Por Yaisha Vargas-Pérez
Sesión 3 del programa “Bien-estar y estar bien con la naturaleza”
Aquí está el video. Más abajo está la transcripción de la meditación guiada y la charla.
MEDITACIÓN GUIADA: “Meditación para conectar con un árbol”
Una invitación a tomar varias respiraciones profundas como una transición del ruido al silencio.
Ahora una invitación a encontrar el punto de descanso en la realidad presente que mejor funcione para ti: la respiración, los sonidos de ambiente o el cuerpo.
Ahora, una invitación a imaginar que estás en un área de naturaleza, sentada en la base de un árbol. Sientes la grama fresca, la brisa suave, el sol tibio. Y ahora miras el árbol. ¿Cómo es el árbol? ¿Qué tamaño tiene? ¿Tiene flores o frutos? ¿Cuál es la tonalidad del tronco y de las hojas?
Es agradable estar cerca de este árbol y le preguntas con un gesto si puedes abrazar al arbol. El árbol dice que sí y te acercas y abrazas el tronco. Y mientras lo abrazas, el árbol comienza a contarte su historia. Te muestra la imagen de cuando era una semilla que colgaba de una rama de su árbol madre. Cuando era semilla, parecía un pequeño embrión con pequeñas venas corriendo alrededor de su pequeño cuerpo redondo. El árbol te muestra que, cuando era semilla, cayó a la tierra. Te muestra cuando la tierra la acogió, la enterró un poco, cuando la gota de lluvia la mojó, cuando el sol le dio tibieza, cuando el aire sopló sobre ella y la semillita brotó, como si saliera de un pequeño huevo o un pequeño útero. Te muestra cuando sacó sus primeras hojas como si estirara los bracitos. Te muestra cómo le fueron creciendo raíces, como si enterrara sus pies en el suelo, buscando anclarse y buscando nutrientes. Te cuenta que, cuando enterró sus raíces, encontró las raíces más grandes de su árbol madre y ese árbol madre, lo reconoció y lo alimentó. Lactó de la savia de otro cuerpo de árbol.
El árbol te muestra que, gracias a esa conexión, cuando era plántula, pudo desarrollar un sistema vascular que transporta agua y nutrientes. Te muestra que así pudo crecer y desarrollarse, poco a poco; gracias a los elementos de la tierra tiene un cuerpo en forma de tronco y ramas. Gracias al sol y al intercambio de dióxido de carbono y oxígeno, sus hojas pueden hacer fotosíntesis. Creció día a día, hasta que le brotaron sus primeras flores y frutos, hasta dar hogar a abejas, mariposas, líquenes, pájaros, lombrices, hormigas… Se convirtió en un pequeño ecosistema, parte de una comunidad.
Ahora, agradeces al árbol que te haya permitido abrazarle y te sientas a admirarlo. Cierras los ojos y comienzas a ver tu propia vida… Vas profundo en ti, hasta que logras ver cuando eras embrión y ese pequeño cúmulo de células estaba lleno de venas diminutas. Fuiste creciendo en un vientre hasta que un día saliste con mucho trabajo, como sale un pollito de un huevo o un árbol de su semilla. Lloraste, estiraste los brazos, sentiste la luz del sol, aspiraste aire, y te acurrucaron para que pudieras lactar la savia de otro cuerpo humano. Gracias a eso, tu cuerpo pudo desarrollarse. Tienes vasos sanguíneos por los que fluye sangre y vasos linfáticos por los cuales fluye linfa. Gracias a los alimentos de la tierra, tienes huesos, músculos y piel. Gracias a la luz del sol, tu cuerpo puede hacer múltiples funciones. Gracias al intercambio de oxígeno y dióxido de carbono, estás viva un segundo a la vez. El árbol inhala tu dióxido de carbono y exhala oxígeno. Tu inhalas oxígeno y exhalas dióxido de carbono. La fruta del árbol te alimenta. Conviertes la cáscara en composta que alimente las raíces del árbol
Abres los ojos y miras el árbol. Has experimentado que ambos han tenido un ciclo de nacimiento, están hechos de los mismos elementos y se necesitan uno a la otra. El árbol tiene un cuerpo con funciones, se conecta con otros seres y sostiene la vida de otros, incluyendo la tuya.
