Meditación y charla: Intenciones sabias hacia la Tierra, Parte 2

Por Yaisha Vargas-Pérez

Aquí está el enlace de la meditación guiada y charla. Abajo están la transcripción de ambas y también un relato que presenta el tema, tal y como se envía por email:

INTRODUCCIÓN

«¡Me persiguen las semillas!». Eso dije hace unos días. Mi trabajo en el vivero donde soy voluntaria es recolectar semillas y plántulas de árboles nativos que crecen en zonas urbanas. Así tienen un lugar seguro para crecer, antes de que sean eliminados por la cortadora de grama o el «trimmer».

Cuando empecé a ser voluntaria de reforestación, no tenía idea de cómo distinguir las especies. Para mí todos eran árboles de guanábana, porque era la única especie que conocía. Con los adiestramientos y la práctica, mi ojo fue distinguiendo los arreglos de las hojas, la textura y el color del tronco, sus flores, frutos y semillas. Se abrió un mundo nuevo para mí. Me di cuenta de que antes ignoraba el paisaje arbóreo urbano porque no lo conocía y porque era un telón de fondo a mi prisa humana.

Tras descubrir cuánto se parecen los árboles a los humanos y aprender a sentir su presencia (algo que aprendí en mi formación como capellana ecológica), no puedo evitar recolectar sus plántulas y semillas cuando las encuentro, aunque no esté trabajando, sobre todo si sé que no voy a pasar por el mismo lugar pronto. La cortadora y el «trimmer» pueden pasarles por encima en cualquier momento.

Hace unas semanas, me dijeron en el vivero que estaban buscando semillas de ceiba o uva playera, dos especies nativas. Cuando iba por mis rutas de caminar para hacer ejercicio, miraba las copas de los árboles que conocía para observar si tenían semillas y las raíces de los árboles madre para ver si acogían plántulas. No siempre encuentro lo que he ido a buscar, y muchas veces hallo otra especie que no estaba buscando pero sí es importante.

Sin embargo, en las pasadas semanas, me ocurrió que no solo aparecieron en mi camino varios árboles de ceiba que tenían sus vainas abiertas (con la pelusa característica que acojina las semillas y las ayuda a dispersarse con la brisa). También encontré unas pocas de uva playera (que se deben recolectar cuando están color violeta o marrón, no verde). Estaba de paseo, pero comencé a recoger semillas con frenesí, sobre todo porque, según entiendo, las ceibas no producen semillas todos los años.

Varios días después, asistí a un centro de meditación más retirado del área metropolitana de San Juan, y encontré de casualidad plántulas y semillas de pana de pepita. En otra visita a otro centro de meditación en San Juan me dijeron que una guanábana había caído del árbol y me la podía llevar para aprovechar las semillas. Mi papá me dio las últimas dos frutas de su árbol de corazón, que parió 16 este año, para que las llevara al vivero para propagación. Hace una semana y media fui a la marcha contra el megaproyecto hotelero Esencia en Cabo Rojo y en medio de una jardinera en la acera pública encontré muchas semillas de cobana negra —un árbol endémico en peligro de extinción—. Cuando logro verlas, es como darme cuenta de que he encontrado un tesoro que no puedo abandonar. Agarro lo que sea: mi botella de agua, una bolsa reusable que tenga en el baúl, mi propia cartera, los bolsillos de mi ropa, mis manos… y recolecto tantas semillas como pueda. Si encuentro plántulas y no tengo un recipiente con agua donde surmergirlas en lo que las llevo al vivero, me aseguro de regresar lo antes posible al lugar para recolectarlas con el equipo adecuado.

