Rendirse para ganar

por Samadhi Yaisha / crónica publicada el domingo 4 de mayo de 2014 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”

Atardecer rosa tenue. Foto por Samadhi Yaisha. Copyright © 2014.
Atardecer rosa tenue. Foto por Samadhi Yaisha. Copyright © 2014.

Tocar fondo es un momento glorioso. Es el instante luminoso en el que la personalidad-ego que reviste nuestra divinidad se da cuenta de que no puede llevarnos más allá de cierto límite, y que tampoco puede satisfacer la necesidad más profunda de felicidad. O que hay circunstancias más poderosas que el conjunto de estrategias previamente aprendidas para manejar la vida.

La primera vez que leí la paradoja “ríndete para ganar” casi todos los aspectos de mi vida se encontraban en transición. No había terreno sólido del cual agarrarme; me sentía arropada por la incertidumbre, la incredulidad y el dolor. Lo menos que pensaba era acatar las circunstancias porque eso era para débiles. Sí me rendí ante otros seres humanos, la comida y las emociones fuera de control. No entendía lo que significaba entregarme a un Poder Superior a mí misma, una Fuerza que trascendiera los límites de mi personalidad-ego.

Fueron esos momentos en los que mis conocimientos intelectuales, académicos y profesionales no fueron suficientes; cuando levanté los brazos y admití, “¡No sé!”; cuando puse mi frente sobre el ‘yoga mat’ murmurándole a mi Poder Superior, “Bueno, ¡será cuando quieras!”, que los cambios ocurrieron. En ese instante imprescindible en el que reconocía que la Vida no funcionaba a mi manera, entonces mi mente se abría a escuchar la sabiduría de mi corazón, a la intuición. Yo no lo entendía en ese momento, pero mi mente se alistaba a hacer lo mejor que sabe hacer: servir como canal para manifestar lo que mi divinidad ya sabe.

Aprendí de maestros como Osho, Robert Brumet y muchos otros, que en nuestra cultura tratamos a la mente racional como nuestro amo en vez de nuestro aliado y asistente. Creemos que nos toca rendirnos a los deseos de la mente humana, cuando en realidad es al revés. Cuando mi mente racional va sola, sin la mente intuitiva, vivo en sufrimiento. He encontrado más paz y más atisbos de felicidad cuando medito y guío mi mente racional a seguir las instrucciones que traje de fábrica.

El primer paso en este tramo de mi viaje ha sido obtener una radiografía honesta de lo que mi personalidad creó para sobrevivir y triunfar en el mundo material. Procesos holísticos y la filosofía de doce pasos me han ayudado a entregar hábitos que comenzaron por ser placenteros y terminaron siendo fuentes de sufrimiento. Entre ellos, la adicción más difícil de superar: la obsesión de crear relaciones interpersonales que danzan en disfuncionalidad, drama y apegos basados en la carencia mutua. Ésta es quizás la fuente más profunda de dolor. Ha implicado darme cuenta de que, de la misma manera en que los hábitos con los que intenté “completar” mi personalidad no funcionaron, buscar “completarme” a través de otros no tendrá éxito jamás.

Hace un tiempo aprendí que la Cuaresma era una temporada para dejar ir lo que nos pesa, morir a viejas formas de ser que quizás antes nos sirvieron pero que se han convertido en obstáculos para disfrutar la vida. Tras soltar, dejamos espacio libre para que lleguen cosas nuevas, incluidas nuevas maneras de ser en el mundo. En otras palabras, resucitamos. Así que aproveché ese tiempo para aprender a dejar ir la disfuncionalidad.

Amanecer
Amanecer. Foto por Samadhi Yaisha. Copyright © 2014.

En el camino entendí que esa rendición no es forzada. Como indica Brumet en su libro “Living Originally” (“Vivir originalmente”), no es cuestión que decir “me voy a rendir completamente porque ésa es la mejor manera de obtener lo que quiero”. ¡El ego se disfraza de tantas maneras! Tampoco se trata de tenerle aversión al ego por sus intentos de garantizar protección y felicidad. Entregar lo que no funciona en nosotros comienza cuando estamos dispuestos a dejarlo ir. A veces hay que estar dispuesta a estar dispuesta. En mi experiencia, es aprender a suavizarnos por dentro, y eso toma tiempo. Hemos tenido puesta la armadura mucho tiempo, y es posible que no se disuelva de inmediato.

