Por Samadhi Yaisha Vargas / crónica publicada en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día” el domingo 16 de marzo de 2014.

Todos los seres humanos nacemos con facultades especiales que nos hacen únicos e irrepetibles, y venimos programados para traer esos talentos al mundo. Expresar quienes somos es una necesidad humana. Cuando no cultivamos ni utilizamos nuestras habilidades, algo más en nuestro interior toma el lugar de lo que hubiese sido nuestra felicidad, como si a ese talento le creciera una sombra. Nos enfermamos de negativismo y crítica en vez de expresar la poesía que llevamos dentro, o estamos siempre en conflicto con los demás en vez de cantarles una canción. Nos crece maleza por dentro en vez de flores. A veces nos deprimimos o perdemos nuestro norte, especialmente si dejamos de lado la expresión de talentos que nos dan un sentido de satisfacción con nosotros mismos. O llenamos ese hueco con una adicción: comemos o bebemos en exceso, apostamos o gastamos dinero, quizás nos volvemos codependientes. Queremos arreglar la vida de los demás para huir de la nuestra que no funciona.
En mis clases de metafísica comprendí que si no aprendía a utilizar mis facultades humanas, algo o alguien más las iba a manejar por mí, ya fuera un sistema de creencias, una sustancia u otra persona. Apropiarme de mis habilidades básicas era un paso importante para dejar ir patrones de pensamiento que me causaban sufrimiento, recuperar mis talentos y seguir cultivando un sentido de paz interior y de felicidad.
Aprendí que los seres humanos tenemos doce facultades básicas –o poderes– que nos ayudan a expresar quienes somos. Nos ayudan a ver qué patrones de pensamiento nos detienen, cómo podemos dejarlos ir y abrir la puerta a lo que somos en esencia. El sistema de “Los doce poderes” del ser humano fue creado por el metafísico Charles Fillmore, y consiste en activar nuestras facultades de: fe, fortaleza, discernimiento, amor, dominio, imaginación, comprensión, voluntad, orden, entusiasmo, eliminación y vida. Fillmore identificó que cada facultad reside en algún punto de nuestro cuerpo. Eventualmente, otros metafísicos que siguieron a Fillmore le atribuyeron colores a cada facultad con el propósito de que los estudiantes pudieran practicarlas. A continuación, la definición de cada facultad según el libro “Power Up”, de Paul Hasselbeck.
1. Fe – creer, intuir espiritualmente, percibir. Ubicación: glándula pineal. Color: azul marino.
2. Fortaleza – perdurar, perseverar en el camino, tener estabilidad. Ubicación: espalda baja. Color: verde bosque.
3. Discernimiento, juicio o sabiduría – evaluar o discernir, buen juicio. Ubicación: estómago. Color: amarillo.
4. Amor – sentir afecto, desear, armonizar, unificar, atraerse uno mismo hacia lo anhelado. Ubicación: corazón. Color: rosa.
5. Dominio o poder – tener dominio, maestría o control sobre los sentidos, pensamientos, sentimientos y creencias. Ubicación: garganta. Color: púrpura.
6. Imaginación – visualizar, imaginar o conceptualizar. Ubicación: entrecejo. Color: azul claro.
7. Comprensión o entendimiento – conocer, percibir, comprender y ver espiritualmente. Ubicación: parte frontal del cerebro. Color: dorado.
8. Voluntad – escoger, decidir, mandar, dirigir y determinar. Ubicación: parte frontal del cerebro. Color: plata.
9. Orden – organizar, colocar en secuencia, equilibrar y ajustar. Ubicación: ombligo. Color: verde olivo.
10. Celo o entusiasmo – ser entusiasta, inspirarse y motivarse a una misma. Ubicación: la parte de atrás del cuello. Color: anaranjado.
11. Eliminación – liberar, dejar ir, eliminar, negar, decir que no, remover. Ubicación: parte baja del abdomen. Color: marrón rojizo.
