Cuando decir «solo bromeaba» no es un chiste.
Por Yaisha Vargas-Pérez
Jim Crow fue un personaje de un acto de comedia del siglo XIX (19) en Estados Unidos. Algunos actores blancos fingían ser negros para burlarse de los afroestadounidenses. Los representaban como personas tontas. En su época, el personaje de Jim Crow (creado por el comediante blanco Thomas Rice, quien se pintaba la cara de color negro) fue un «gran» éxito entre la población blanca de Estados Unidos, Londres y Dublín.
El personaje de Jim Crow surgió luego de la abolición de la esclavitud en EE.UU. y del periodo de cuatro años que le siguió, conocido como la Reconstrucción, el cual supuso un florecimiento de la cultura negra en Estados Unidos. Como movimiento opuesto a la Reconstrucción, la clase blanca dominante del Sur —que había perdido la guerra civil (1861-1865) y el sistema económico que permitía sus riquezas— estableció los Códigos Negros. Estas leyes acabaron trayendo la esclavitud de vuelta. Obligaban a los afroestadounidenses a trabajar solo en la agricultura y el trabajo doméstico. Aunque se les pagaba por su trabajo, se les obligaba a vivir arrendados en las mismas plantaciones donde antes eran esclavos, pagando una renta altísima, lo cual los dejaba en las mismas condiciones paupérrimas.
A estos Códigos Negros se les conocía también como las Leyes de Jim Crow, el nombre del personaje racista, muy famoso entre la población blanca. El suyo era un acto de comedia abierto que no escondía su desprecio.
Pensaríamos que este tipo de cultura divisionista en Estados Unidos ocurrió hace mucho tiempo, pues el personaje de Jim Crow existió en el siglo XIX y a principios del XX (20). Sin embargo, las Leyes de Jim Crow fueron finalmente abolidas con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Por lo tanto, la primera generación de negros verdaderamente libres en Estados Unidos nació después de la segunda mitad del siglo XX.
La historia del personaje de Jim Crow es un ejemplo muy concreto de cómo clases y etnias dominantes someten a clases y etnias no dominantes, y en ocasiones utilizan el humor como una manera de enmascarar lo horrible de sus acciones, sean conscientes de ello o no. Reírse justifica y hasta valida el resto de lo que ocurre en un sistema de inequidad. «Te voy a someter a mi yugo, te voy a despreciar, y voy a hacer que te rías de ello». Algunos famosos actores negros estadounidenses de principios del siglo XX llegaron a la fama representando personajes tontos y sometidos, pues era lo que el público blanco y pudiente esperaba.
Un chiste xenófobo y racista nunca es inocente. Es una forma de perpetuar una jerarquía social que es violenta y humillante. Las reacciones negativas al comentario que Tony Hinchcliffe cataloga como «chiste», de que Puerto Rico es una «isla de basura flotante», no son exageradas. Sus expresiones de que la gente no entendió su «chiste», y «esta gente no tiene sentido del humor», son un intento de suavizar el rechazo hacia él sin que nada más cambie. No hay disculpa ni reparación, ni intención alguna de que el pensamiento, la narrativa o las acciones racistas cambien. O sea, es culpa del sometido, que no entendió el «chiste», como en la época de Jim Crow.
Conocer esta información no tiene el propósito de generar odio o más división. Al contrario, es importante conocer las raíces de la violencia racista por dos razones: para saber cómo responder a ella y no perpetuarla en ninguna dirección. Es posible responder desde la integridad y la dignidad, sin dar un golpe de vuelta con la misma violencia. Es posible responder desde un espacio de equilibrio interior. Una forma de hacerlo es votando por líderes que no sean racistas y adelanten nuestra dignidad humana. Hacer esto es un acto de amor propio.
También es importante hacer visible este tipo de violencia en nuestras acciones. Como dice la autora Ruth King, maestra de mindfulness y autora del libro Mindful of Race: Transforming Racism from the Inside Out, el racismo es «una enfermedad del corazón y es curable».
¿Hacemos como país lo mismo con otras etnias? Cuando una persona blanca, de clase más alta, imita «cómicamente» a una persona de piel más oscura, de clase más baja, inmigrante, tenemos que preguntarnos: ¿Se está riendo con ellos o de ellos? ¿Se reirían los inmigrantes de esos «chistes» también? ¿O es que molestan su acento y que sean extranjeros «invadiendo nuestro país», y se exterioriza ese miedo mediante un «chiste»? Y cuando alguien se ríe del chiste que hizo otro para no estar fuera de grupo: ¿se está burlando del nivel de educación que tuvo disponible ese inmigrante en su país? No hay una forma inocente de hacer o reírse de un chiste xenófobo y racista. Es una manera de exteriorizar dominancia.
Lo que nos hacen a nosotros debe servirnos también para mirar lo que hacemos y por qué lo hacemos. ¿Qué jerarquía social se perpetúa al hacer chistes o imitaciones del acento y los comportamientos de las personas dominicanas en Puerto Rico? ¿De qué se burla el «chiste» y por qué es una burla? ¿Por qué se ríe un público?
No solo hay que mirar a quien nos humilla y decir la verdad sobre su humillación. También hay que mirar con valentía nuestras acciones humillantes, reconocerlas y reparar. La dignidad empieza por mí.
Si es racista, si es xenófobo, si es degradante, el «just kidding» no es un chiste.
La gesta de la comunidad afroestadounidense con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, su lucha de desobediencia civil para que se reconociera un derecho innato a la dignidad y la igualdad, le abrió puertas a otras etnias e incluso al movimiento LGBT+.
Es un ejemplo de cómo, cuando luchamos por nuestra dignidad propia, tenemos que invitar también a otros que son objeto de indignidad (incluso debido a nuestras acciones inconscientes). En una lucha por la dignidad, nos necesitamos tod@s.
La autora es maestra de mindfulness, editora de temas educativos y capellana ecológica.
Yaisha Vargas-Pérez es maestra de mindfulness certificada por el Greater Good Science Center adscrito a UC Berkeley (2019); tiene la certificación profesional de la International Mindfulness Teacher’s Association (IMTA); es mentora de mindfulness certificada por Jack Kornfield y Tara Brach a través de la plataforma Cloud Sangha/Banyon (2022), y certificada en capellanía ecológica por el Sati Center for Buddhist Studies en California (2024).


