Por Yaisha Vargas-Pérez, mamá gatuna, para el blog A Mystic Writer
21 de abril de 2022
Malenita mía:
Hoy fui a terapia. La realidad es que había sacado la cita para otras cosas, pero inevitablemente tu ausencia tan reciente de ayer fue lo primero que salió de mis labios. ¡Tanto amor que compartimos! ¡Tanto perdón que recibí de ti! ¡Cuántos recordatorios diarios de que lo más importante era querernos tanto!
Mi terapista me guio en una meditación en la que solo sentí la respiración entrando en mi cuerpo y llegando por su cuenta a todos los lugares a los que necesitaba llegar en mí para sanar dolor. Recordé que, hace años, cuando buscaba una conexión con mi Poder Superior y no podía sentirlo ni encontrarla, lloré y protesté por las pérdidas que había tenido y le reclamé dónde estaba. Tras ello, me acosté en la alfombra cansada y cerré los ojos. En pocos segundos, vi la imagen de una cueva cuyas paredes disparejas estaban llenas de huecos. Por el lado izquierdo entró una neblina que respiraba hacia adentro de la cueva. Supe que yo era la cueva y los huecos eran las partes de mí que necesitaban sanar, y que la Presencia sutil de la neblina era mi Poder Superior que venía a respirar en mí.
Hoy sentí un poco esa imagen otra vez. La respiración iba por su cuenta a donde necesitaba llegar y liberaba dolor. Sentí agradecimiento. Y casi enseguida sentí en mi lado izquierdo una parte de mi “yo” que había presenciado una discusión entre dos maestros de yoga hace muchos años y se había sentido abandonada. Igual que la niña que sentía que no la veían porque los adultos estaban discutiendo entre ellos y la pelea que para ella no parecía tener sentido para ellos era más importante. Esa parte de mí, que estaba en la oscuridad, se sentía como un animalito abandonado. Era una parte desconectada. En mi lado derecho, estaba todo el amor por ti; todo el amor que me enseñaste y que se ha quedado vivo dentro de mí.
No sé cómo integrar a la parte de mí que se ha sentido como un animalito abandonado. Lo que sí sé es que, cuando he practicado la meditación metta o bondad amorosa, el amor en el que siempre pienso primero es en el tuyo, porque me ayuda a expandir mi corazón. Y cuando me toca enviar bondad a personas difíciles, pienso en si puedo compartir el amor que aprendí de ti.
Hace pocos días, caminando hacia una procesión en el Viejo San Juan, el recuerdo doloroso de personas de mi pasado vino a mi mente. Y en ese momento pensé qué pasaría si les enviara el amor que había aprendido de ti. Después de muchos años de práctica, hacer eso fue posible. Fue posible enviarles amor y perdón y no sentir rencor por las humanidades que habían cometido y que fueron hirientes para mí.
Aún así, cuando salió a la superficie esta parte que no sentía que pertenecía, que se siente como un animalito abandonado, que no pertenece al espacio espiritual de donde le exiliaron, no sé cómo integrarla; el resto de mí no sabe cómo traerla a casa y tampoco se siente lista para hacerlo. Las veo a ambas partes, a todas las partes: al amor gigante de Malenita, a la parte que se sintió abandonada, a la parte de mí que ha ido sanando e integrando a las demás y está observando a esta con dudas.
Y entonces recuerdo tu gran amor, Churri mía. ¿Qué haría Malena?, me pregunto. Y la imagen que surge en mi cabeza es la de cuando me ponías la patita en mi brazo, en mi hombro, la parte de mí que tuvieras a tu alcance para dejarme saber: “Estoy aquí. Te amo”. Tu presencia era abarcadora. Tal vez, gracias a ese amor que aprendí de ti, un amor que nunca me abandonó, puedo extenderle la patita a esa parte de mí que se siente exiliada y tocarla con amor, con el amor que me enseñaste tú.
A ver qué pasa.
Gracias, Malenita mía, por enseñarme tanto. Tú y Romeo fueron mis amores en el exilio.