12. Vida – dar energía, vida o vigor; vitalizar, vivificar o animar. Ubicación: los órganos reproductores. Color: rojo.

Durante 18 semanas, practiqué activar y desarrollar estas facultades en mí. Vestía o me rodeaba de un color según la habilidad que me tocaba esa semana; fortalecí los respectivos puntos de mi cuerpo mediante la yoga, y pronuncié afirmaciones que activaran cada capacidad. Mi mayor asignación consistió en utilizar cada facultad para dejar ir patrones de pensamiento que desembocaran en rechazo o sentimientos negativos hacia mí misma, y adquirir formas de pensar que fueran gentiles, amorosas y compasivas hacia mí y los demás. A través de la fe y la fortaleza creí sin dudas que atravesaría esta jornada con la ayuda de mi Poder Superior, y que recibiría la perseverancia necesaria para culminar las 18 semanas. Con sabiduría examiné qué pensamientos y emociones resultaban provechosos y cuáles me hundían más.
Aprendí sobre el poder del amor o ley de atracción. Más que imaginar cosas para mi vida y esperar que aparecieran por arte de magia, este poder implicaba desarrollar la capacidad de enfocarme (atraerme o traerme) hacia lo que yo quería para mi vida. Así que me dirigí hacia actividades que promovieran mi cuidado propio: alimentación sana, ejercicio, relacionarme de maneras saludables con los demás; y hacia el amor divino que está en mi interior. Utilicé el dominio para dar poder a mis palabras mediante afirmaciones: “Me amo y me acepto como soy. Creo plenitud en mi vida”. Y mediante la imaginción, me visualicé inundada de amor propio y plenitud. Utilicé la séptima habilidad para comprender la raíz de mis patrones de autorrechazo y negativismo. Y utilicé mi voluntad para escoger pensamientos edificantes sobre mí misma, para dejar ir aquellos que no lo eran, y para participar en actividades que reforzaran una manera positiva de vivir. La capacidad de ordenar me ayudó a organizar mi rutina y mi oficina personal de manera que ambas apoyaran mi nueva forma de pensar. El entusiasmo por llevar esta práctica me insufló ánimo en las últimas semanas y me ayudó a reorganizar un proyecto importante. Mediante el poder de eliminación dejé ir cualquier vestigio mental que implicara autorechazo. Al final de las 18 semanas, entendí que mi experiencia de la vida existe dentro de mí y podía utilizar estas facultades para generar el amor propio, la plenitud y los nuevos proyectos que surgían en mi camino.
Las lecciones de esta jornada dan para otra crónica. Supe que mi falta de amor propio me había afectado no sólo a mí sino a las personas a mi alrededor. Entendí que abatirme a mí misma no adelantaba nada. Me sentí más preparada para adueñarme de mis decisiones, y tuve más confianza en mi proceso de vida. Organicé mejor mi rutina, y mi práctica de yoga mejoró notablemente. Recibí nuevas herramientas para dejar de operar mi vida desde el autorrechazo y manejarla desde la compasión hacia mí y hacia otros. Al apropiarme de mis facultades humanas, ya no dejaría mi vida en manos de otros. Tengo más paciencia, gentileza y amor hacia mi ser. Escojo relaciones humanas más pacíficas, me relaciono con los demás a través de la meditación y la gentileza en vez del conflicto. Mis sentimientos residen dentro de mí, y no dependen tanto de cómo otros me traten a mí, sino de cómo yo pienso sobre mí misma y cómo trato yo a los demás. Aprendí que perdonar a otros genera un gran sentido de paz en mí, así que es un regalo hacia mí misma. Entendí que he nacido libre para vivir y disfrutar mi vida. Surgió un proyecto poético: mientras fue sanando el espacio en el que había sufrimiento, la creatividad germinó.
Todo lo que existe en el mundo físico existió antes como una idea. Alguien imaginó la silla que ocupo y la computadora en la que escribo. Los seres humanos también somos una idea dentro de una Mente Divina o universal. La metafísica me enseña a vivir desde ese origen y la forma de traer mi divinidad al plano físico es a través de estos conceptos. Aprendí a ser agradecida por mi humanidad y a apreciar lo que nace a través de ella.
En Facebook, “90 días: una jornada para sanar”
