Por Samadhi Yaisha / una versión de esta crónica fue publicada el 20 de marzo de 2011 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
“Tu tiempo es ahora una mariposa”. Silvio
❦
Finalizaba octubre y concluía la celebración de Kojaagan Purnima o Sharad Purnima, una brillante luna llena que marcaba el fin de la temporada de lluvias y traía alegrías. Se creía que, en aquella noche, la diosa Lakshmi iba de lugar en lugar preguntando: “¿Quién está despierto?” y repartía su abundancia entre quienes respondían.
En esos días, y como bailarinas silenciosas, habían ido poblando el ashram muchas mariposas de luz, que descansaban con sus enormes a las oscuras junto a las bombillas o sobre los cuadros de los gurús.
Ya con el pecho abierto y la mente más despierta, sentía que había dejado atrás mis propias lluvias. Sentada en un escritorio sencillo, junto a una ventana de dos hojas y con varios proyectos de escritura para la Misión en la que trabajaba como voluntaria, dejaba que, entre tecla y tecla, el Sol me acariciara el alma. Pasaba ratos largos meditando en el santuario de la Misión y me llevaba esa aura al escritorio, dejando a veces los dedos suspendidos sobre el teclado para cerrar los párpados y ver la potente luz amarilla que había tras mis ojos. Me habían asignado trabajar una versión de la biografía del gurú fundador del ashram para colocarla en internet. A través de sus relatos, viajaba por otras partes de India a las que no llegaría en persona. Un día, este sadhu encontró a un fakir y le preguntó: “¿Qué debo hacer para conocer al Amado, por quien ansío tanto?” El fakir le contestó: “La mariposa de luz ansía perecer en las llamas y ser una con el fuego. Si la espantas, pronto regresará”.
Ser una. Ir hacia adentro, hacia la Luz y al Silencio. En esa práctica de unidad incluía la yoga y saludaba muchas mañana a la estera de goma con un perro de cabeza abajo.
“¡Los dedos tan abiertos como puedas! ¡Trabaja en la raíz del muslo! ¡Acerca el pecho a las piernas! ¡Más!”
En el otro lado de la ciudad, la maestra que el instituto de Iyengar me había asignado corregía las posturas de sus estudiantes. Sus alumnos indios aseguraban que era igual que tomar clases con él. Escuché a alguien definiéndola como una “mini-Iyengar”.
“¡Estira más las rodillas! ¡Y los talones en el suelo!”
Estricta, impersonal y disciplinaria; parecía una sargento. Era justo lo que necesitaba; no pensar entre posturas, ni comparar lo que aprendía ahora con lo que supuestamente sabía, pues, según recordaba instrucciones del pasado, mi práctica se sentía frágil sobre el yoga mat. Así que vaciaba la mente de aquello y hacía espacio para esto: secuencias nuevas que hacían la cadera más flexible para un triángulo sencillo y la manera correcta de utilizar los músculos del pecho y alrededor de los omóplatos para inversiones como pararse de cabeza y de manos.
– El apego emocional también ocurre cuando aprendemos algo. Nos atamos a ello. Tiene que ser removido gradualmente – la escuché decir.
La postura de montaña se veía y sentía muy distinta a la que había conocido. Pies bastante separados, dedos gordos marcadamente hacia adentro como los zambitos, muslos internos rotados hacia atrás, sacro apuntando al suelo, pecho bien abierto como un acordeón, omóplatos bien juntos, cuello extendido, y la parte más bella, los brazos estirados hacia atrás con las manos explayadas como estrellas de mar… Comenzábamos a extender las alas… Mientras el Sol ascendía, iluminaba nuestros rostros con rayos violetas y amarillos a través del tinte discontinuo de los cristales. Éramos 40 personas respirando quietas, como un ejército de mariposas a punto de volar hacia el Sol.
“Yoga chitta-vritti-nirodhah”: aquietar las fluctuaciones de la mente.
Así llegó en noviembre la celebración de Diwali (cinco días de fiestas por el año nuevo indio). Los alumnos fuimos

invitados a escuchar hablar a Iyengar, a quienes sus discípulos cariñosamente llaman Guruji.
Allí vi a mi maestra graduarse, después de 12 años de estudios arduos, explicando el significado de la oración al sabio Patañjali que se hace al inicio de cada sesión.
