “Están locos”, pensé. “¡Y que comer vegetales sin cocer con este frío! Yo me quedo con mi sopa de lentejas”.
Meses después, azotó un verano de 113 grados F. Era como vivir en una cápsula de deshidratación que succionaba la humedad de mi cuerpo incesantemente. La dieta vegana cruda ya no parecía descabellada, sino necesaria. Tras ver el documental “Fat, Sick and Nearly Dead”, de Joe Cross -quien curó su enfermedad crónica con un prolongado ayuno de jugos de vegetales- conocí a Jane y busqué información sobre el método de alimentación vegana cruda.
Aquella película me dio esperanzas en mi búsqueda para superar la adicción a la comida y el azúcar, uno de los problemas de Joe. Comencé la gesta veraniega de llenar mi nevera de todo tipo de vegetales y frutas frescas, nueces y semillas; exprimir muchos jugos y hacer batidas verdes. Entre las salpicaduras de la licuadora y recetas arruinadas, mi cuerpo comenzó a despertar y mi cerebro me informaba que se sentía más nutrido y activo. Aún así, cada dos o tres días tenía recaídas fuertes, usaba la comida chatarra y azucarada para adormecer cosas que no quería recordar.
Tomar clases con Jane fue alentador. Tres años antes estuvo enferma de un cáncer cervical inoperable y su plan médico no cubría las quimioterapias. Con 38 años, sufría de migrañas, tenía más de 80 libras de sobrepeso, padecía de insomnio, dolor en las rodillas, infecciones crónicas en el tracto urinario, fibromas uterinos, depresión y ansiedad. El cáncer la puso contra la pared y comenzó una carrera por salvar su vida con métodos alternativos. En un año, leyó 200 libros de sanación holística, buscó gente que la ayudara y bajó de peso. “Tomé responsabilidad de mi propia salud y me curé a mí misma. Hice cambios drásticos, pero valió la pena”. Jane hizo unos 100 cambios en su forma de vivir y ver la vida. No reclama haber descubierto la cura del cáncer, sólo comparte lo que le ayudó a sanar.
Comenzó su desintoxicación al dejar cigarrillos, alcohol, café y refrescos porque acidificaban su cuerpo. Aprendió que las enfermedades crónicas aparecen cuando el balance ácido/alcalino en el cuerpo (pH) está fuera de equilibrio hacia lo ácido, y que los alimentos alcalinos que más ayudan al balance saludable son los vegetales de hojas verdes. Posteriormente, dejó de consumir carnes, azúcares y grasas cocidas -también elementos ácidos-, se deshizo de las comidas empacadas y enlatadas, y regaló su horno de microhondas.
¿Entonces, qué comer?
Una pensaría que se quedó comiendo lechugas, pero fue todo lo contrario: su mundo culinario se expandió. En su lista de alimentos saludables, conté más de 80 tipos de vegetales, frutas, vegetales almidonados, algas, raíces, yerbas, semillas y nueces. Sus cuatro métodos para consumir los ‘veggies’ son:
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Sopas crudas (como el gazpacho)
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Nos enseñó sobre las ensaladas arcoiris, las cuales contienen vegetales y frutas de todos los colores para que el cuerpo absorba la variedad de vitaminas y minerales que necesita.
Aprendió a germinar granos para consumir proteínas y a obtener las grasas de fuentes como aguacates, nueces y semillas, aceites de coco, oliva y de semilla de uva.
Ejercicio y alegría
Descubrió que caminar, hacer yoga, hacer estiramientos, inversiones o brincar en un pequeño trampolín aumenta la actividad en el sistema linfático, que lleva nutrientes y recoge desperdicios de las células. Conoció la quiropraxia, las terapias de masaje, enemas y saunas, entre otras; pero el método más enérgico que encontró fue la risa. “Es un antídoto poderoso. Nada mejor para balancear la mente y el cuerpo como una carcajada”.
Mejorar la salud emocional
Jane cuenta que su cuerpo expulsó el pólipo canceroso tras reconocer que guardaba emociones tóxicas reprimidas desde su niñez. A corta edad, había sido molestada por un amigo de su mamá. “Hablé con mi mamá sobre ello. Pocas semanas después, el pólipo cervical salió de mi cuerpo”. Tras la experiencia, aprendió a estar atenta a sus emociones, a utilizar afirmaciones a diario, expresar gratitud y reírse a menudo.
Progreso, no perfección
La lección más importante que aprendí de Jane fue la aceptación del proceso propio y el de otros. Recuerdo que una estudiante le mostró su diario de alimentación, preocupada porque rompió su dieta para comerse una suculenta hamburguesa con todos sus aditivos, y luego se sintió culpable. Pero Jane le señaló todas las demás comidas en las que incrementó la cantidad y variedad de vegetales, incluido el día del ‘hamburguer’. La culpa no funcionaba en esto de buscar mejor calidad de vida y alimentación. “Mi propósito es que consuman más vegetales crudos en su dieta”, repetía.
Entendí que el vegetarianismo dogmático y el haber aprendido a criticar a aquellos que tenían las tripas llenas de carne, pizza o sus cuerpos llenos de azúcar había sido un obstáculo para mi sanación. Al criticar a los demás, me estaba diciendo a mí misma que yo tampoco lo estaba haciendo bien. Cada persona estaba en un estado de conciencia distinto en torno a su alimentación y cuidado propio. No me tocaba condenar a nadie, sino encontrar lo que funcionaba para mí.
Amor propio
Apliqué el ejercicio de pasar a secas un cepillo suave sobre mi piel antes de bañarme para activar el sistema linfático. Mi cuerpo comenzó a gritar ‘¡gracias!’. Tan necesitado estaba de cuidado propio, que brotaron recuerdos y lágrimas por las veces en que permití que otros lo trataran con desprecio o lo llamaran flácido, vulnerable y torpe.
Un ser muy noble estaba debajo de esa piel esperando afecto de mí misma. En mis meditaciones, “vi” que mi corazón tenía un pequeño hueco energético, un lugar privado de cariño que buscaba satisfacción con comida, azúcar y trabajo en exceso.
Sí hubo progreso. En vez de recaídas cada dos o tres días, ocurrían una vez a la semana. Mi cuerpo se acercó de nuevo a un peso saludable, y me agradecía a cada paso la variedad de alimentos y minerales que ahora estaban disponibles. Me había obsesionado tanto con desintoxicarme, que me había olvidado de nutrirme. Comencé a sospechar que las comilonas ansiosas también obedecían a que el cuerpo buscaba satisfacer privaciones alimentarias.
Me dio trabajo, pero comencé a amarme tal y como era, con todo y mis adicciones; sin condiciones ni cociones. Comencé a germinarme en amor crudo.
Te invito a visitar a Lovey Jane: http://www.janevanbenthusen.com/
Pronto, una sección de recetas veganas y crudívoras en este blog. ¡Gracias por seguir el viaje!
Los jugos son excelentes para depurara nuestro cuerpo de las toxinas acumuladas, pero también es importante tener un workouts para tu estilo de vida que mantenga todas las áreas de tu cuerpo saludables
Así mismo es, Andrea, es un proceso que incluye varias disciplinas. ¡Gracias por leer!