90 días: El silencio de un monasterio

Por Samadhi Yaisha/esta crónica fue publicada el domingo 27 de agosto de 2011 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”

Monasterio catalán – diciembre 2010. Foto por Samadhi Yaisha

Sobre las lomas mediterráneas catalanas, en el trayecto que va desde Barcelona hacia Tarragona, se levanta un monasterio del siglo XII d.C.

Haría una parada allí para visitar un pedacito de hogar antes de mi próximo destino, que auguraba más duro y solitario. Allí vivía un monje valenciano que había sido mi amado, antes de que él vistiera sotana y de que yo me convirtiera en una especie de monja vegetariana y ‘new age’ que había vendido su carro híbrido. Nos conocimos nueve años antes, cuando viajé a Valencia a estudiar un Máster en Redacción. Fue la primera persona que me enseñó a meditar, y aquella meditación nos fue enlazando las almas en una espiral de luz. Años después, aquel amor se convirtió en una amistad duradera. Hablábamos o nos carteábamos con frecuencia.

Mientras el tren en el que viajaba zigzagueaba entre la geografía catalana y yo aguardaba el amanecer tardío del invierno, recordaba la audacia de este chico quien un día, decepcionado de la vida industrial y repetitiva, se había ido a meditar frente a un Mediterráneo altivo y retante. Decidió hacer una vida de ermitaño; tomó un tren hasta la última parada de una zona rural y después siguió a pie hasta encontrar su ermita. La aventura lo llevó al monasterio.

En este momento de transición que vivía, necesitaba a alguien que pudiera entender mi jornada como mi amigo. Su voz telefónica me había acompañado durante mi crisis de 90 días antes de salir de Puerto Rico y durante la temporada en la que dejé mi profesión por la yoga.

A las 8:00 de la mañana el sol flotó de repente sobre el mar que bañaba al este catalán; un enorme plato naranja que alumbraba sin entibiar. Aún así fue un espectáculo verlo iluminar las casitas de ladrillo y los viñedos pelados.

Monasterio catalán – diciembre 2010

Llegué a la estación y me esperaban dos monjes. — Pero, ¿y a dónde vas tan cargada? — fue el saludo de mi amigo. Hacía seis años que no nos veíamos. Él vestía su sotana y yo mi bata morada del ashram de Osho.

Busqué en su mirada algún brillo de la misma intensidad con que nos vimos la última vez, pero hallé su amistad honesta. Él había aprendido a dejarme ir, a respetar mi libertad y a abrazar la suya. Y recordé que yo había hecho lo mismo. Por eso habíamos cultivado una amistad longeva y ahora podíamos reencontrarnos.

Su primera misión fue enseñarme algunos hermosos secretos de aquel lugar mágico -la bodega, el campanario, las chimeneas, las fuentes- mientras me contaba historias magníficas de condes y reyes enterrados allí. Hasta vimos un pasamanos en forma de dragón. Más bien me parecía que paseaba por la Escuela de Hogwarts.

Pude hospedarme en el hostal contiguo. Mi amigo había poblado la nevera y las alacenas con un montón de cosas vegetarianas. Agradecí tanto la bendición de tener techo y comida. Antes de irse a sus tareas monásticas, me dijo que en el piso superior vivía un ‘handyman’ francés con su familia.

De noche, regresé al templo principal. Abrí la pesada puerta de madera y avancé entre las capillas, las velas y las verjas herrumbrosas hasta encontrar la que buscaba y allí me senté. El eco de silencio era infinito. Era la presencia silente y poderosa que late en todos los lugares sagrados, como si fueran todos portales de la misma fuente. La misma que sentí en lugar de descanso de dos gurús en India.

Monasterio catalán – diciembre 2010. Foto por Samadhi Yaisha

Sola frente al sagrario, la lucecita perenne acarició mis memorias de adolescente. Mi primer beso había sido asaltado frente a una iglesia, cerca de un sagrario, en un momento de oscuridad y quietud parecido a aquel. Ahora me arrodillaba -como hacen los católicos- de agradecimiento por haber llegado a un lugar que me acogía hogareño en esta pausa entre el país que vio morir mi vida anterior y el país que vería mi vida nueva. Me arrodillé por el miedo de que el dinero comenzaba a escasearme y porque debía dejar el monasterio antes de Navidad. Los monjes necesitarían quietud sin distracciones para sus ritos, así que en una semana debía partir al próximo destino, un lugar en el que tenía interés de trabajar, pero no conocía a nadie y no tendría lugar dónde vivir. Me arrodillé porque el único ser que podía acompañarme se había perdido, y aunque fuera un manojo de madera y cuerdas, aquella guitarra era mi alquimista. Me había guardado el secreto de que todas las mañanas aún me levantaba frágil, y que, antes de abrir los ojos, extendía mi mano para agarrar su brazo y pedirle una melodía que convirtiera la soledad en esperanza. Ya no tenía presupuesto para comprar una nueva y se me hacía tan duro cantar sin ella.

“Por favor, por favor, devuélveme mi guitarra”, le susurré al sagrario, igual que le pedí al primer gurú que visité en India que arreglara mi computadora afectada por un corto circuito.

Al segundo día de haberla perdido, me resigné a dejarla ir. Quizás algún maletero indio o europeo la necesitaba más que yo para venderla o rasgar sus dulces guitas de nilón. La realidad era que, con el equipaje que aún cargaba, no me quedaban manos para su pesado estuche.‘Adiós, compañera’, le dije en mi corazón, y me fui a dormir.

En el hotel Sunderban junto al ashram de Osho, diciembre 2010

La mañana del tercer día aún no se asomaba cuando un puño insistente tocó a mi puerta. Atontada aún, me asomé por la mirilla y no reconocí al hombre de acento francés que me llamaba por mi nombre. Era el ‘handyman’ del piso de arriba. Una acorazonada me apresuró a abrir la puerta, y vi que cargaba un estuche negro con la estampa de ‘frágil’ escrita en hindi.

-“¡La guitarra! ¡Llegó mi guitarra!”- desperté a toda la hospedería. La melodía de todo mi mundo había subido una octava.

Regresó, presumo, porque a pesar de que la amaba tanto, había aprendido a dejarla ir.

La autora es un ser libre.

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3 Comments

  1. Tenemos un mundo perfecto donde todo es maravilloso y ùnico, nuestro mundo contiene todo, y no es verdad que podamos carecer de lo que necesitamos,espiritualmente lo q necesitamos esta con nosotras, por una ù otra razón siempre tenemos aquello que queremos, claro esta, siendo sencillos, nobles y generosos con nosotros mismos y con los demàs. este escrito me ha llegado al alma, como todo lo que escribes amiga Samadhi Yaisha. Gracias.

    1. Gracias, Natty, me honra tu lectura…. 🙂 Todo lo que hecho ha sido practicar, practicar, es posible con la práctica, no hay más ciencia que esa para poder escribir mejor. Gracias por tu amistad, la aprecio mucho.

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