– La oración establece claramente que Yug (unir, de donde proviene Yoga o unión) es para la santidad de la mente. A medida que la práctica mejora, todos tenemos un atisbo de serenidad.
La santidad de la mente tiene un concepto distinto en Oriente, según he ido aprendiendo. No se refiere a la mente de un santo medieval, se refiere al concepto de una mente unificada, íntegra y holística, y no desparramada en actividades múltiples, a merced de emociones y pensamientos erráticos.
Al escuchar la historia sobre sus inicios como estudiante, se me estiraban los cachetes en una sonrisa, pues era como escucharme a mí:
– Ofrecía mis oraciones, pero no desde el corazón. Pensaba en otras cosas… Seguía instrucciones pero la mente estaba enfocada en las emociones, lo que abría paso a inestabilidades en el cuerpo. La sensación de liviandad (tras las sesiones de yoga) era mi motivo principal para regresar. Podía estar en Sirsasana (parada de cabeza) y sentía las reacciones en mi cuerpo, pero, ¿mis pensamientos? Tenía la cabeza en el hogar, los niños y el supermercado; estaba haciendo la postura, pero no estaba en la postura. Siempre que volvía a Tadasana (postura de montaña), volvía al momento presente. Una vez fuera de una postura, la mente también se iba fuera del cuerpo. Y tengo que estar consciente y presente, no sólo en las posturas. ¡Ello aplica a cada momento!
Otro graduando narró cómo conoció a Iyengar siendo muy joven, cuando aún trabajaba en una oficina de publicaciones. “Ya me había puesto cómodo”, decía, cuando Iyengar lo llamó. “¿Por qué no practicas?” En su jornada de yoga, aprendió a ver que cuando no alcanzaba a hacer una postura tenía que preguntarse en dónde estaba su mente, y que no había diferencia entre lo que ocurría dentro de la estera de goma y fuera de ella.
– Seguir la yoga te lleva al centro, a un entendimiento interior del concepto de unidad y universalidad. Muchas veces sentimos tensión ante una situación porque las emociones nos atan. Pero cada momento tiene su propia verdad. Si lo confrontas, no hay conflicto, el momento te brinda su propia armonía.
Pasé unas pocas páginas de mi diario hacia atrás. En mis viajes literarios con el gurú en cuyo santuario meditaba, había hallado una cita sobre los conflictos: “Hay una ley divina que vigila la puerta de salida de las dificultades y brinda el néctar de su amor. Créanme, las discordias también son notas en una armonía superior”.
¿Era que los todos los gurús se ponían de acuerdo?
Entonces presentaron a Iyengar. Todas las miradas apretujadas en aquel salón en forma de media luna se giraron en dirección hacia donde yo estaba y abrí los ojos. Miré hacia atrás. El maestro nonagenario que se levantaba para ir al podio había estado sentado justo detrás de mí. De estatura pequeña, sonrisa amplia y cabello plateado, la presencia de este maestro se sentía dulce y serena. Había visto tantas fotos de rostro severo que contrastaban con la voz melodiosa que ahora parecía cantar:
– Hay que abrir la mente, para poder Ver la luz… Ilumina tu mente y Ve. La mente tiene un rol principal en la práctica de yoga, no debe ir fuera del cuerpo, debe estar dentro de él. Cuando hay entendimiento del cuerpo, hay entendimiento de la mente interior: la inteligencia, la mente despierta y la conciencia.
Y la hermosa explicación de cómo las posturas ayudaban a desbloquear el cuerpo, y por consiguiente, a descongestionar la mente.
La velada terminó con un rito de adoración a Patañjali, el sabio indio que codificó los aforismos de yoga hace 2,200 ó 2,500 años. De las manos de una mujer, una vela de aceite y aromas danzaba en círculos alrededor de la esfinge del sabio, ornamentada con guirnaldas de flores, aplausos y sonrisas. Y al salir del recinto, lo que jamás faltaba en una ceremonia en India, prasad, comida bendecida por un maestro, que en las fiestas del año nuevo lunar indio abundaba como confitería en todas sus manifestaciones.
Agradecida del prasad espiritual, volví a mi ashram en autorikshaw y a pie. La ciudad discontinua, adornada con luces de Navidad, fuegos artificiales y pirotecnia ruidosa le daba un marco a mis alegrías renacidas que comenzaban a aletear, todas a un tiempo.
La autora es un ser libre.