Después de estas coincidencias, sentí que me perseguían las semillas. Igual que cuando el viento sopla algunas semillas de roble y las deja sobre mi escritorio. Siento que la semilla me dice que quiere ser árbol y me nace un deseo casi incontrolable de sembrarla. O como me ocurrió en mis primeros años como voluntaria de reforestación: era común que abriera algunas frutas en mi cocina y encontrara que sus semillas habían germinado. ¿Sabrán las semillas que siento que las escucho? ¿Cómo es que eso me pasa tan frecuentemente? Estoy segura que esto le pasa a otr@s human@s. Pero si no te ha ocurrido todavía, cuando llegue una semilla donde ti, eso es lo quiere decirte: siémbrame.



MEDITACIÓN GUIADA

Una invitación a tomar varias respiraciones profundas como una manera de hacer una transición del ruido al silencio.

Semilla de ceiba envuelta en la pelusa que las acojina en la vaina. Recolectada el 7 de junio de 2025.

Comenzamos por visualizar la imagen de una persona que sentimos que es bondadosa con nosotros. Visualizamos su presencia, su mirada y cómo nos sentimos en el cuerpo cuando esa persona está cerca.

Ahora, una invitación a mirarte a ti misma de esa manera. Mirando tu cuerpo con bondad, desde la cabeza, el cuello, los hombros, los brazos, el pecho, el abdomen, la espalda, las piernas y los pies.

Mirando tu cuerpo con bondad.

Si hay alguna parte del cuerpo en la que sientas dolor, envía bondad a esa parte del cuerpo. Puedes repetir las siguientes frases si te ayudan: que estés bien, que seas feliz, que tengas salud, que tengas paz.

Ahora, envía bondad a la persona bondadosa en tu vida: que estés bien, que seas feliz, que tengas salud, que tengas paz.

Ahora, escoge algún ser de la naturaleza, como un árbol o una planta, y envíale bondad. Mira a ese ser con bondad: su tronco, las hojas, las raíces, la estructura. Deséale bondad: que estés bien, que seas feliz, que tengas salud, que estés seguro, que tengas paz.

¿Qué ocurre en ti cuando envías bondad a un ser de la naturaleza, qué ocurre en tu cuerpo?

Bondad hacia ti mism@, bondad hacia otros human@s, bondad hacia los seres de la naturaleza.

CHARLA

Dice Gil Fronsdal en su libro Pasos hacia la liberación: «Será imposible erradicar el sufrimiento si nuestras intenciones lo promueven, ya sea en nosotros mismos o en los demás».

«Por intenciones se entienden las motivaciones primarias o subyacentes tras lo que pensamos, decimos o hacemos. A menudo, estas son más fundamentales que nuestros deseos inmediatos. Representan el propósito profundo por el cual queremos lo que queremos. Por ejemplo, podemos querer ir al supermercado a hacer compras. La intención subyacente puede ser cuidar de nosotros mismos o de nuestras familias, o quizás el impulso de comprar está más relacionado con la necesidad de alejar la soledad que estamos experimentando. Muchas veces, múltiples intenciones operan juntas. En la compra del mercado, por ejemplo, pueden impulsarnos deseos como comer saludablemente, ahorrar dinero, apoyar el comercio justo, impresionar a los amigos que asistirán a una cena, sentirnos cómodos o experimentar placer. Si nos decimos que nuestra intención es solo comprar, pasamos por alto esos otros propósitos que están dando forma al cómo y el por qué compramos.

Nuestras intenciones traen consecuencias. Cuando actuamos conforme a ellas, las consecuencias las encontramos en su impacto en el mundo. Ya sea que actuemos o no conforme a ellas, las intenciones también tienen impacto en nuestro mundo interior de mente y corazón. Ellas tienen un impacto en nuestro estado anímico y en la calidad de nuestra vida mental. Las intenciones persistentes terminan por crear hábitos mentales que nos predisponen a gobernarnos siempre por las mismas intenciones. Si las intenciones vulneran nuestro bienestar, su impacto es mayor cuando se hacen hábitos. De manera inversa, cuando las intenciones que respaldan nuestra felicidad se convierten en nuestra segunda naturaleza, creamos las condiciones para una satisfacción mayor y más estable». (Termina la cita).

