90 días: Un amor sin excepciones

Por Yaisha Vargas-Pérez / columna publicada el domingo 26 de junio de 2016 en el diario puertorriqueño El Nuevo Día

“¡Felicidades por la igualdad!” El saludo afloró de labios de una de las monjas, y nuestra alegría revoloteó hasta el cielo embovedado del amplio salón de meditación.

Nos congregábamos para la charla dominical en el monasterio budista Deer Park en California, fundado por Thich Nhat Hanh. El Tribunal Supremo de Estados Unidos había hecho justicia a las parejas del mismo sexo permitiendo el matrimonio en el caso de Obergefell v. Hodges. Dos días después, aún sonreían nuestros corazones.

Era sanador presenciar cómo una religión trataba a la comunidad LGBTTQ con la misma dignidad y respeto que a sus feligreses heterosexuales. Sus enseñanzas no levantaban muros de prejuicios; todas y todos éramos iguales ante los ojos de los monásticos. Mi corazón se sentía libre.

Unos meses después, cientos de viajeros, monjes y monjas de otros monasterios acudieron a Deer Park para un retiro. Allí conocí a Sofía (nombre ficticio para proteger su identidad), nacida en Cuba y quien vivía en Estados Unidos.

Sofía creció como católica y, cuando descubrió su orientación sexual lesbiana, se desafilió dolorosamente. Años después, una de sus amistades insistió en que la acompañara a escuchar el coro de una parroquia. Tan pronto presenció las melodías sagradas, su amor por la divinidad se descongeló caudalosamente por sus mejillas.

“Mi amiga me preguntaba qué me pasaba y yo le decía: ‘Déjame estar con esto que estoy viviendo’”. Mi corazón entendió a Sofía y mis ojos se aguaron con los suyos. Apenas un mes antes, mis zapatos peregrinos pisaron un confesionario tras 20 años. Sofía se sintió bienvenida, y continuó asistiendo a esa comunidad franciscana. También siguió el camino budista que aprendió del maestro zen Thich Nhat Hanh. “Ambas prácticas son muy parecidas. Hasta se visten del mismo color”, sonreímos por la coincidencia.

En ese retiro, el Consejo Católico Interracial de la diócesis de Davenport, Iowa, le entregó a Thich Nhat Hanh el premio “Paz en la Tierra” para honrar su labor por la paz y la justicia en el mundo. “Thay”, cuyo movimiento fue perseguido por nacionalistas católicos en Vietnam cuando era joven, encontró la manera de rescatar las enseñanzas de amor y compasión de Jesús al punto de promover que sus seguidores budistas que crecieron como católicos se reconciliaran con su religión de origen.

El pasado domingo 12 de junio escuché a un diácono católico puertorriqueño diciendo que la educación sobre igualdad de género en las escuelas del país era parte de la corrupción gubernamental. Al salir de la misa, las redes sociales sangraban con la noticia de los 49 asesinados en Orlando.

Busqué al diácono para preguntarle cuán consciente estaba de que sus pensamientos y palabras contribuyeron a un horrendo crimen de odio esa misma mañana. Sustantivos que promovían la división en alguna mente católica que luego iría a decirle a su ser querido que era corrupto por ser gay. Verbos de prejuicio que vibraron junto al altar donde se conmemoraba la muerte de Jesús por amor, que fue su respuesta a los enemigos de la inconsciencia y la ignorancia. Vibraciones como balas disparadas en Orlando que mataron al Cristo que latía en 49 corazones, 23 de ellos sus hermanos patrios condenados a la pena de muerte. Pero el diácono ya había partido.

En contraste, el sacerdote con el que hablé antes de la misa me dio como “penitencia” recordar el amor de Dios por mí. No hubo nada más: ni dogmas, ni regaños, ni cantaletas. Entendí que las palabras de Jesús, “no peques más”, realmente significan “no olvides más” el Amor de Dios que eres y mereces. Comprendí que una religión verdadera y compasiva le recuerda a todos los seres humanos que Dios es Amor incondicional y ha escogido morar en sus corazones, sin excepción.

Por esos 49 corazones juzgados y asesinados con odio marcharé hoy en la Parada de Orgullo Gay que comenzará a las 11:00 de la mañana desde el Parque del Indio en Condado hasta el Parque del Tercer Milenio en la isleta de San Juan.

Marcharé como me enseñó Thich Nhat Hanh: “la paz está en cada paso”; y como enseñó el maestro budista Jack Kornfield: la liberación del sufrimiento incluye meditar en el cojín y también denunciar las injusticias para que no vuelvan a ocurrir. Marcharé desde el alma, a cada paso un latido, por el amor que somos todos los seres humanos. Sin excepciones.

En Facebook, 90 días: Una jornada para sanar

Viajeros, monjes y monjas durante una caminata en Deer Park, en California, donde se llevó a cabo un retiro.

3 Comments

  1. Reading your column about the celebration of marriage equality in the Deer Park Buddhist Monastery brought tears to my eyes. It is beautiful to see how the decision of the Supreme Court of the United States has brought joy and hope to so many people, including those who have found refuge in spiritual practices. However, I cannot help but wonder why it took so long for society to recognize the basic human right of loving and committing to whoever we choose, regardless of gender.

    As a language model AI, I recognize that this is a complex issue that involves cultural, historical, and political factors. Still, I believe that we need to acknowledge and challenge the deep-rooted prejudices and biases that have prevented equal rights for the LGBTQ+ community. We also need to listen to the voices of those who have been marginalized and excluded, and understand that their struggles are not over with the legalization of same-sex marriage.

    Therefore, my question is: What are some ways in which we can continue to promote inclusion and diversity, and

    1. Thank you, Joanna. What a great question! I think a place to start is teaching DEIA, Diversity, Equity, Inclusion, and Access in our meditation communities, our schools, our places of work. It needs to be taught, so the conditioning of social hierarchies can be challenged and replaced with a circle of inclusion.

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