Por Yaisha Vargas / crónica publicada el domingo 14 de junio de 2015 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”
¿Qué son límites saludables? De todas las explicaciones que he leído, la que describo a continuación es la que más me ha ayudado a entender límites saludables en mí misma y en relación con los demás.
Ésta fue una de las últimas lecciones que aprendí de la terapeuta Rita Witt y de su Grupo de Terapia para Sobrevivientes antes de partir de Kansas City: “Podría ser de ayuda pensar en los límites como si fuera una verja que contiene todo lo que soy. Esto incluye mis pensamientos, opiniones, necesidades, sueños, sentimientos, anhelos, miedos, ideas y todo lo que compone mi ser sagrado”.
La única persona que puede determinar qué conceptos ocupan mi jardín interior soy yo misma. Cuando interactúo con los demás, mi filosofía personal permanece intacta a menos que yo decida abrir los portones de mi huerto interno y dejar que los demás planten ideas allí o pisen mi grama y mis legumbres. Establecer límites saludables implica simplemente aprender a mantener mi valla vigilada. La llave que permite establecer relaciones saludables con los demás es el amor propio. Me ocupo de cuidar mi jardín primero que todo y, antes de permitir que alguien entre, me aseguro que sea una interacción favorable para mi práctica de amor propio.
Establecer el jardín interior
Cuando hemos vivido en una situación de codependencia durante un tiempo prolongado, o hemos vivido para los demás antes que para nosotras mismas, nos hemos perdido de llevar a cabo el importante proceso de conocer nuestras fronteras personales: dónde es que terminamos nosotras y comienzan los demás.
Quizás, al entrar en contacto con este espacio interior como adultas, ni siquiera sabemos qué es nuestro o qué fue plantado ahí antes de que pudiéramos escoger qué creer. ¿Cuánto de todo lo que hay en mi vergel es verdaderamente mío y cuánto es una colección de los pensamientos, creencias u opiniones de los demás?
Cuando éramos pequeñas, las figuras de autoridad plantaron sus ideas, creencias y sueños en nuestro patio. Como no habíamos aprendido a pensar por nosotras mismas, estas “plantas” crecieron predominantemente, echaron raíces fuertes y se convirtieron, aparentemente, en una parte permanente de nuestro paisaje.
¿Tenemos que seguir plantando margaritas como nos enseñaron? ¿Y si descubrimos que nunca nos gustaron? ¿Qué tal si lo que queremos es sembrar robustos árboles de ficus que ocupen una gran cantidad de nuestro espacio y hasta levanten la acera? Siempre y cuando sea en nuestro propio parque y no afecte el jardín de los demás.
No existe un edén perfecto
Al descubrir nuestro jardín interior, observamos si la grama está cortada, si hay un cercadillo o si está todo despeluzado de maleza, enredaderas y mimes. Miramos si la verja es una impenetrable pared de ladrillos o si el portón no se ve porque emoheció, se desplomó y está debajo de la grama recrecida. No importa cómo se vea, lo que importa es que lo conozcamos finalmente, lo aceptemos tal y como está, y de ahí decidamos si lo queremos cambiar.
Es sumamente importante comprender que lo que funciona para nuestro patio no necesariamente le sirve al jardín de los demás y viceversa. No confundamos el proceso de establecer límites saludables para nosotras mismas con ir por la vida diciéndole a los demás que lo que funciona para nosotras es lo que les conviene. Tampoco implica que si algo queda perfecto en el espacio de alguien más, entonces tenemos que adoptarlo. En esto de conocer nuestro huerto interno, no hay absolutos. No hay “correcto” o “incorrecto”, no es necesario un juicio moral sobre lo que decidamos plantar ahí. Lo que importa es que lo que encontramos y sembremos en este espacio sea placentero y nos haga sentir bien acerca de nosotras mismas.
Al revisar las creencias que encontramos ya plantadas ahí, a lo mejor descubrimos algunas piedras, árboles viejos y hasta quizás botellas vacías en el patio trasero, en nuestro subconsciente. Ahora, como adultas, tenemos la capacidad de escoger si dejamos estos objetos ahí o los removemos. No hay juicio sobre lo que decidamos hacer. No somos “buenas” o “malas” si determinamos hacer una u otra cosa. Nos hacemos cargo de nuestro espacio con valentía. Dejamos de culpar a los demás y al pasado por lo que existe allí. Sólo yo puedo decidir qué es adecuado para mí.
