90 días: El derecho a la iluminación

Por Samadhi Yaisha / crónica publicada el domingo 15 de septiembre de 2013 en el diario puertorriqueño  El Nuevo Día

Me senté a meditar en el balcón. El zumbido de los vehículos en la autopista se había vuelto meditativo para mí. Llegaba a mi apartamento, y aquel sonsonete me daba un sentido de paz.

Starry_Night_Over_the_RhoneSe acercaba el fin de semana, y el maestro tibetano Lama Surya Das visitaría la ciudad. Esperando estar ante su presencia, mi mente entraba en estados meditativos más profundos. Aquella tarde, lo dejé ir todo de mi mente, entreabrí los ojos, y de pronto, los vehículos que circulaban en la distancia comenzaron a parecer parte de una pintura impresionista en movimiento. Eran luz que tomaban forma: ahora estaban, ahora no. Impermanencia. Comprendí que el presente es luz en movimiento, y hasta que vi que yo misma era la pintura impresionista –el flujo de mi sangre, los latidos de mi corazón, mis pensamientos, el fluir de mis emociones, el ir y venir de mi respiración. Yo era una obra de arte viva, y el Universo, mi artista. Aquella sencillez de vida era todo lo que buscaba y necesitaba.

Hace años leía un libro de Osho en el lugar más ordinario de mi casa, cuando entendí el significado de mi nombre espiritual: “la iluminación en el presente, sin miedo”. Me reí al descubrir que mi nombre de pila ya significaba lo mismo, y en ese momento supe en mis tripas que el destino de todos los seres era iluminarse–encontrar eso que sentimos nos falta por dentro, el eslabón perdido. Con Osho aprendí que la iluminación se trataba de estar absorta ante las cosas ordinarias de la vida, la cual ocurre sin pausa, como el “live stream” por internet, del invisible manifestándose hacia lo visible. Para ello no hacía falta religión. Así me comenzaron a pasar pequeños milagros.

En mi camino, descubrí que mi concepto de un Poder Superior no se asemejaba en nada a lo que todos los gurús o figuras de poder espiritual me contaron. Viví coraje y decepción con Dios y con los que sentí me impusieron su idea de espiritualidad. Y de esos sentimientos, el convencimiento de que cada cual tiene derecho a encontrar su concepto de Divinidad. Como se trata de algo tan íntimo, nadie tiene el derecho de imponerse, controlar el proceso o decirles a otros que su forma de encontrar su Poder Superior es equivocada. Yo también me hice responsable del otro lado de la moneda: mi conducta de querer que una figura de poder me diera el manual de iluminación, la receta fácil “just add water”.

El camino se trataba de encontrar mi fórmula hecha a la medida, agarrar las herramientas que funcionaban para mí, lanzarme a la aventura de hallar mi práctica, mi Poder Superior, y eso nadie me lo podía dar, me tocaba encontrarlo. Al hacerlo, nadie tendría derecho a exigirme dinero o lealtad a cambio salvación. Nadie podía ser dueño del proceso de despertar al Ser más profundo en mí. Ése es un derecho de nacimiento de todos. Y en ese sentido, mi camino espiritual era rebelde.

Quizás los que quisieron enseñarme lo hicieron convencidos de que, si los seguía al pie de la letra, hallaría lo que ellos hallaron, pero no fue así. Ningún árbol crece exactamente igual a otro. Mi búsqueda espiritual fue hecha a la medida de mis necesidades, entendimiento y apertura. Agradezco las herramientas, pero el camino en sí, ha sidouna exploración propia.

Foto con Lama Surya Das, 2012.
Foto con Lama Surya Das, 2012.