“Paradójicamente, hemos te tener la ‘voluntad de entregar nuestra voluntad’, pero no podemos forzar una rendición, así como tampoco podemos forzar que ocurra una transformación”, indica Brumet. “Y sin embargo, tampoco debemos sentarnos ociosamente a esperar que ocurra. Como el agricultor, no podemos forzar las semillas para que crezcan, pero podemos plantar las semillas y cultivar las condiciones apropiadas para el florecimiento y maduración de la transformación”, añade.

Aprendía de estas cosas, manteniendo mi intención de dejar ir formas disfuncionales de relacionarme con los demás, cuando llegó un Jueves Santo. En esa etapa de mi crecimiento, evitaba a toda costa encontrarme con personas que me resultara incómodo ver. Mi personalidad-ego aspiraba a desarrollar una rutina de evasión que tuviera la precisión de un reloj atómico. Pero aquel día, la estrategia falló y me topé con alguien a quien no quería ver. Intenté por todos los medios posibles no inundarme de adrenalina ni dejarme arrastrar por mis emociones, pero el momento parecía más fuerte que yo, incluso tras haber pasado. Ninguna de mis herramientas de recuperación funcionó de inmediato, por más que ansiara atravesar la experiencia sin sufrir. Unas 24 horas después, recurrí a mi último resquicio: las enseñanzas de la maestra budista Pema Chödrön. Había guardado en mi corazón un párrafo del segundo capítulo de su libro titulado “Cuando todo se derrumba”, el cual indica: “Ya había aprendido previamente esa lección y sabía que era el único camino posible… Sólo en la medida en que nos exponemos a la aniquilación una y otra vez, podemos hallar en nosotros aquello que es indestructible… Sabía que ése es el espíritu del verdadero despertar. Tiene mucho que ver con soltarlo todo”.

Esto no se refiere a permanecer en situaciones abusivas y ser mártires; es nuestra responsabilidad cuidarnos. Se refiere a permanecer con lo que sentimos en ese instante en vez de buscar escapar del momento, relajarnos en medio del caos. Me senté con esta enseñanza y con las lecciones de Brumet que me invitaban a ser amable conmigo misma y permanecer centrada en mi cuerpo mientras experimentara incomodidad o tristeza profundas. Sentí que se ablandó mi corazón, y desde allí dentro escuché: “Deja que la experiencia te atraviese. Sólo relájate. Deja que todo se derrumbe”. Surgieron las lágrimas que me tragué el día anterior; mi piel experimentó vergüenza. Dejé que aquel momento disolviera mi resistencia, y algo se abrió en mí a un nivel más profundo. Fue como si un pedazo de mi personalidad flotara río abajo sin poder recuperarlo. Por varios segundos, no tuve deseos de restructurar mi armadura para confrontar el momento: no había un “yo” que proteger. Había congoja, pero también liberación. En ese trance de apertura, entendí que todas las relaciones interpersonales que no funcionaron me habían ayudado, a veces a quebrar, otras a deshilar, el ser falso que creé para sobrevivir en el mundo. Entendí que ninguna podía darme el amor que me tocaba encontrar dentro de mí.

Tulipán púrpura. Foto por Samadhi Yaisha. Copyright © 2014.
Tulipán púrpura. Foto por Samadhi Yaisha. Copyright © 2014.

Al día siguiente, mientras aún meditaba sobre ese momento de despertar, mi corazón me susurró: “Libera a los demás, y libérate a ti misma”. Me guió a imaginar en mi mente a todas las personas de las cuales me había enganchado en diferentes etapas de mi vida, a medida que pronunciaba la siguiente oración: “Te libero de cualquier obligación de amarme, aceptarme o darme la bienvenida en tu vida. Me libero de tus percepciones u opiniones sobre mí. Somos libres”. Floté de agradecimiento.

Un día después, los tulipanes púrpura que sembré frente a mi casa florecieron casi todos a la vez. Sonreí, era Domingo de Resurrección. Me di cuenta que mi momento de sufrimiento y mi pequeño despertar ocurrieron entre Jueves Santo por la tarde y la noche del Sábado de Gloria. No lo hice sola, sólo estuve dispuesta a rendir la personalidad sufrida con amor, y dejar que se disolviera. La Vida se ha ido encargando de guiarme. Es un proceso que continúa, aún estoy empezando.

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