90 días: Colonizados anónimos

Por Yaisha Vargas / columna publicada el domingo 26 de julio de 2015 en el diario puertorriqueño “El Nuevo Día”

Puerto Rico wikimedia
El archipiélago de Puerto Rico

No es posible huir de la situación, ni a más de 3,400 millas de distancia. Tras meses de ponderar cómo abarcar el tema, la crisis aterrizó en mi correo electrónico. Una amiga extranjera me envió una noticia sobre Puerto Rico y me cuestionó: ¿Esto es cierto?

Quedó al descubierto para que lo sepa el mundo entero. La otrora nación a la vanguardia del Caribe vivía de una economía prestada y de la cultura de la deuda.

Me prometí que le respondería con brevedad: otra imposibilidad. Mi respuesta se derramó imparable, fundamentada con todo lo que reporté cuando era periodista de política y economía. Me di cuenta que la crisis es un síntoma inequívoco de una adicción muy difícil de ver: la de ser colonizados, no querer apropiarnos de nuestro país, y que alguien más cargue con las consecuencias de nuestras decisiones. Mientras más avanzo en mi recuperación, más descubro que ésta es una de las razones principales que me llevaron a quedarme en casi nada y buscar sanación fuera de mi isla. Se trata de una manera pesimista de pensar, sentir y ver la vida, producto de haber crecido en una colonia, un complejo de falta de poder maquillado con una imagen de bonanza y felicidad. Un ego inflado de fantasías más allá de las posibilidades sensatas, el cual esconde, en realidad, un sentido de autoestima baja, de depresión e impotencia. La crisis económica que vive el país es el resultado de ese estado de conciencia en sus individuos y como pueblo, y de las decisiones que hemos tomado desde esa conciencia. La culpa y la vergüenza no nos van ayudar a echar hacia adelante, esa percepción acerca de nosotros mismos es precisamente la raíz del problema. Aún así, ver una radiografía de nuestra idiosincracia y de cómo cada uno de nosotros contribuyó a lo que ocurre, nos ayuda a pensar de otra manera y a crear un país sano.

El primer paso es la aceptación: Somos impotentes ante la deuda impagable, producto de nuestra codependencia política. Nuestra economía se ha vuelto ingobernable. “No hay otro tipo de bancarrota como ésta”, dice el primer paso del libro de Alcohólicos Anónimos, texto en el que se basan muchos de los grupos de recuperación de adicciones. “El alcohol (sustitúyase por “la adicción a ser colonizados”) ahora convertido en nuestro acreedor más despiadado, nos despoja de toda confianza en nosotros mismos y toda voluntad para resistirnos a sus exigencias …  Sólo por medio de la derrota total podemos dar nuestros primeros pasos hacia la liberación y la fortaleza”.

Las personas en recuperación hacen inventario de las conductas que los llevaron a esa bancarrota. Crecí escuchando a los boricuas echarle la culpa de todo al gobierno. Pero nunca oí decir: “Esto es responsabilidad del gobierno por el cual yo voté”. Durante décadas, tomamos prestado más allá de nuestra capacidad de repago. Los electores también fuimos responsables al esperar que los gobernantes prometieran y produjeran obra pública más allá de lo que podíamos pagar o tomar prestado. No les exigimos que explicaran de dónde saldría el dinero o les creímos el eslogan político de que sí se podía. Hubo políticos que advirtieron que no era posible impulsar tanta obra y tan cara, pero su honestidad les costó la derrota. Políticos ineptos salieron reelectos. Ignoramos advertencias de economistas y planificadores durante mucho tiempo. A los candidatos que reclamaron más trabajo en vez de mantengo, también los crucificamos. Con el dinero que fluyó durante la bonanza, planificamos una isla como un continente en vez de adaptar el progreso a nuestra realidad geográfica. Nos quedamos dormidos ante el hecho de que el país que posee nuestra tierra está entre los más hipotecados: hoy, $18 trillones. Sembramos a Puerto Rico de cemento, transporte individual y tapón para luego edificar el Tren Urbano más caro del mundo. Dejamos relegada a la agricultura, nuestra verdadera fuente de vida, necesaria y saludable. Hay poca mano de obra para recoger frutos; cobrar el mantengo deja más que trabajar la tierra. Nos enganchamos a la ilusión de un progreso económico veloz sin planificación sensata, y a la creencia de que la prosperidad radica en la riqueza material solamente. Cuando las adicciones no se detienen a tiempo, terminan en fatalidad.

Cuba.Habana.Malecon.01
El malecón en La Habana, Cuba

Y la nuestra está atada a una adicción más compleja. Somos apéndice de un país cuyo modelo económico capitalista es insostenible para la viabilidad de un planeta saludable en el futuro, y por ende, la continuación de la humanidad. Es un modelo que se basa más en poseer cosas, aunque no sean necesarias, que en edificar gente. Una forma de vivir que desgasta al planeta. La idea de endeudarse y tener cosas antes que SER y cultivar nuestra humanidad talentos e individualidad es la fuente de condiciones de salud mental y emocional, como la depresión y las conductas que llevan a la criminalidad. Crea una imagen torcida de quiénes somos como humanos: la marca del vehículo que conducimos, el nombre de la urbanización en la que vivimos, la etiqueta de la ropa que vestimos. Es la idea de “soy porque tengo”. Es una criatura mitológica que vive en nuestra psiquis: el monstruo de la insuficiencia.