Escribía de estas cosas cuando me topé con el pasaje “En su propio derecho individual” del libro “Llegamos a creer”, parte de la literatura de A.A.: “La espiritualidad es un despertar… Es libertad, si consideras al miedo una esclavitud… Es adherirse a los dictados de tu conciencia… Es paciencia frente a la estupidez. Es sentir que le quieres arrancar la cabeza alguien, y a cambio alejarte. Es cuando no te queda ni un solo centavo, y sabes que aún posees algo que el dinero no puede comprar… Es mirar a alguien aparentemente repugnante, pero que irradia belleza… Es el convencimiento de que sobrevivir es una lucha salvaje entre tú y tú mismo… Cuando la gente te mire y se pregunte qué te habrá sucedido, tu mirada les contestará: ‘¡Es que conozco un camino!’ Esa cosa tan especial que es la espiritualidad no se le puede dar a un ser humano por medio de las palabras. Si todos los seres humanos deben tenerla, entonces todos deben ganársela a su propio modo, por su propia mano, marcada con el sello particular de cada uno, dentro de su propio derecho individual”.

Semanas después, Lama Surya Das llegó a la ciudad y le escuché: “El propósito (de la vida) es la iluminación, y cualquier persona puede estar iluminada. A todos se nos ha otorgado la conciencia de Buda, la conciencia de Cristo. Es cuestión de prestar atención, estar abiertos, y no pensar que lo sabes todo… El camino es aquel que escoges andar. Los escogidos son aquellos que escogen al camino”.

Durante una charla, un joven le preguntó: “Mi familia es cristiana tradicional y están preocupados porque soy budista, lo que significaba que, para ellos, yo no soy salvo”.

“Quién sabe”, respondió Surya Das. “Quizás tengan razón”. Resonaron carcajadas de entendimiento. “Eso nadie lo sabe”, él continuó. Según lo entendí, no hay religión absoluta. Un budista no le podía decir a un cristiano que no alcanzaría la iluminación, ni un cristiano a un budista decirle que no estaría salvo. Son sendas que llevan al mismo lugar de silencio y encuentro. “En el Absoluto, no hay géneros, allí no hay tal cosa como un ser humano”, mencionó el maestro tibetano. Escuchándolo comprendí que uno no necesariamente requería un maestro, alguien a quien adorar, o un intermediario hacia Dios. “No es malo seguir ejemplos, pero no son necesarios para iluminarse… La conciencia es el Poder Superior. La conciencia es terapéutica”.

Surya Das nos guió en una meditación para encontrar nuestra luz interior. La técnica consistió llanamente en cerrar los ojos y ver la luz que aparecía en nuestro tercer ojo, el centro energético entre nuestros dos ojos físicos. Vi una luz púrpura que danzaba y cambiaba de tonalidad a rosa profundo. Hace casi diez años, el primer dibujo que hice sobre lo que ví en mis primeras meditaciones tenía esos colores y formas. “¡Ésa es!”, dijo Surya Das mientras yo disfrutaba mi descubrimiento. “¡Ésa es tu naturaleza búdica!”, nos animó.

“¿Ésa es?”, fue mi respuesta interior. “¡Pero si yo vi eso la primera vez que medité!”. Me reí y me maravillé. “¡Ella había estado ahí todo el tiempo, nadie me había dicho que era ella!”

pinklight“Está ahí… siempre para protegerte, guiarte, estar contigo. Sigue hacia la luz. Ve hacia la luz… ve hacia la luz”, nos guió. Y yo me acerqué al faro en mí, experimenté cómo se abría a medida que caminaba. Mi Poder Superior, esa energía femenina que brota de mí, y de donde proviene mi energía de vida, jamás quiso que me metiera en ritos complicados ni gastara tanto dinero. Encontrarla sólo requirió de que tuviera una práctica, y eso era responsabilidad mía. Mientras yo insistiera en que alguien más me entregara su iluminación, y yo estuve dispuesta a entregar lo que fuera para conseguirla, me expuse a estructuras de poder y codependencia. “Uno se rinde ante la enseñanza. Nunca, nunca, jamás ante el maestro”, enfatizó, durante una clase, mi instructor de metafísica.

O sea, que el camino se hace al andar. “¿Y cuánto tiempo se tarda uno en iluminarse?” Como dijo Surya Das, la alarma del despertador está sonando… sólo que algunos seguimos apretando el botón de “snooze”.

En Facebook “90 días: una jornada para sanar”.

Imágenes: wikipedia.org; wallpaperswide.com

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