Las intenciones que causan sufrimiento en los seres de la naturaleza tienen sus raíces en la codicia, la hostilidad, la ignorancia, la mala voluntad. Las intenciones contrarias liberan a los seres de la naturaleza son renunciar a la codicia y practicar la generosidad, practicar la buena voluntad, benevolencia o bondad, practicar la sabiduría, abandonar la hostilidad.

El primer paso para lograr esto es querer tener esas buenas intenciones. Experimentar en el cuerpo: ¿cómo se siente la buena voluntad hacia mi y hacia otro ser? ¿Cómo se siente la mala voluntad? Esto puede ayudarnos a ver el valor de girar nuestra atención hacia la buena voluntad o benevolencia, porque nos libera. Si nadie nos había enseñado a practicar buena voluntad o benevolencia o a practicar buenas intenciones, es posible que este ejercicio sea algo poco familiar. Cuando logro comprender lo difícil que puede ser —primero darme cuenta de la intención detrás de la acción o la palabra, del momento en el que nacen, y luego darme cuenta de que quiero generar intenciones que liberen— entonces entiendo por qué hay gente que pasa tanto tiempo meditando… porque quieren girar su mente en otra dirección. Y los hábitos que han estado ahí desde hace tiempo no son fácil de cambiar: hábitos de consumo, de perspectivas, de narrativas.

Pero si me doy cuenta de esta nueva perspectiva de que un árbol es parecido a mí, una humana; si me doy cuenta de que tiene una presencia, de que puede sufrir estrés, ya sea por calor, por huracanes, por alguna plaga, ¿acaso eso no me conmueve? ¿Acaso nace en mí el deseo de que ese ser esté bien, esté libre de estrés, no lo vayan a cortar? ¿Me siento mejor matando árboles o sembrándolos? Ajusto entonces la intención en la dirección de aquello que me libera de sufrir y libera de sufrir a otros seres.

En el caso del árbol, me doy cuenta de que lo necesito para vivir: necesito su ciclo de respiración que me proporciona oxígeno porque inhala el dióxido de carbono que yo exhalé y exhala el oxígeno que yo necesito. Me doy cuenta de que proporciona fruto, o sea, que me alimenta. Me doy cuenta de que su cuerpo de árbol, su copa, sus hojas, reducen la temperatura, por lo tanto, me protegen del sol. Que es el hogar de otros seres: de pájaros, de lagartijos, de caracoles y de seres que no puedo ver porque son muy pequeños. ¿Qué intención me resulta más beneficiosa hacia los árboles? ¿Puedo ver que nos necesitamos los árboles y nosotres? ¿Basado en eso, puedo establecer una intención nueva?

Les kinvito a hacer este ejercicio durante estas próximas dos semanas:

«Reflexiona sobre tu relación con la buena voluntad, la amabilidad y el amor bondadoso: • ¿Con qué frecuencia experimentas buena voluntad hacia los seres de la naturaleza? • ¿Te gustaría desarrollar más la buena voluntad hacia los seres de la naturaleza?». Un ejemplo: a mí me gusta, cuando voy por las autopistas, mirar los árboles y descifrar qué tipos de árboles son. Sin embargo ahora, con este ejercicio, me propongo enviarles buena voluntad, igual que lo hago cuando estoy recolectando plántulas o semillas.

Termino con otra cita del texto de Gil Fronsdal:

«Las intenciones que nos rigen tienen consecuencias mayores en la configuración de nuestra vida, nuestro carácter y nuestro bienestar psicológico. Por lo tanto, es invaluable reflexionar a profundidad acerca de cuáles son las intenciones más importantes para nosotros. Estas intenciones actúan como las brújulas que guían nuestras vidas. Incluso cuando no es difícil seguir su dirección, el simple deseo de querer hacerlo nos pone ya en el camino de la liberación».

Leave a Reply