Luego su inventario, los adictos en recuperación comienzan a dejar ir comportamientos que los llevaron a la bancarrota. Hacen enmiendas a aquellos a quienes agraviaron, empezando por ellos mismos, pues cuando un dependiente despierta a la debacle en la que cayó, se siente traicionado por las consecuencias de sus decisiones. El proceso para salir de esa crisis es lento, pero el adicto encuentra apoyo en sus pares y en la conciencia grupal que protege la sanación de todos más allá de diferencias religiosas y políticas. Todos están o han estado bajo el azote de la adicción, así que la mejoría colectiva depende de que cada uno se monte en el bote de la recuperación y el bienestar común.

Aunque una se mude de país, es difícil escapar de los condicionamientos. Terminé en un estado soleado con impuestos altos, sequía severa y la deuda más grande. El uso de antidepresivos en EEUU se ha disparado en las pasadas dos décadas. Observo a gente aquí encerrarse en casas enormes, sus vehículos estacionados afuera de sus marquesinas rebosantes de objetos innecesarios. Con la cuenta del agua por los $400 al mes, algunos han cambiado su jardín por un arreglo de piedras de río o grama artificial. Otros siguen regando las flores y poca gente siembra comida. Veo esto y pienso: locura. Una emergencia haciendo fila para estallar. Otra parte de la población, a la que me sumo, hace lo que ama, vive con sencillez y con lo suficiente para existir: felicidad. Escogí California porque hallé herramientas para terminar de sanar y reconstruirme por dentro. Aspiro a traer de vuelta a mi país mi tesoro: un corazón sano, una autoestima en balance y una mente sin rollos.

En 2000 visité Cuba. Viví sus contradicciones durante dos semanas. Me entristeció el señor que me quiso vender su jabón para comprar un refresco y apreté los labios cuando vi el acceso limitado de los cubanos a lujos asequibles para los extranjeros. Pero me sorprendió que no vi vagabundos ni drogadictos en la calle y que los cubanos de a pie tenían acceso a comida, salud y educación de calidad. Eso era más importante que restaurar los edificios. Admiré su capacidad de reinventarse y de aguantar el embate del bloqueo y una crisis de petróleo. Con La Habana despintada, sin aspiraciones de pintura y capota, Cuba se dedicó a construir gente, sus talentos y su capital social, viviendo con lo necesario y a veces con menos electricidad. Aún con su deuda externa, tienen recursos naturales prístinos, mano de obra capaz o adiestrable y negociaciones diplomáticas con nuestro jefe político. Mientras, la eliminación de nuestras 936 no resultó en estadidad, sino en arcas rotas.

Pese a sus retos, California es un estado con acceso a la ley de quiebra federal y Cuba es un país soberano que puede pedir prestado a otros países. No creo en los extremos, sino en los puntos medios entre ambos sistemas. Afirmo que mi país se sana cuando: creemos en nuestros talentos y capacidad de producir, recibir cupones genera menos ingreso que trabajar, ningún puertorriqueño (ni el gobierno) le impide a otro establecer su chiringuito, vendemos lo que sabemos hacer con nuestras manos y una sonrisa, sembramos lo que necesitamos para comer, apoyamos a los jóvenes que se han mudado de vuelta al campo para trabajar una riqueza verdadera, dejamos de ser feroces en la calle y nos tratamos bien.

Paseo de Diego en Río Piedras, Puerto Rico
Paseo de Diego en Río Piedras, Puerto Rico

He vivido en Valencia, España, y Kansas City, Missouri. En ambas admiré la campechanía, el orgullo por la tierra y el vivir con lo necesario. Aspiro que mi país tenga un desarrollo económico veraz. No nos urgen tantas cosas materiales, ni antidepresivos como curitas de felicidad instantánea y efímera, ni tanta deuda. Precisamos de otro concepto de prosperidad basada en construirnos por dentro. Así nos recuperamos con integridad.

En Facebook, 90 días: una jornada para sanar

Imágenes por wikipedia.

2 Comments

  1. Crisis económica, sequía severa, fuegos enormes, emigración masiva, gobiernos que se turnan cada 4 años para hacer lo que no deben (cumplir promesas de forma incorrecta con resultados devastadores). Los políticos y sus seguidores esperando que venga la salvación del Norte, lo que no va a suceder… Se deprime cualquiera. Todo esto se veía venir desde hace años y lo que hacían los que tenían la responsabilidad de tomar decisiones, era ignorar las advertencias y seguir cogiendo prestado. Hay cosas positivas sucediendo (el Bosque Modelo de Adjuntas, las personas buscando su salud espiritual y corporal a través del deporte, ejercicio y meditaciones), pero como podemos estremecer a estos gobiernos de turno que son tan insensibles y buscan solo el alivio a su bolsillo y sus egos? Tienes tanta razón en todo lo que analizas. Hay que buscar una solución, la esperanza es lo último que se pierde. ANIMO! Podemos! Todavía tenemos libélulas que llegaran a desarrollarse y desplegar sus alas. Sólo tenemos que desarrollar el apoyarnos el uno al otro y no remar en direcciones diferentes. Que sigan surgiendo las ideas, que vengan nuevas manos a luchar, con menos egos y más pasión por el servicio al país y no al bolsillo propio. Puerto Rico se lo merece!

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