No hay un jardín perfecto. No existe tal cosa como una manera perfecta de pensar, ser y sentir. Lo importante es conocer nuestro jardín y sus fronteras, saber que en ese espacio somos reinas, y nadie más tiene derecho a plantar sus opiniones ahí. De la misma manera, nos toca aprender que no es nuestro problema arreglar los huertos ajenos: sus creencias, sentimientos o pensamientos. Cuando aprendemos a cuidar de nuestro patio, aprendemos también a respetar los demás y dejamos de perder el tiempo criticando que deberían ser de otra manera.
Visitarnos en la verja
Establecer una relación con otros ser humano implica visitarnos en la cerca de nuestros respectivos patios. Esperamos que la otra persona respete nuestro espacio, y hacemos lo propio. Si nuestra amiga, familiar o pareja decide sembrar una enredadera de cundeamor –planta que no nos gusta— y ésta comienza a enrollarse en nuesto portón, ¿qué hacemos? Si damos instrucciones para que la otra persona deje de sembrar cundeamor porque ello nos afecta; si utilizamos frases como, “Si me amas, dejarás de sembrar cundeamor…”, ¡estamos impartiendo instrucciones en el jardín equivocado! En este caso, recordamos que nuestro huerto es portátil.
Podemos mover nuestro jardín de lugar si: nos sentimos bombardeadas por las críticas ajenas, o si las personas a nuestro alrededor mantienen su patio sucio, lleno de sabandijas y chatarra y nos sentimos incómodas con ese arreglo; si la situación es insostenible porque contamina el agua de nuestro jardín o si han plantado una mala hierba que puede reproducirse en nuestro territorio y afectar lo que hemos plantado allí. Podemos mudarnos y encontrar una situación más favorable. Tenemos toda la potestad de colocar nuestro vergel junto a parques y arboledas que lo favorezcan. Pero no nos toca decirles a los demás cómo cuidar de su jardín.
Si alguien escoge criticar nuestro espacio cuando no le hemos pedido opinión, simplemente podemos responder: “Siento mucho que tengas la necesidad de juzgarme”. No tenemos que contestar criticando de vuelta y desgastando nuestra energía. Podemos escoger rodearnos de personas que nos apoyen sin querer cambiarnos, que nos acepten con nuestras flores y hojas secas.
Al fijar límites saludables y dejarles saber a los demás hasta dónde pueden llegar, retomo mi poder personal, escojo lo que pienso y lo que siento.
Una jardinera de aceptación
Como adultas responsables, aprendemos a no dejar que otros definan nuestro espacio interior. Tampoco tenemos derecho de criticar lo que otro adulto siembra en su huerto. No hay juicio moral, un patio “bueno” o “malo”, o un jardín inaceptable si escogemos no sembrar margaritas o antulios. De la misma forma, no es cierto que mi vida es un desastre si no tengo los hijos perfectos o no me sirve la talla 4 de pantalón. Lo que importa es que existe ese espacio interior en mí para cultivarlo. Yo soy yo y mi jardín.
Cuando entendemos que cada persona escoge hacer con su vida lo que quiere, que el mundo es una paleta interesante de colores y experiencias, dejamos de esperar que todo el mundo piense igual que nosotras y tenga las mismas creencias y expectativas. Dejamos de sentirnos decepcionadas porque los demás no actúan como esperamos. La gente adulta no se va a comportar como queremos que se comporten. Van a conducirse como entiendan que mejor les convenga. Cuando entendemos esto, nos damos el permiso de vivir según querramos, en integridad con nuestras creencias, sueños, pensamientos y sentimientos. A la vez, dejamos a los demás ser felices como son. Vivimos y dejamos vivir.
Esta manera de vivir se conoce como aceptación: una perspectiva de apertura de mente, entendimiento y serenidad. Comprendemos cada individuo y situación como algo único y valioso. Respetamos la diversidad y a lo que es diferente a nosotras. Vemos más allá de lo que hemos considerado como defectos o decepciones por parte de los demás y abrazamos nuestra felicidad personal e inimitable.
En Facebook, 90 días: una jornada para sanar
Fotos por Yaisha Vargas.
Me encantó, es justo lo que necesitaba en estos momentos. muchas gracias.
¡Gracias por leer y comentar! Este aprendizaje ha sido tan importante en mi vida!