Blog post: Los gatos en el Viejo San Juan – Una responsabilidad histórica

Por Yaisha Vargas-Pérez, maestra de mindfulness certificada por el Greater Good Science Center; mentora de mindfulness certificada por Jack Kornfield y Tara Brach a través de Cloud Sangha; certificada en capellanía ecológica por el Sati Center for Buddhist Studies de California

El hallazgo más antiguo de un gato doméstico enterrado junto a un humano data de hace 9,500 años en la isla de Chipre, en el mar Mediterráneo.

Antes los arqueólogos creían que la relación entre humanos y gatos domésticos comenzó cuando los ancestros salvajes de los felinos fueron parcialmente domesticados por primera vez en Egipto hace unos 4,000 años. Sin embargo, hallazgos más recientes demuestran que esta conexión ocurrió miles de años antes.

Los egipcios vieron el beneficio de relacionarse con los gatos, pues cazaban los ratones que eran una amenaza para sus depósitos de trigo.

Pero la domesticación de los gatos fue parcial. Los humanos dejaron que los gatos mantuvieran su cualidad de cazadores, pues si los domesticaban por completo —como ocurrió con los perros—, dependerían de los humanos completamente para su alimento y no tendrían motivación para la caza de ratones y otras especies que se alimentaban del trigo.

La protección que ofrecían los gatos a la fuente más importante de la economía egipcia les ganó un lugar en su mitología, pues consideraban que los felinos eran una manifestación de la diosa egipcia Bastet, que representa la protección, el amor y la armonía. Los egipcios protegieron a los gatos al punto de ilegalizar su exportación de Egipto, algo que ocurrió de todas maneras.

Esta no fue la misma protección que tuvieron los gatos cuando los humanos los exportaron y dispersaron por toda Europa, reducidos a criaturas para controlar las poblaciones de alimañas.

En su evolución hacia la domesticación, el gato ha aprendido a imitar los sonidos de niños o bebés humanos para obtener atención, comida, cariño y protección. A lo largo de los siglos, han sido las mujeres las que han estado más cerca de los gatos.

Existe la creencia popular, impulsada por algunos escritos de años recientes, de que los gatos fueron objeto de persecución y matanza en Europa durante la Edad Media por ser considerados criaturas diabólicas y compañeros de brujas. Según esta creencia, la disminución dramática de su población repercutió en un aumento del número de ratas portadoras de pulgas. Estos insectos eran a su vez huéspedes de la bacteria yersenia pestis, causante de la pandemia de la peste bubónica.

En otras palabras, se ha culpado a la Iglesia de la pandemia medieval.

No obstante, varios historiadores han dicho que esta creencia no está basada en datos históricos. Incluso la revista National Geographic publicó en 2023 un artículo en el que asegura que esto no es cierto, y que en Europa fue habitual tener gatos durante la pandemia de la peste bubónica, precisamente porque cazaban las ratas que portaban la pulga. El artículo dice que la bula papal Vox in Rama, enviada por el papa Gregorio IX al rey alemán Enrique VII para ponerlo al tanto de alegados ritos diabólicos que involucraban gatos, no pedía el exterminio de gatos.

Algunas figuras históricas de la Iglesia católica —como la inglesa Juliana de Norwich, el italiano San Francisco de Asís y el peruano San Martín de Porres— aparecen representados con gatos. La primera vivió durante la pandemia de la peste bubónica, época en la que era importante tener un gato para evitar las ratas que propagaban la enfermedad. El segundo es considerado como el patrono de los animales y la ecología. Y el tercero enseñó sobre la compasión hacia los animales.

Sin embargo, la revista en línea Atlas Obscura reseña que, en el siglo XV, Enrique, duque de York, declaró que «si alguna criatura poseía un espíritu diabólico, era sin duda el gato». La publicación también menciona el Kattenstoet, el Festival de los Gatos que ocurre cada mayo en Ypres, Bélgica. El festival recuerda la horrible forma de «control de plaga» que acabó en 1817 y que consistía en lanzar gatos desde el campanario de una iglesia para que cayeran a los adoquines, donde eran quemados. Hoy en día, el festival es una celebración con personas disfrazadas de gatos, aunque todavía lanzan peluches de gatos desde un campanario para que la gente los agarre.

La serie de documentales The Wonderful World of Cats muestra parte de una filmación de dicho festival. El documental, dirigido por Ian Leese y producido por ITV Studios, también se adentra en la forma en que diferentes culturas se relacionan con los gatos. Por ejemplo, en la ciudad turca de Estambul, es común ver que los gatos conviven en la ciudad con humanos y son alimentados por los habitantes humanos en todas partes, incluso en restaurantes. Son considerados como criaturas bendecidas por Alá y su convivencia en la ciudad es una atracción turística.