Te das cuenta de que el árbol es una persona, igual que tú. No es humano, pero es persona. Respira, crece, se alimenta y alimenta.
Una invitación a continuar sintiendo el suelo debajo de ti, ya sea con la planta de los pies o tu cuerpo en la estructura donde esté sentado.
Regresando a la respiración o al ancla que mejor funcione para ti, y al sentido de que estás en casa.
CHARLA:
En la sesión pasada hablamos sobre cómo desarrollar una visión sabia de la naturaleza significa pasar de la apropiación a la generosidad; de una economía de colonización o esclavitud de la Tierra a una economía ecológica; del desarrollo ilimitado a la idea de la suficiencia; del odio y la guerra a la solidaridad, y de la ignorancia y la negación a la sabiduría.
Un aspecto de la visión sabia que es importante, es ver que lo que hemos considerado como objetos de la naturaleza, cosas que podemos utilizar para nuestras necesidades, son realmente seres de la naturaleza. Y no es que no obtengamos lo que necesitamos para vivir, sino cómo lo obtenemos, cuáles son las actitudes con las que actuamos. Y tenemos que recordar que nuestra forma de pensar proviene en parte de un contexto que ya existía cuando nacimos y que tal vez pocas veces hemos cuestionado.
Ahora que vivimos en medio de una crisis climática nos damos cuenta de que necesitamos un nuevo paradigma. No es que nos sintamos culpables, porque eso nos paraliza. Pero sí es importante asumir responsabilidad de lo que sí podemos cambiar. Y en el caso de los árboles, por ejemplo, es darnos cuenta de que los árboles también son gente. Son persona. No son humanos. No se ven como nosotros, pero tienen muchas de nuestras mismas funciones. Esta no es una idea nueva.
Hay culturas ancestrales que ya veían el árbol como persona, como un hermano, como una madre que da fruto. Que veían el cuerpo de agua como persona, el río, el mar, como persona. Un cuerpo de agua, observen que lo tenemos en el lenguaje. El árbol tiene un cuerpo también, con sus troncos y sus ramas.
En marzo conocí a un poeta maya que vino a Puerto Rico de Guatemala como parte del Festival de Poesía de Puerto Rico. Se llama Miguel Ángel Oxlaj Cúmez. Entre las cosas que compartió estaba que cuando él era pequeño y su papá tenía que cortar un árbol para hacer leña, le pedía perdón al árbol por quitarle su vida y al resto de los árboles por matar a uno de su comunidad. “Hermano árbol”, decía.
San Francisco de Asís compuso el Cántico al hermano Sol en el siglo XIII (13), un poco antes de morir. Estaba enfermo, casi ciego y sentía decepción por el rumbo que había tomado la orden que fundó. Una noche de tormento espiritual, salió de su choza y compuso este cántico como una manera de alabanza a todas las criaturas de la Tierra y a las fuerzas de la madre naturaleza. Es distinto a otros cánticos de su época, pues no se enfoca solo en Dios o en la Virgen, sino que es un canto de agradecimiento a Dios y a las criaturas como el “Hermano Fuego”, la “Hermana Agua”, la “Hermana Tierra” y todas las criaturas del mundo. Esta era su creencia de que todo lo creado era obra de Dios y todos los seres debían tratarse como “hermanos” y “hermanas”.
El papa Francisco se inspiró en este cántico para escribir la encíclica Laudato sí, que urge al cuidado de nuestra casa común: el planeta Tierra.
Estamos en una época de recordar de dónde venimos como seres de la naturaleza.
No es cuestión de culpa, sino de recordar. Como dice el maestro budista Gil Fronsdal: “La naturaleza no es algo que debemos salvar, sino un lugar al que debemos volver. Y tal vez, regresando a ella, ella nos salve a nosotres”.
Es momento de comprender la Tierra como un ser vivo más grande dentro del cual habitamos.
¡Gracias por tu práctica!

