Por Samadhi Yaisha Vargas/crónica publicada el domingo 2 de febrero de 2014 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día

Me detuve frente al flujo de agua que discurría sobre las rocas, el limo y por debajo de un pequeño puente de madera. Aquel momento ordinario me enseñaba que, aunque fuera domingo, el río no se detenía. No tenía “break”, como esperaba yo tenerlo en los días en los que trabajé corrido y sin tiempo libre en uno de los ashrams que visité en Puna, India. ¿Cómo podía aquel río fluir sin esfuerzo todo el tiempo? ¿Acaso esperaban que yo fuera como el río, un fluir incansable?
Tres años después, durante un retiro de meditación Vipassana (atención consciente), tuve la experiencia de ver en el fondo de mí un río constante. Me senté a observar mi proceso de vida tras terminar una relación, a estar presente ante el torbellino interno. Buscaba con ahínco un punto de apoyo sólido dentro de mí, más allá de todo el ciclón de emociones y pensamientos que sentía como un conglomerado de nubes y electricidad. Sin embargo, cuando aterricé en el punto más profundo de mí, no había terreno sólido al cual aferrarme. Sólo había una corriente de energía que fluía constantemente, algo así como un río cuyo cauce tenía forma de óvalo, se dividía en dos corrientes y se unía de nuevo. Intuitivamente supe que la forma del cauce era mi ego, mi cápsula humana, y la corriente, la vida que fluye en mí. Mi primera reacción fue una leve carcajada, y la segunda fue frustración. No importa cuánto meditara, no había realmente nada sólido de qué agarrarme. No importa cuánto tratara de controlar las circunstancias, la vida seguiría discurriendo sin que yo pudiera regresar a un punto anterior o avanzar más allá del ritmo de la naturaleza.
El río en mí era ambas, una expresión de la Existencia como una continuación eterna, y, la lección más difícil: evidencia innegable de que todo es transitorio, todo pasa, hasta yo misma.
Recordé la frase de Heráclito: “No puedes pararte dos veces en el mismo río”. Y ese día entendí: “No puedo pararme en el mismo río dos veces porque fluye constantemente. Ni puedo pararme en el mismo río una vez; tan pronto pongo un pie, cambia. ¡Ni siquiera puedo poner un pie en el río, porque yo soy el río!”
Esa lección de impermanencia a través de una hermosa relación que terminó, me ayudó grandemente a comprender el concepto de “anicca” o cambio constante, una de las tres características de la Existencia de acuerdo con la disciplina de meditación Vipassana. Según aprendí de Robert Brumet, “anicca” significa principalmente que todo cambia. Pero más profundamente implica que la impermanencia es la única realidad en el mundo físico. Lo podemos ver, por ejemplo con el sonido. Aunque lo utilizamos para comunicarnos y componer música, no podemos ponerlo dentro de una caja, porque no es una cosa, no tiene sustancia, es sólo una vibración o frecuencia. Lo mismo ocurre con el tiempo. Le damos nombre a un concepto que creamos a raíz de las experiencias de lluvia, viento o sol. Sin embargo, lo que conocemos como “el tiempo” es algo vivo y cambiante, no es tangible. Y lo mismo ocurre con un río geográfico: podemos tocar el agua, sentarnos en la ribera, pero no podemos aferrarnos al río en sí.
“Vemos que el río cambia constantemente. Y sin embargo, (la palabra) río es un sustantivo, una cosa, le damos nombre, pero nadie puede señalar el río en sí porque cambia constantemente. No se puede capturar en un cubo. Si lo señalas un segundo más tarde, estás apuntando a un río diferente. Llamamos río al flujo de agua, el patrón que sigue (el cauce). Pero si vemos con el paso del tiempo, vemos que el patrón mismo cambia. (El río) es el nombre que le damos a un fenómeno particular cuando lo cosificamos. En nuestra práctica del Dharma, tenemos experiencias, las llamamos dolor, placer, buenas meditaciones, malas meditaciones. Cosificamos estas experiencias y tratamos de capturarlas … Cosificamos la experiencia de placer y tratamos de aferrarnos a ella. Cosificamos la experiencia de dolor y tratamos de deshacernos de ella, evitarla e incluso destruirla, si es posible”, explicó Brumet.
Aprendí que una buena práctica es observar lo que experimentamos yendo más allá del concepto que ya conocemos, preguntándonos qué estamos sintiendo directamente. Por ejemplo, si percibimos dolor, nos cuestionamos cómo se siente y qué significa, y quizás descubrimos que es un conjunto de sensaciones: quemazón, ardor, tensión, calor o frío, una sensación punzante o una pulsación. Este ejercicio nos ayuda a ir directamente a la experiencia de lo que sentimos en nuestro cuerpo.
“En última instancia, cuando vamos más allá de las palabras y entramos en directamente en la experiencia… encontramos que los conceptos son un intento de congelar un Universo vital y siempre cambiante … Congelamos nuestras experiencias en conceptos y luego luchamos con nuestros conceptos. Así que, trabajar con la impermanencia puede ser una manera de profundizar nuestra práctica”, abundó Brumet.

Indicó que ir más allá del concepto en nuestra mente (tiempo, río, dolor), ir a lo más básico de esa experiencia viva, nos lleva directamente a entender su impermanencia. Y cuando estamos presentes ante su inmediatez, comprendemos que cambia incesantemente. Vemos todos los días que las cosas cambian, o al menos tenemos una noción intelectual de ello, pero nos damos cuenta particularmente cuando algo importante termina en nuestras vidas: alguien muere, termina un trabajo, una relación, etc. Vivimos en un mundo de objetos y conceptos, y en nuestra vida diaria no abrazamos la impermanencia. Nuestra mente quiere ponerle nombre a las cosas, encajonarlas en bits de información de manera que sean permanentes. Sin embargo, el Universo en sí es un proceso fluido.
Este conocimiento me ha ayudado a comprender la naturaleza cambiante de mi experiencias, y a entender que, pese a que atravieso momentos difíciles, ellos también pasarán. He aprendido que cuando experimento dolor por periodos prolongados, lo que probablemente ocurre es que mi mente reacciona al dolor como un concepto ya registrado en mi psiquis, y lo percibe como “algo malo que no debería estar aquí”. Es la resistencia al dolor lo que garantiza que habrá más dolor, pues éste se ha cristalizado en un sustantivo, como el concepto del tiempo o del río. Si me abro a la experiencia de dolor que ocurre en el momento presente, puedo entenderla de manera más básica –calor, frío, presión– y luego sentir cómo la experiencia se disipa.
Y que cada vez que regreso mi atención a mi cuerpo, el templo y hogar de Universo que soy en esta cápsula humana, la experiencia que atravieso cambia. Veo como la sensación o emoción surge y muere, experimento la vida en el presente, el ahora eterno en el que todo fluye.
Una forma positiva y realista de ver la vida.
Gracias. Ha sido una jornada para continuar cultivando este entendimiento. Gracias por leer. 🙂