De manera parecida, son venerados en Japón a través de la figura de maneki-neko, considerado un símbolo que invita la suerte. Las personas viajan hasta el templo de Gotojuki, considerado como el lugar donde nació maneki-neko, para aprender sobre su historia.

El documental contrasta la suerte de esos gatos turcos y japoneses con felinos más grandes, tales y como leones y panteras, que fueron adoptados cuando cachorros por figuras opulentas de Hollywood, en Estados Unidos, quienes luego los abandonaron a su suerte porque se percataron de que su naturaleza salvaje no pertenecía en un entorno citadino. Uno de los casos más tristes es el de una pantera encontrada dentro de un clóset. Consciente de estas barbaridades, una actriz y activista por los derechos de los animales ha abierto un santuario para que tengan una vida más digna, ya que perdieron la oportunidad de vivir en el mundo salvaje, donde pertenecen.

¿Cómo llegaron los gatos, originariamente del desierto en Egipto y la zona oriental del mediterráneo, al resto del planeta? ¿Acaso viajaron solos? ¿Quién los llevó a donde están ahora?

Y entonces están los gatos del Viejo San Juan en Puerto Rico, cuyos ancestros exportados de Egipto a Europa llegaron a nuestras costas a bordo de barcos españoles que iniciaban la colonización. Además de la colonización de las tierras y los cuerpos humanos que habitaron aquí originalmente, los gatos han sido (junto con miles de especies) objeto de colonización ecológica. Apenas estamos comenzando a comprender que cinco siglos de este sistema han acabado en un holocausto ecológico, y su efecto es la crisis climática. La presencia de los gatos en el Viejo San Juan, y en cualquier lugar del planeta, es un ejemplo de cómo los humanos hemos arrasado y colonizado a otras especies, animales y vegetales, su espacio y libertad.

Por lo tanto, quienes tenemos que rendir cuentas por la presencia de gatos en cualquier ciudad del mundo, incluyendo el casco histórico puertorriqueño, somos la especie humana que los sacó de su ecosistema de origen para que sirvieran como cazadores de lo que los humanos consideran plagas —también traídas por colonizadores—. La responsabilidad de que los gatos diezmen a otras especies nativas en ecosistemas que no son nativos para los gatos no es culpa de los gatos, sino de los humanos, por haberlos introducido allí.

Si bien la orden de exterminación de los gatos que viven en el Paseo del Morro en el Viejo San Juan proviene de una agencia federal, las autoridades locales tienen la potestad de establecer medidas o un programa de reubicación, en vez de ignorar la situación.

Tenemos la oportunidad de hacer algo distinto a lo que ha ocurrido en el pasado. En 2007, unos 80 perros y gatos fueron lanzados por el puente Paso del Indio en Vega Baja tras haber sido exterminados por una compañía privada contratada por un municipio que alegó seguía las directrices de una agencia federal para la remoción de animales de residenciales públicos. Ya hemos visto y vivido las consecuencias de la inconsciencia y la indiferencia hacia otras especies que comparten el planeta con nosotros. No tenemos por qué repetir una historia de horror.

Tiene que haber otra solución la matanza de gatos en el Viejo San Juan, un acto que nos coloca de vuelta en la Bélgica de la Edad Media que lanzaba gatos desde los campanarios para exterminarlos, y en el doloroso incidente del Paso del Indio en Vega Baja.

Tiene que haber otra solución como la esterilización para controlar la población felina. Tal vez la llamada eutanasia, un eufemismo para matanza, le sale más barata al gobierno, pero le sale más cara a estos seres vivos y a nuestra conciencia.

En vez de destinar dinero para matar a los gatos, debe ser donado a entidades como Save a Gato (rescatadores y activistas de animales en el Viejo San Juan) y otros tantos grupos, para hacer un maratón de esterilizaciones y así controlar efectivamente la población. Los fondos también deben destinarse a procesar a los individuos que abandonan gatos en la colonia del Viejo San Juan, lo que aumenta el trabajo de los rescatistas.

Los intereses de los humanos ya no pueden estar por encima de las necesidades de otras especies. Eso nos ha llevado al holocausto ecológico que vivimos. Necesitamos aprender a vivir como iguales.

Dejarlos vivir, aprender a convivir, es una forma de reparar el daño que hemos causado a su especie.

Por favor, firma la petición urgente de activistas de derechos de los animales para detener este felicidio en masa (que no debe confundirse con «filicidio», aunque lo es si se considera que los gatos son como hijos para muchos humanos):

https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSdPS3KT8pexRcql3IX4NsJ0SATYqstqajxAxL2AYiem47HpDQ/viewform?fbclid=IwY2xjawEoaJ1leHRuA2FlbQIxMAABHaITSoqz8rPX-0F8kWuzNdA8itHU9Z6jJPN6Ymv8YKpcG1aGZ7xvSq8jtQ_aem_dY0CPN-zhlp4skUdR7_EMQ

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